Mostovoi y Karpin traducen en obras las buenas ideas del Celta

Tiene el Celta el fútbol en las venas y en la cabeza, el hambre de balón metido en el cuerpo y el catálogo repleto de buenas intenciones. Pero anda reñido con el gol, un asunto que requiere en muchas ocasiones más determinación que habilidad y si le sobra de esto, adolece en demasía de aquello. En los momentos culmimantes, su ejercicio de sutilezas parece reclamar otras fuerzas de la naturaleza que en otro tiempo se llamaron Gudelj o Penev. Ayer, Karpin y Mostovoi remedaron su imagen en dos ejercicios técnicos tras una sucesión de oportunidades.La Real vive el caso contrario: tiene más gol que juego. Por eso el Celta le robó el balón y el sitio en un santiamén y le metió el miedo en el cuerpo en apenas cuatro minutos. Revivo a puerta vacía remató desde el suelo al larguero. Toda una genialidad. El delantero israelí no quiso ser menos que su compañero Gustavo López que abrió en la jugada precedente el baúl de la magia, e inauguró la pesadilla noctámbula de López Rekarte, su presunto marcador. Pero toda la capacidad organizativa (por obra y gracia de Giovanella), creativa (una cuestión de Karpin y Gustavo López) y toda la iniciativa del juego (asunto colectivo) se desmadejaba por una cierta indolencia rematadora. Por tres veces perdonò el gol el Celta y otras tantas respiró la Real, que asistía atónita a los manejos de su rival.

El equipo donostiarra vive un estado de indefinición. Su supervivencia pasa por los destellos jerárquicos de De Pedro (intermitente, tras su lesión) y la impetuosidad de Idiakez, su térmometro y su artillero. Hasta el minuto 58 no dió señales de vida. La primera noticia de su presencia en Anoeta fue un remate espectacular de Idiakez que Dutruel rechazó y se lo quitó del flequillo en una prueba máxima de contorsionismo. La primera noticia de Mostovoi fue marcar un gol en su primer contacto con el balón, convirtiendo los sinsabores de su operación quirúrgica en un constipado sin importancia. En un colectivo de artistas irredentos, el gol tenía que ser obra de su más cualificado representante y en las circunstancias más adversas: frente a una barrera de cinco jugadores. Después, Karpin dejó recuerdos suyos en Anoeta.