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El pacto de Abadiano

E. RODRIGÁLVAREZ Sabido es que los vecindarios son poco propicios para los diálogos sosegados y los secretos. La pelota vasca ha exacerbado su condición social, por encima de su trascendencia deportiva, al amparo de un país que eleva sus particulares sensibilidades a la categoría de bienes de equipo. Como sector deportivo, la pelota pertenece al terreno de la artesanía; como factor ambiental, es un elemento de culto. Como deporte, un espectáculo. En tales condiciones, la televisión no puede permanecer ajena a la circunstancia. Los vecindarios reducidos comparten con familiaridad los asuntos cotidianos, pero engullen con dificultad la propiedad de los asuntos. La pelota ha tenido una vocación casi irreductible al monopolio. Los pelotaris han vivido ajenos a a la mercadotecnia, a los derechos de imagen y sujetos, sin embargo, a espectáculos de sudor y sospechas de mar de fondo en las apuestas. La artesanía tiene esas cosas y los objetos de culto son más propensos a la limosna que a las cláusulas de rescisión. Nada que no ocurra en el karate o el hockey sobre patines. Pero con culto y denominación de origen. La llegada de Asegarce a la pelota introdujo elementos de modernidad y cimentó el futuro de un deporte que tendía demasiado a la museología. Bastaba darse una vuelta por los frontones para observar la edad media de los espectadores habituales. Nadie podrá negar el intento de modernización que esta empresa otorgó a un deporte demasiado estático: televisión, publicidad, patrocinio, impronta social. Los pelotaris hicieron el resto. Pero Asegarce no supo (o no pudo) gestionar el éxito más allá del primer empujón. La progresión aritmética de su impronta social contrastó con la progresión geométrica de sus necesidades. Asegarce no midió la importancia de lo sublime. La pelota (el deporte nacional vasco, que decía ayer Andoni Ortuzar) no puede vivir sin EITB (la televisión nacional vasca, como la denominò su director general). Era un pulso de supervivencia, una soka-tira, curiosamente otro deporte de culto, otro objeto sublime de la simbología vasca. La pelota definitivamente seguía las pautas sociales o políticas cotidianas. Nada objetable en un país que se guía académicamente por la estrategia de la tensión. EITB tiró de su poder institucional y tensó la cuerda. Si tu no quieres mi televisión, yo no quiero tu empresa... Y creó una nueva, con el erario público. A partir de ahi, el encastillamiento, la atrofia y el objeto de culto que se desconcha. Y todo era tan sencillo como mezclar dinero con publicidad. Que como todo el mundo sabe es la misma cosa. Así de sencillo. Y para eso dos años de incomunicación, de vocerío. Hasta que llegó alguien con las orejas limpias y promovió el pacto de Abadiano.

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