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Johnson entra en solitario

El estadounidense batee por más de una décima la plusmarca de Harry Reynolds, que permanecía vigente desde hace ya 11 años

Santiago Segurola

Michael Johnson hizo historia en la prueba asesina. Ninguna como los 400 atenta contra la naturaleza del hombre. Y ninguno como Johnson se atreve a confrontar su cuerpo frente a la máxima exigencia, al umbral del máximo peligro para la salud. Cuando un atleta de 400 metros termina de correr, la presencia de ácido láctico en sus músculos alcanza unos niveles desconocidos en cualquier otra prueba. Eso es veneno puro. Las cantidades que acumula un cuatrocentista (25 milimoles) pondrían en peligro de muerte a una persona normal. Porque las personas normales tienen cero milimoles de nivel láctico en su sangre. Los hombres del 400 son de otra pasta. Y Johnson, de la pasta con la que están hechos los mejores atletas de la historia. Tenía un trabajo que hacer, el último que verdaderamente le obsesionaba: batir el formidable récord de Butch Reynolds. Aquellos 43,29 segundos permanecían firmes al asalto de Johnson desde 1988. Durante diez años, Michael Johnson ha perseguido la marca, la ha amenazado como ningún otro. Sólo él ha estado vigilante de un tiempo que a los demás les ha quedado demasiado lejos. Pero en su vigésima carrera por debajo de los 44 segundos, Johnson hizo su trabajo. Venía a derribar el récord y lo consiguió en una prueba memorable. Se movilizaron los fotógrafos, se enardeció la gente, se entró en el estado de conmoción que siempre procuran las hazañas en la pista. Allí estaba registrada una marca que se hará célebre: 43,18.En el entorno de Johnson se decía que el atleta tejano jamás había estado en mejor condición física Hace una semana había tenido que salir al paso sobre el origen de sus dolencias musculares. Se llegó a dudar de su presencia en los Mundiales. Llevaba un mes sin competir y no había referencias sobre su estado. Después de dos temporadas irregulares, marcadas por unas dolencias que habían limitado sus actuaciones en Europa, resultaba difícil creer que un hombre de 32 años tuviera la intención real de batir un récord de gran prestigio. Los incrédulos precisaban que ni tan siquiera en 1996 logró vencer el registro de Butch Reynolds. Y en aquel año, Johnson contaba 29 y era capaz de poner el récord de 200 en 19,32 segundos. Desde entonces había competido poco y no se había acercado ni de lejos a su plusmarca del doble hectómetro.

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Si había perdido velocidad, no era posible el récord. O sí. Porque en el 400 no sólo se trata de llegar al límite, sino de estructurar la carrera con inteligencia. O te cortas o te pasas. Lo decisivo es hacer una correcta distribución del esfuerzo, sabiendo que la última recta es un infierno. El ocaso, llamaba el gran Edwin Moses a los últimos 100 metros. Esa fase final no guarda ningún secreto: todos los atletas saben que es un martirio y que su velocidad va a decrecer visiblemente. A veces se produce el espejismo de creer que un atleta acelera en esos doce segundos terribles. Falso. Lo único que ocurre es que unos pierden menos velocidad que otros. Johnson la pierde en menor medida que los demás. En sus mejores días es quizá el único capaz de recorrer los últimos cien metros en menos de 12 segundos. Pero en Sevilla se encontraba con un problema añadido. No se trataba de vencer gracias a su resistencia, tenía que ajustar con la precisión de un relojero sus parciales en cada 100 metros.

Como proviene de los 200 metros y como su mejor marca en esa distancia es de 19,32 segundos, Johnson cuenta con una ventaja sobre los demás. Está en disposición de pasar por la primera mitad del 400 en 21 segundos sin resentirse demasiado. O sin padecer las penurias de los demás. Ninguno de sus rivales en Sevilla ha bajado en su vida de 20,40 en los 200. Por lo tanto, le ceden un segundo a Johnson. Todos se saben inferiores porque además el estadounidense se ha convertido en un perfecto estratega de la carrera. La conoce tanto, que no hace un desperdicio de energía alegremente.

Con el estilo que le caracteriza -el tronco firme como un soldado- y con la altísima frecuencia de su zancada, Johnson atacó el récord con la determinación que la ha faltado en los tres últimos años. Era una manera de ponerse nuevamente en el mapa, de recobrar el protagonismo frente a los Mo Greene y Marion Jones. En Sevilla tenía una oportunidad única. No le faltaba otra cosa en su largo y glorioso historial: campeón olímpico de 200 y 400 metros, dos veces campeón mundial de 400, campeón del mundo de 200, plusmarquista de 200. Sólo le quedaba la última aventura, ése 43,29 de Reynolds. Había algo en su actitud que denotaba la grandeza del desafío. Más pétreo que nunca, ajeno al bullicio del estadio, su mirada era la misma que en Atlanta. Estaba decidido a hacer historia. Basta un gesto para saberlo. En este caso, se advertía precisamente en la ausencia de gestos. Parecía una estatua. Luego, se lanzó a una carrera perfecta. Rápida, pero no devastadora, durante los primeros 200 metros. Su entrenador le tomó un tiempo de 21 segundos exactos. Fue en la segunda curva donde se produjo el abismo entre Johnson y los demás. Porque nadie corre las curvas como él. Golpeaba la pista y rebotaba. Pasó por los 300 en 31,3, por debajo del tiempo que marcó Reynolds en Zúrich. Pero le quedaba el ocaso, la parte donde el músculo bombea ácido láctico a borbotones. Es la recta que convierte al 400 en asesino. Reynolds cubrió la recta final en 11,1 segundos, un parcial inaudito. El ritmo de Johnson decreció a ojos vista, pero no lo suficiente como para perder el control de lo que sucedía. En un momento miró hacia la pantalla del estadio. Se veía en condiciones de completar su aventura. Lo hizo a lo grande: rígido como una estaca, sin perder la determinación en su gesto, convencido de que había alcanzado su objetivo. El récord era suyo.

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