Tomás Iglesias y el Generalísimo
A. R. ALMODÓVAR Unos conspicuos sevillanos -132 exactamente- avecindados en las cercanías de la Avenida de San Francisco Javier, llamada milla de oro de la capital, elevó el pasado 1 de abril un escrito insólito al Ayuntamiento. No se lo van a creer, pero en él pedían la retirada del buen nombre de Tomás Iglesias Pérez, otorgado, a instancias de la Asociación Derecho y Democracia, al trocito de calle donde ellos viven, y sustituirlo por algún otro, como el de Pasaje de San Francisco Javier. Esgrimen estos caballeros que alejar sus domicilios de la avenida que sustenta el nombre del mirífico jesuita, por donde fluyen los ríos caudalosos de la especulación y de las plusvalías, "lesiona considerablemente nuestros intereses económicos a la hora de valorar, tanto nuestra propiedad como nuestra consideración social". No es lo mismo, sostienen tan avispados financieros, decir que vives en San Francisco Javier que en Tomás Iglesias, un nombre que nadie conoce, "en nuestro entorno". Claro. El hecho es que el buen recuerdo de este abogado del partido de los pobres, Tomás Iglesias, ha aparecido emborronado de pintura días atrás, y por segunda vez. Ya el Ayuntamiento se encargó de aclararles a estos paladines del capitalismo onomástico quién fue aquel valiente defensor de causas de toda índole contra las injusticias, los desmanes, los crímenes cometidos por el capitalismo franquista en los años duros; también insigne jurista de a pie y abogado de obreros sin fortuna, de los que antes "se caían" por las ventanas de las comisarías, y ahora se siguen cayendo, pero de los andamios mal puestos de las subcontratas. Tristes sarcasmos de la Historia. Por esas mismas fechas volvía a sonar el oprobioso nombre de Puente del Generalísimo, con motivo de la prueba del maratón de los Mundiales de Atletismo. Un par de veces el periodista de Televisión Española que retransmitía el suceso enunció, sin titubear siquiera, el rancio topónimo, que inesperadamente ha vuelto a lucir en la brillante capital andaluza. Lo curioso es que ese puente nunca tuvo rotulación alguna, y ya se conocía de modo natural como Puente de Los Remedios. Pero un buen día, en plena vorágine preelectoral, es decir, bajo el reinado del PP-PA, apareció el nombrecito en su correspondiente placa, y allí sigue. Tal vez fuera la última contrata -30 millones de pesetas- adjudicada por el tándem nacional-nacionalista. Consta que el nuevo alcalde, al advertirlo, intentó remediar el ruborizante entuerto a toda prisa, pero ya no dio tiempo. Y aún hubo de entrar en enojosas explicaciones con los atónitos responsables del atletismo internacional acerca de ese pintoresco aumentativo de "general", que ya sólo sirve para aumentar tristezas retrospectivas, y comparativas. Pero en la Historia no existen las casualidades ni en política ocurre nada porque sí. Anteayer mismo, en el Congreso de los Diputados, el PP se ha negado a suscribir una declaración por la que se reconoce que la hazaña del tal Generalísimo no fue más que un vulgar levantamiento militar contra la legalidad constituida. Aten ustedes los cabos.
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