Gran semana de las infraestructuras
Conxa, que es una chica guapa y cuidadosa de su look, acudió jadeante, despeinada y reivindicando cosas raras, a nuestra cita semanal. No me dejó casi ni decirle hola y, mucho menos, recordarle que lo que me interesa es que me cuente qué pasa, qué piensan y cómo son las chicas de treinta años aquí y ahora. "No me mires así. Que ya sé que llevo el ojo izquierdo torcido, la chaqueta arrugada y unos pelos infectos. De milagro que no me he puesto un zapato de cada color... ¡Seguro que tú debes ser de las que piensan que España va bien, que Cataluña va mejor y que Barcelona es una maravilla de modernidad! ¡Mientras tanto, los coches se convierten en barcas y las personas disfrutamos, como los fantasmas, del espectáculo fantástico del gran apagón!". Tuve que calmarla; decía incongruencias. "¿Tú crees que si la electricidad fuera auténticamente catalana y no un monocultivo de cosmócratas madrileños tendríamos la luz garantizada? ¿Te enumero lo de esta mañana?". No pude, ni quise, impedírselo. Transcribo lo que me dijo: "Uno. Como no hay luz, el despertador eléctrico no me despierta. Me levanto con una hora de retraso, ¡precisamente hoy que Joan (mi jefe) me había pedido que llegara puntual a la reunión para el anuncio de butifarras! Hace un calor de demonios porque el pequeño aparato refrigerador en el que gasté mis ahorros del año pasado está muerto". "Dos. Se desencadena el drama: no puedo subir las persianas que son eléctricas; ¿a quién se le ocurriría semejante invento? Compruebo que el apagón es general y que no tengo vela y que la linterna se ha quedado sin pilas. A tientas busco el café pero, ¡claro!, el microondas no funciona; o sea que no desayuno. Ni soñar en ducharme con agua caliente; ¿a ti te gusta el agua fría? Me doy cuenta de que la báscula de precisión que utilizo para controlar que sigo en la talla 40 también es eléctrica: ya sé que es una manía, pero no saber lo que peso me da una inseguridad tremenda, como no poderme depilar, cosa que tampoco puedo hacer". "Tres. Sigo y abrevio: me visto a oscuras, y salgo al rellano de la escalera -vivo en el piso 10 y hay una claraboya- a pintarme los ojos. Con el nerviosismo, la raya del ojo izquierdo se desvía, lo cual no tiene arreglo, como ves. De fondo oigo unos gritos: alguien está encerrado en el ascensor; no se me ocurre más que llamar a los bomberos. Busco el móvil, que tarda en aparecer, pero lo encuentro. ¡Mudo! ¡El móvil mudo! ¡Claro, no se ha cargado la batería! Suspense: ¿habrá desviado las llamadas al teléfono del despacho? Mi vecina saca la nariz por el rellano; desesperada me cuenta que hoy tenía que llevar a la abuelita al médico... y que como no hay ascensor no la podrá bajar. La abuelita se encuentra mal". "Cuatro. Reflexiono. Me doy cuenta de que lo de mi ojo, mi móvil, mis persianas, mi nevera, mi agua caliente no es nada grave. Además, el transistor funciona: me entero de que 40.000 personas más están sin luz, así que mi problema es una gota de agua en un mar... ¿Sabes que me esfuerzo por tener sentido de la medida y por poner al mal tiempo buena cara? Los que trabajamos en publicidad somos siempre positivos. Se me ocurre no un eslógan sino unos cuántos: ¡Gran semana de las infraestructuras! ¡Diluvios y apagones para el progreso! Pienso en montar una ONG de damnificados por la falta de energía eléctrica, un grupo de apoyo a los defensores de las Cloacas Bien Hechas, y en pedirles a Montserrat Caballé y a Josep Carreras una actuación extraordinaria para promover la erradicación de la chapuza... de la chapuza de esos sabios que suelen ser tíos... No me digas que no son ideas". No la dejé seguir, aunque me arriesgo a que Conxa P. Puig, también llamada Inma Páez (en Madrid), autora de un impagable diario íntimo y orgullosa poseedora de dos entradas para la inauguración del Liceo con las que espera promocionarse, se ponga mosca. Confieso que me enterneció su angustia existencial tras el diluvio. Luego me enteré de que el apagón en casa de Conxa duró unas cuantas horas. (Continuará)
Investigación sobre si las treinteañeras españolas son, o no, como Bridget Jones o Aly McBeal, a través de la historia de Conxa. Barcelonesa, 31 años, licenciada en Bellas Artes, trabaja en publicidad, vive sola y tiene ideas propias.
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