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Tribuna
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El puré del Madrid

Santiago Segurola

Los entrenadores de los grandes equipos tienen un problema con el calendario. Lo dicen y hay que creerlos. No se discute el grado de exigencia física de una temporada que no ofrece tiempo para el descanso. Ni para el físico, ni para el mental. La dinámica es abrumadora: Liga, Copa de Europa, Liga, Copa de Europa. Y además largos viajes, partidos con los equipos nacionales y otras competiciones a la vista, como el torneo de Copa. Hay razones evidentes para pensar en el efecto de la fatiga sobre los futbolistas, que no son de chicle. Basta observar a Ronaldo para comprender el efecto de estos excesos. Por lo tanto, hay un problema que los entrenadores tienen que resolver. Porque las cosas no van a mejorar. Conviene no olvidar que la presión del calendario viene del interés de los clubes y de organismos como la UEFA por rebañar el plato del dinero. Convertidos en actores de una obra que sus jefes han escrito, a los entrenadores y futbolistas no les queda otro remedio que aceptar el nuevo régimen. Eso significa que les irá mejor si buscan soluciones en lugar de coartadas.En el capítulo de las excusas, Toshack no encuentra rival. Su queja del calendario -problema que no sólo afecta al Madrid- sólo puede interpretarse como un gesto de debilidad. Su observación sobre supuestos asuntos que sólo él conoce resulta innecesaria y abunda en el estado de debilidad. Siempre es mejor poner cara de póker que reconocer misteriosas razones para justificar las calamidades. Y su defensa del sistema de rotación de jugadores resulta más voluntarista que convincente.

Toshack comienza a tener un problema de credibilidad, el capital más importante para cualquier entrenador. No ha sido un buen mes para Toshack: su equipo juega mal, los resultados son discretos -una victoria y cuatro empates en los cinco últimos partidos- y los fichajes desmerecen ahora mismo del entusiasmo que provocaron cuando llegaron al equipo. Pero no hay mayor déficit en el Madrid que su estado de indefinición, tanto en el dibujo, como en el modelo de juego y la elección de jugadores. Nadie sabe a qué juega el Madrid. El equipo tiene un carácter tan difuso que no se le reconoce ningún rasgo. Ni con el balón, ni sin él. Se trata de un equipo que actúa a golpe de improvisación, como esas selecciones de última hora que se juntan para disputar los partidos a favor de UNICEF. Todo parece casual. Y la célebre rotación añade más argumentos a esa idea. Entran y salen jugadores, se trasladan de un puesto a otro, obtienen el favor de Toshack y lo pierden poco después. O al revés. Cada vez queda menos claro quién es titular y quién suplente, quién vale y quién no. Qué pretende este equipo, qué pretende su entrenador. La vieja cuestión que en los últimos tres años ha condenado al Madrid a un estado de mediocridad. Mientras tanto, no hay respuestas. Sólo se escuchan excusas y coartadas.

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