Un mano a mano en el albero de Sevilla
Yago Lamela afronta relajado y seguro la final de longitud que le enfrentará hoy al cubano Pedroso, el mejor del mundo
Yago se tiene fe. Después de su complicada ronda de clasificación, dice que siente buenas vibraciones. "Lo que sucedió me hace sentir más seguro para la competición. No sólo para afrontar la final. También para el futuro. Ahora ya sé lo duro que es alcanzar la clasificación frente a 50 rivales, sé que es necesario asegurar algunas cosas", apunta Yago Lamela en la víspera de su gran día. Lo ha esperado durante más de cinco meses, desde el 7 de marzo.Aquel domingo saltó más que nunca en su vida, alcanzó una frontera desconocida para un atleta europeo en una competición y obligó al cubano Iván Pedroso a regresar a su mejor nivel. Yago saltó 8,56 en aquel Mundial de pista cubierta, y desde entonces su carrera ha cambiado radicalmente. No en los aspectos cotidianos. Todavía tiene que viajar cada día en autobús desde Avilés a Oviedo para entrenarse en las pistas de San Lázaro. Allí se encuentra con los mismos compañeros, colegas que le tratan como al chaval que llegó un día para pedir un sitio en el grupo que dirige Juanjo Azpeitia. Acude con la puntualidad de costumbre y con la voluntad que le ha hecho progresar hasta extremos imprevistos. Esta temporada tenía pensado saltar alrededor de 8,30 metros, lo que habría supuesto un nuevo récord nacional y un puesto entre los mejores del mundo. Pero Yago saltó 8,56 metros y ésas eran palabras mayores, el club de los mejores de la historia. Desde aquel 7 de marzo, las expectativas con respecto a Yago son extraordinarias en un país que ha vivido de otro tipo de atleta, del marchador, del fondista, del mediofondista. Por su carácter de especie rara no sólo en España, sino en Europa, Yago ha alcanzado la celebridad de las estrellas del fútbol. Es un tipo muy famoso que tiene que manejar situaciones novedosas. Todas las expectativas de un país recaían el jueves sobre un muchacho que acaba de cumplir 22 años y que hasta hace un año era un desconocido. De ahí que su incierta ronda de clasificación no dependiera sólo de su indiscutible capacidad para saltar, sino de su fortaleza para evadirse de la presión que ha acumulado durante los últimos meses. Yago hizo dos nulos y se jugó su paso a la final en el último salto. Una amenaza de ese calibre habría podido con muchos grandes atletas, pero Yago tomó decisiones. Y lo hizo a su manera, con agresividad. Ramón Cid, responsable de saltos de la federación, le preguntó a Juanjo Azpeitia si le iba a dar algún consejo a Yago. "Ninguno, ya es mayorcito para saber lo que tiene que hacer".
A Lamela no se le ocurrió otra cosa que adelantar dos pies, unos 50 centímetros, el comienzo de su carrera. En lugar de 42,50 metros, arrancó a 40 metros de la tabla. Por lo general, los atletas se vuelven conservadores en momentos de tanto apuro. Tienden a retrasar algo el comienzo de su carrera para no producir un nulo, a costa de modificar demasiado su técnica habitual. Yago hizo lo contrario. Actuó sin miedo, como le dicta su carácter. Su salto fue perfecto: 8,15, metros con una distancia de quince centímetros a la plastilina que marca el nulo. En un instante había despejado cualquier duda sobre su respuesta a la competición y había reforzado su confianza con respecto a la final que se disputa hoy. "Si Pedroso quiere ganarme, va a tener que saltar", decía ayer. No le falta respeto por Pedroso, un saltador al que admira, pero sobre todo le sobra fe en sus posibilidades. Es su carácter, conectado con el de la nueva generación de campeones españoles. Mientras a su alrededor había miedo (el miedo inconsciente de un país que durante demasiado fue perdedor y victimista en el deporte), Yago funcionó con la seguridad de gente como Reyes Estévez o Sergio García, por citar a dos estrellas de la nueva generación. Ellos no tienen dudas porque han vivido circunstancias diferentes. Vieron los Juegos de Barcelona con 14 o 15 años. Son, por tanto, hijos de una nueva manera de entender la competición. Hijos del éxito, en definitiva.
