La punta de mis zapatos
Desde niño no hago otra cosa que mirar la punta de mis zapatos. Mi madre me reprendía por no haber jugado en el recreo: al volver del colegio, mis zapatos Gorila seguían inmaculados como cuando salí de casa; aprendí a mentir y aprendí a mancharlos sin jugar.Durante la adolescencia, me disgustaba mi imagen y pensaba que en los ojos de los demás percibiría el rechazo que les provocaba: así que miraba la punta de mis zapatos.
En la edad adulta he avanzado algo. Sigo sin gustarme, pero tampoco me entusiasma el resto de la humanidad: aunque no sé si ellos se atreverán a mirarme a los ojos, tomo la punta de mis zapatos como punto de partida para relacionarme -mal- con el mundo.- . .
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