Marcos Alonso, la contradicción y el orden
Apareció Marcos Alonso (Santander, 1959) para entrenar el Sevilla como el protagonista de su película preferida, El cielo puede esperar, la oportunidad del último milagro en una empresa que casi se daba por perdida. Y este cántabro aportó la tranquilidad y el diálogo necesario para ascender al equipo a Primera. Los jugadores se encontraron al frente, por fin, con uno de los suyos y empezaron a creer. Era necesario alguien que supiera lo que es sudar la camiseta (ha jugado en el Rácing, Atlético de Madrid, Logroñés y Barcelona) y ponerse en la piel del jugador.A cambio, Marcos Alonso, en su reencuentro con Sevilla, saldó una deuda. La espina clavada de la derrota de la Copa de Europa cuando era jugador del Barcelona ante el Steaua de Bucarest. El ascenso del equipo andaluz supuso una terapia interior de borrón y cuenta nueva.
Ahora, y manteniendo los pies en el suelo, sólo se plantea la permanencia aunque no se considera conformista. Su carrera de entrenador la supedita a la misma razón que cuando jugaba -"si me aburro me marcho"-, aunque Venables tuvo mucho que ver en su salida del Barcelona.
Se encomienda Alonso a los entrenadores que lo marcaron cuando era jugador: Aragonés y Menotti. Dos estilos contradictorios de entender el fútbol que explican la paradoja entre lo que dice -"sólo vale ganar y como sea"- y el juego que hace su equipo: ordenado, perfectamente enlazado entre líneas, ofensivo y disfrutando de la posesión del balón. Y entre lo que plantea -"no creo en los sistemas"- y la disposición de sus jugadores: disciplinados, sin perder el sitio y conocedores de su misión.
Justifica el fichaje de siete uruguayos porque son "buenos y baratos", mientras que desautoriza la supuesta necesidad de estrellas: "Si se marchan el fútbol sigue".
El trabajo diario es algo sagrado que nadie se puede saltar aunque aparezcan médicos para hacer pruebas antidopaje. Tuvieron que esperar a que terminase el entrenamiento.
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