La clasificación significó un alivio doble. Porque la había conseguido y porque había entrado a competir después de cinco largos días de espera. Comenzaba a cansarse de estar en la habitación y pasear sin rumbo por el vestíbulo del hotel. Quería empezar. A Yago le gustó lo que vio. Le gustó superar un concurso complicadísimo y disfrutó con el ambiente. "Fue extraordinario. Me ayudó muchísimo", señaló. Salió convencido de que todas sus impresiones eran correctas. Está fino de peso, fuerte como siempre, muy veloz y con la voluntad de lograr algo grande. "Sigo pensando que se sacará medalla con 8,30 metros, pero me veo bastante por encima de esa marca". En ese momento, sale el nombre de Pedroso. Sabe que está en perfectas condiciones, a pesar de los rumores sobre una supuesta contractura. Lamela ha llegado a pensar que se quiere vender mercancía averiada con ese asunto: mensajes equívocos para provocar reacciones no deseadas en los rivales del cubano. Yago quiere enfrentarse con el mejor Pedroso. Sabe muy bien que es un atleta espléndido, el sucesor de Lewis y Powell, pero lo tiene como referencia para progresar. Desea ganarle desde Maebashi, donde exigió del cubano un salto de 8,60.
Todos los indicadores sobre el estado de Yago son positivos. Se encuentra en una forma similar o mejor que en Maebashi. En Japón entró con tanta fuerza a saltar que partió tres clavos de su zapatilla y no se enteró. Una de las zapatillas que utilizó en Sevilla tenía uno de sus clavos doblado hacia atrás por el efecto de la tremenda fuerza que genera su pie: entre 1.600 kilos y 1.800 kilos, lo que pesa un coche. Durante la última semana sólo ha hecho trabajo de mantenimiento. El lunes midió su velocidad y el martes levantó pesas. Los demás días ha descansado. Sus molestias en los gemelos son muy leves. "Está perfecto", dice Juanjo Azpeitia. Después de la jornada de clasificación, Lamela necesitaba desconectarse. "Venga, vamos a cenar", le dijo su entrenador. Fue una cena especial. En un restaurante sevillano se reunieron con dos ex plumarquistas españoles de longitud: Rafael Blanquer -entrenador de Niurka Montalvo, campeona del mundo- y Antonio Corgos, el hombre a quien Yago ha arrebatado el récord de España después de 19 años de vigencia. También estaban Ramón Cid, ex plusmarquista español de triple salto; Javier Sainz, el responsable federativo del salto con pértiga, y Valentín Rocandio, director del área de velocidad. Unos confesaron que había miedo ante el último salto de Yago. "Una mezcla de confianza y temor: estaba conficagao", reconocía Cid. Entre bromas, alguien le preguntó a Azpeitia por el mejor saltador español, ahora que tenía a Blanquer, Corgos y Lamela delante. "Corgos", dijo sin dudar. Lamela no pudo evitar lanzar un trozo de pan contra su entrenador. Fue una noche que le sirvió para sacarse la tensión de encima. "No del todo, porque está alerta", señalaba Azpeitia.
Con un aspecto relajado, Yago esperaba ayer a la sesión de masaje. Ha tenido problemas en un tendón durante las últimas semanas y atraviesa un periodo de sensibilidad a cualquier dolor. "Eso es porque estás como nunca", le tranquilizaba Juanjo Azpeitia. Pero la sensación que transmitía Yago era de absoluta seguridad. No parecía preocupado con sus rivales. Por supuesto, sabe que Pedroso es el primero en los pronósticos. No descuida tampoco al australiano Taurima, que se clasificó con muchas dificultades, pero que ofreció una gran impresión en Zúrich. Y también está el esloveno Cankar, un atleta que destaca por su regularidad. Serán los rivales de un hombre que ha llegado a su gran día. Han pasado seis meses desde su famoso salto de Maebashi. Ya no es el desconocido que apuntaba cualidades. Ahora aparece como el protagonista de uno de los días más esperados en los Mundiales de Sevilla.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.