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Tribuna
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Tenor

Félix de Azúa

Cuando Dios, la Naturaleza o la Evolución (tres modos de nombrar nuestra ignorancia) crearon a los humanos, no hubieron de esforzarse demasiado porque el animal ya estaba en muy buenas condiciones e incluso caminaba sobre dos patas. Sólo le faltaba hablar, de manera que añadieron la voz y al instante los humanos habitaron la tierra cada vez más lejos de los bichos.Pero lo que ni Dios, ni la Naturaleza, ni la Evolución pudieron prever es que la voz iba a ser algo más que un mecanismo útil para la conservación de la especie. Aunque las opiniones están divididas, muchos expertos creen que los primeros balbuceos humanos fueron desde el principio algo más que palabras. Los primeros homínidos se parecían más al Orfeón Donostiarra que a un consejo de administración. Antes de hablar, los humanos cantaron.

El canto, esa incomprensible necesidad, no puede explicarse como utilidad. Si nos atenemos a la pura conservación de la especie, el canto no sirve para nada, del mismo modo que un bisonte refinadamente pintado en una cueva de Altamira jamás llenó el estómago de los cavernícolas. El canto es el lado inútil de la voz, y por eso es un regalo que nos hacemos a nosotros mismos. Cuando un albañil cantaba en el andamio, o una lavandera en el río, se obsequiaba a sí mismo y a la parroquia. Algunas voces llegan a ser regalos universales y atraviesan las divisorias de lengua y nación. No dicen nada, o dicen tonterías como "la donna é mòbile", porque lo universal no está en las palabras, sino en el canto, ese regalo que nos hacemos porque nos da la gana.

No todo es subsistencia, fatalidad, economía, comunicación y muerte. El canto es un desafío al horror de nuestra condición mortal, es una defensa contra la considerable verdad de que nacemos ya condenados. Y por eso el canto y el bisonte de Altamira son la única demostración verdadera de que los humanos se rebelan desde su origen contra las leyes divinas, naturales o evolutivas que los condenan sin juicio. Los homínidos rebeldes y libres cantan. Como rebeldía parece poca cosa, pero lleva dando guerra desde hace un millón de años.

Alfredo Kraus fue uno de esos milagros, su canto era más fuerte que el ruido. Y el ruido es la muerte.

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Sobre la firma

Félix de Azúa
Nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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