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Elevado al cubo

JAVIER MINA Cuenta Edgar Allan Poe en la Narración de Arthur Gordon Pym, que, tras rebasar la región de los perpetuos hielos, los supervivientes del naufragio del bergantín Grampus llegan, marineros de frágil canoa, a una región todavía más austral en que las aguas del mar están calientes. El nativo que en calidad de prisionero y guía les acompaña, cada vez que ve una superficie blanca, cuadrada y grande tal como el lienzo de una vela profiere, aterrorizado, un grito extraño -¡Tekeli li!-, el mismo que proferirán ciertos pájaros que tras surgir de una catarata que se alza en medio de la oscuridad reinante como "una cortina blanca" revolotearán ajenos a cómo los náufragos se abisman en un torbellino lechoso. Pues bien, quienes contemplan por primera vez los dos lienzos que están más allá del hielo y más acá del mar suelen gritar también ¡tekeli-li!, que es la manera con que expresan su desconcierto aunque aquello no sea la Antártida ni el cristal catarata. Pero hay mucha oscuridad arquitectónica a su alrededor. Alrededor de los cubos de Moneo. Porque les acompaña la polémica. Hubo quien estuvo recogiendo firmas para que no se contruyeran y se apoyaba, para meter más ruido, en los enormes dazibaos con que empapeló una casa de su propiedad, que además de céntrica, horrible, recién hecha y todavía sin estrenar, chocaba contra la normativa del Ayuntamiento, circunstancia que debería haberle quitado cualquier pretensión de autoridad moral para pronunciarse sobre éticas arquitectónicas y estéticas edificantes. Pero eso no lo sospechaban quienes leían en los inmensos cartelones unas profecías catastro-fistas dignas de Nostradamus -¡los cubos darán una sombra que dejará sin sol la playa!, ¡el auditorio no vale más que para programar música de cámara!-, que, como cabía esperar, no se han cumplido. Pero qué importa, al donostiarra le encanta el pro y el contra y no sería de extrañar que, así como hay defensores y detractores de los cubos, hubiera partidarios del cubo pequeño o grande tal como existen los de la fachada que da al mar frente a la que da a tierra. Pero no es la única oposición que les ha surgido. Aunque la comparación fuera perfectamente evitable, el bergantín del Guggenheim viene a dar insistentemente contra las Rocas Varadas, que así se llaman los cubos, faroleando de su primacía. No necesitaba, sin embargo, semejantes alforjas para el viaje porque los cubos carecen de ese elemento arquitectónico imprescindible que es la cola. Sin cola a la vista no hay afluencia masiva como bien lo demuestran esos eventos sobre tal o cual pintor que desbordan hasta al museo más pintado. Ahí Moneo se equivocó, tenía que haber previsto que los cubos contuvieran algo que pudiera ser visitado en permanente cola aun a sabiendas de que, como pasa en Bilbao, a la gente le importe un carajo qué sea. Hay más. Como símbolo de la ciudad los cubos lo tienen crudo, porque aquí nos sobra Marco Incomprable y Barandilla de la Concha, cosa que no ocurre en Bilbao donde hasta que se elevó el remolino de titanio no tenían nada digno de ver. Qué importa. La línea de la ciudad cuenta a partir de ahora con unos prismas de aire -puro aire- que se hielan con la luz del amanecer y arden con el crepúsculo, para hacerse agua nocturna cuando su propia luz verdosa los ilumina desde el interior. Y así como por fuera tienen la fragilidad y la iridiscencia de la escama, por dentro poseen mucho del vacío, del agujero que existió allí antes, en los tiempos en que, como recordaba mi amigo Luis Daniel Izpizua en bello artículo, aquello se llamaba el solar K. K no de Keops sino de Kioto, porque en ellos no priva lo mastodóntico sino la belleza contenida. Cuando se adentra uno en los cubos queda bañado por esa luminosidad oriental como de paneles de papel de arroz mientras le resuena dentro la quieta armonía de la madera, al par que se siente gravitar en medio de ninguna parte, puesto que se halla más acá del lienzo de cristal pero fuera de la serenidad maderada: suspendido, tekeli-li. Tal vez un rococó de proporciones kolosales hubiera deslumbrado a más, pero no les hubiera elevado al cubo.

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