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Los libros invisibles

Todos hemos leído alguna vez libros que no existen, que no existirán nunca. Los recordamos sin embargo muy bien, con toda suerte de detalles, pues no en vano hemos asistido a su génesis y hasta colaborado modestamente en su composición. Aunque quizá sería más exacto decir que son libros que se han ido haciendo ellos solos a lo largo de nuestro ya viejo oficio de lectores infatigables de periódicos. Porque uno lee un libro y luego lo guarda, lo relee, lo recuerda. En cuanto a los periódicos, se leen, se tiran y se olvidan. Ahora bien, ¿será cierto que se olvidan así, sin apenas provecho para el conocimiento y la experiencia? ¿No ocurrirá que, secretamente (y la indagación de ese secreto es la materia de este artículo), los periódicos a veces se convierten en libros y de ese modo consiguen sobrevivir a la actualidad que los engendra y a la vez los devora? Si esto es así, podemos preguntarnos cuántas obras invisibles y por supuesto inéditas no habremos leído sin darnos cuenta, sin sospechar siquiera que sus fragmentos dispersos se ordenarían en libros como un rompecabezas mucho tiempo después. Y no me refiero, claro está, a los artículos de un autor que un día se recopilan y publican y entonces revelan la misteriosa unidad que ya tenían cuando aún carecían de ese orden, y ni siquiera aspiraban a él. No: hay otro tipo de libros invisibles, y de autoría entre plural y anónima, cuyos pasajes parecen morir para siempre con los periódicos del día, pero que en realidad están llamados a pervivir largo tiempo en el corazón de cada lector y acaso también en la memoria colectiva.Pongamos el ejemplo, ahora que la distancia lo permite, de una de esas obras inéditas que todos leímos entre 1990 y 1991. El tiempo la ha convertido ya en clásica. Se titula, por decir algo, "Los fantasmas del sur", y trata sobre un crimen múltiple que se cometió en un pueblo de Extremadura llamado Puerto Hurraco. Durante muchos días estuvimos leyendo entregas de esa historia atroz. Entre todos los periódicos, se compuso un libro que nunca verá la luz y cuyo último capítulo quizá está aún por escribir. Aunque en apariencia farragoso, es en el fondo un libro muy coherente, y despachado con técnicas narrativas propias de su tiempo. Digamos que se trata de un relato fragmentario y sinfónico, contado retrospectivamente (la narración comienza muy avanzada ya la historia, en su punto álgido, y a partir de ahí se reconstruye el pasado), donde no faltan digresiones doctrinales (editoriales, artículos de opinión), simultaneidad (varias escenas mostraban entreverados los puntos de vista de los personajes y testigos del drama), diálogos, monólogos, descripción, material gráfico y televisivo, registros expresivos diversos, según las preferencias estéticas de cada periodista-narrador, etcétera. Se advertían influencias de Dostoievski, de Faulkner, de la objetividad extrema de Capote, del esperpento de Valle, de las truculencias de Cela, de la novela naturalista, y de tantos autores y tendencias como el curioso se proponga rastrear y encontrar en las hemerotecas.

Esa historia, que al principio fue sólo una noticia exacta y neutra, acabó convirtiéndose poco menos que en una novela, y como tal la leímos sin darnos cuenta en su momento, y así ha quedado fijada en la memoria. Es decir: como una ficción inspirada en un hecho real. Ficción es, por ejemplo, uno de los temas de fondo: la fatalidad del profundo sur; ficción es el tiempo, que concentra en unas pocas jornadas hechos que ocupan muchos años; ficción es la atmósfera de tragedia griega que algunos autores utilizaron como clave hermenéutica; ficción son también las hipótesis que se manejaron para llenar los vacíos de la historia, y las descripciones psicológicas que se hicieron de los personajes, emparentados de pronto con los más tremebundos héroes literarios. De ese modo, la noticia se fue alejando de su referente y se enriqueció hasta acabar pareciéndose mucho a una crónica novelada, donde la narración reclamó sus derechos de autonomía y donde los límites de la realidad objetiva se difuminaron y se confundieron con la imaginaria. Y llegó el momento en que lo que era real acabó acatando las leyes de lo meramente verosímil.

Y así ocurre que ahora, cuando recordamos aquel suceso, evocamos inevitablemente el modo en que nos fue contado y en que nosotros a la vez lo contamos en nuestros coloquios privados, y actualizamos las metáforas y demás imaginería que se puso en circulación, y las variantes narrativas que cada autor compuso para tratar de encontrarle un sentido a la historia. ¿Estamos entonces recordando no un hecho objetivo sino un espacio retórico ya más o menos clausurado donde ese hecho sólo puede ser percibido junto con su leyenda, un poco al modo de los viejos cantares de gesta, que difundían acuñadas ya en verso las noticias en que latían la historia y el destino de la comunidad?

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Decía Benjamin, comentando a Karl Kraus, que el antiguo relato se ha sustituido por la información, y que ese cambio refleja el empobrecimiento progresivo de la experiencia, tanto la personal como la colectiva. "El lenguaje neutro de la información periodística, y la falta de conexión entre las noticias aisladas, paraliza la imaginación de los lectores", en tanto que en la narración "queda el signo del narrador, como la huella de la mano del alfarero sobre la vasija de arcilla".

Y es cierto que el hombre ha perdido en gran parte su vieja capacidad narrativa de siempre y, con ella, el arte y el hábito de recrear los hechos objetivos y escuetos, y de apropiarse imaginariamente de ellos y de incorporarlos así a su experiencia personal, lo cual no sólo aprovecha al conocimiento sino también a la memoria, pues todo cuanto se transforma en narración pide ser transmitido, y no se olvida nunca. Pero, de cualquier modo, somos fabuladores impenitentes, casi instintivos, y necesitamos convertir cada día la vida en relato, añadir a la verdad neutra de los periódicos las verdades hondas e intuitivas de nuestro corazón, y por eso seguiremos rescribiendo la actualidad, y guardándola y protegiéndola, como un tesoro de conocimiento que es, en libros invisibles.

Luis Landero es escritor.

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