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Tribuna
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Cronista en el universo

Enrique Vila-Matas

¿Qué es el universo? O, mejor dicho, ¿quién es el universo? Mi amigo Carlos Chimal -escritor mexicano y gran defensa central de fútbol- entrevistó hace poco en Veracruz al profesor Martin J. Rees, astrónomo real de Gran Bretaña, del que no había yo oído hablar nunca pues mi ignorancia en cuestiones del mundo científico era hasta ese momento total.Chimal le preguntaba a Rees cómo veía el futuro del universo y éste le decía que todo lleva a pensar que el universo seguirá expandiéndose, e incluso que está acelerándose, lo que significaría que existe una fuerza extra que acentúa dicha expansión. Chimal acaba su entrevista diciéndose: "Así que ¿quién es el universo?, ¿un expansionista acelerado?".

Al leer esto, yo vi a Dios como un expansionista acelerado. Después, le imaginé encerrado en una habitación en las alturas, convertido en el Gran Sintonizador. Lo imaginé así porque la entrevista de Chimal me llevó a leer libros de filosofía de la ciencia. Una cosa me llevó a la otra, del mismo modo que yo me había puesto a leer la entrevista de Chimal porque me hallaba totalmente angustiado ante el supuesto mundo real, porque llevaba horas deprimido ante lo que oía y veía, acribillado por Crivillé, por la mediocridad de los políticos catalanes, por la instructiva polémica sobre la valía real de Bogarde, por Anguita pasando el cepillo... En otras palabras, me había puesto a leer la entrevista con el astrónomo real de Gran Bretaña porque me pareció la única posibilidad que me quedaba de pensar en las cosas que realmente merecen atención. Leer las declaraciones de Rees me llevó a olvidar la grisura de mi vida en Cataluña y pasé a consultar otros libros que se ocupaban del universo. Hallé la imagen del Gran Sintonizador en Universo sin fin de, Cayetano López (Taurus, 1999). Ahí más o menos se dice (digo más o menos porque yo añado siempre imaginación a lo que leo) que quienes no pueden entender la perfección de los seres vivos sin el concurso de una voluntad deliberada y de una destreza suprema, pueden pensar en un Gran Sintonizador, que para mí sería Dios encerrado en una habitación en las alturas, a solas con su angustia. Este Dios dispondría de un panel con decenas de diales, como los que sirven para sintonizar una radio, cada uno pudiendo marcar el valor de la masa de una partícula elemental o de una de las constantes fundamentales, de modo tal que, fuera de una combinación precisa de posiciones de esos diales, los universos serían mudos y estériles: la radio permanecería en silencio o emitiría ruidos sin sentido. Este Dios estaría encerrado a solas con su angustia, desesperado porque siempre da con un solo dial, el de la Tierra, un dial que emite sólo conversaciones sobre la crisis de Rociíto y otros ruidos sin sentido.

A eso me ha llevado escapar de la grisura de la realidad y perderme en libros de investigación científica, libros que me han situado en un mundo fascinante que muy atrapado me tiene, por mucho que he descubierto que todos esos libros -el magnífico, por ejemplo, La estructura de la realidad, de David Deutsch, Anagrama 1999- acaban siempre igual, diciendo que, ateniéndonos a los hechos más simples y a las consecuencias que de ellos se derivan, estamos seguros de muy pocas cosas, pues -como dice Peebles en La evolución del universo, Scientific American, febrero 1998- no sabemos por qué hubo un Big Bang o qué puede haber existido antes, no sabemos si el universo tiene hermanos (otras regiones en expansión fuera de nuestro horizonte observable), ni comprendemos por qué las constantes de la naturaleza tienen los valores que tienen. En definitiva, que no sabemos nada. Pero eso no me quita las ganas de, con tal de olvidarme de la mediocridad reinante -que si nacionalismo o no, por ejemplo...-, seguir tan campante, viajando por el universo, leyendo todos los libros científicos que encuentro. No he perdido las ganas de seguir viajando en el espacio, ni siquiera cuando el otro día descubrí que el profesor Rees acababa de pasar por Barcelona, donde se había comido un gran plato de rovellons. Reconozco que, por unos instantes, volví a la realidad, pero sólo por unos momentos porque de inmediato activé mi sistema de defensas y me acordé de que en realidad la raza humana no es más que escoria química sobre un planeta de dimensiones discretas, el cual orbita alrededor de una estrella nada notable en el borde de una galaxia que no se distingue en absoluto de los cientos de miles de millones de galaxias restantes. Creo que esto ha de hacernos comprender mejor que a veces Rivaldo se sienta triste. Y yo con él. No faltaría más.

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