_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Prisioneros de la lógica de la guerra

Los gestores de la política internacional continúan planificando el futuro y enfrentándose al presente con una mentalidad desfasada y con unos medios inadecuados, como si no tuvieran más opciones que pedir y usar más de lo mismo, y sin pensar en ningún momento que puedan existir otras lógicas y elaborarse otros medios. El tratamiento dado al conflicto de Kosovo mediante una estrategia de masivos bombardeos aéreos ha puesto de manifiesto el peso que todavía tiene la lógica del aplastamiento y de la fuerza bruta, como la única opción posible de respuesta, en la mentalidad de dichos gestores.Pero el resultado final de esta estrategia tampoco ha sido satisfactorio para nadie, por lo que han empezado a aparecer reflexiones y propuestas para sacar lecciones de cuanto ha pasado. Me temo, no obstante, que la reflexión dominante en dichos círculos continúa estando prisionera de la lógica de la guerra fría.

A mediados de junio, el secretario general de la OTAN, Javier Solana, afirmaba que si los europeos queremos ser actores y no sólo parte del escenario, deberemos gastar más en defensa militar (EL PAÍS, 13 de junio). Un mes antes ya había afirmado la necesidad de que los países europeos incrementasen sus fuerzas militares. Casi nadie cuestiona, sin embargo, para qué sirven realmente los 2,8 millones de soldados que tienen ahora mismo los países europeos de la OTAN (4,4 millones si contamos Norteamérica), y el gasto anual de 174.000 millones de dólares en asuntos militares desde estos países (450.000 millones con Estados Unidos y Canadá). Cabe preguntarse también cómo se enfoca ahora la resolución política y pacífica del problema kurdo, y si el rearme turco (su plan de modernización se eleva a 150.000 millones de dólares) no es la vía directa para destrozar cualquier arreglo pacífico futuro.

En el pasado vimos que el rearme continuado de los bloques militares no servía ni para crear seguridad ni para resolver los problemas internacionales, y mucho menos para prevenir o regular los conflictos. ¿Por qué ahora ha de ser válido el principio de que sólo la fuerza crea seguridad?

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

La respuesta está en que los gestores de la política son normalmente incapaces de imaginar, y no digamos poner en marcha, una manera diferente de tratar los conflictos. La lógica dominante es todavía la patriarcal, y se sustenta en la dureza, la fuerza, el dominio, el poder, la ostentación y la amenaza. Con este arsenal se puede vencer, derrotar, aniquilar y humillar al enemigo, ciertamente, pero nunca concertar nuevos escenarios, construir nuevas relaciones y cooperar en la búsqueda de soluciones aceptables para todos. Y no me estoy refiriendo, si pensamos en Kosovo, a que haya que estar de palique y coqueteo con Milosevic, sino a que ha de construirse una estrategia para enfrentar a los tiranos que vaya más allá de la simple demonización del personaje y del bombardeo del pueblo que lo apoya, lo aguanta o lo sufre. Cuando la respuesta es exclusivamente militar, además de ser insuficiente y de crear daños irreparables a la población civil, abonamos el mensaje primario y prehistórico de que cualquier respuesta armada es válida cuando se tiene la capacidad de golpear al adversario, olvidando que este principio es y será emulado en otros contextos y por otros actores que se sienten con la misma legitimidad para atacar y destruir, única y exclusivamente a partir de la convicción de que pueden hacerlo, de que pueden salir victoriosos del intento y de que nadie les juzgará por haberlo hecho.

La guerra nunca ha sido ni podrá ser la mejor manera para defender y garantizar los derechos humanos, porque es una opción que lleva implícita la destrucción de la vida humana y la glorificación de los instrumentos de muerte. Es por tanto la peor opción, y supone además el fracaso de todas las otras opciones pensadas y probadas, si es que realmente se hubieran pensado y probado con anterioridad. Y ésta es quizás la gran pregunta: ¿somos capaces de pensar de otra manera y con otra lógica que incorpore otros medios y enfoques alternativos?

Cuando hablamos de construir políticas de paz no nos referimos a que simplemente hay que cantar al viento y contagiar buena voluntad por doquier. Nos referimos a cómo implementar y consolidar estrategias duraderas para que el respeto de los derechos humanos, el desarrollo sostenible, el desarme y la democratización sean realidades universales, y sus mínimos queden garantizados en cualquier rincón del planeta. Y hablamos también de los instrumentos para realizar este trabajo (las armas de la otra lógica): afectividad, armonía, autonomía, compasión, comunicación, consciencia, cooperación, corresponsabilidad, creatividad, diálogo, educación, empatía, equidad, escucha, humanidad, identidad, imaginación, intercambio, justicia, movilización, participación, reciprocidad, reconocimiento, respeto, responsabilidad, simplicidad, singularidad, solidaridad, sostenibilidad, ternura, universalidad...

Detrás de cada uno de estos valores y capacidades hay toda una historia de práctica social y de desarrollo de la Humanidad, no sólo un acopio de intenciones. Cojan al azar varios pares de estas palabras y piensen por un momento en cuál sería su significado y alcance si los conceptos que de ahí vayan saliendo fueran traducidos en práctica política, en normativas jurídicas, en comportamientos sociales, en estrategias diplomáticas, en relaciones económicas... Verán que la otra lógica, la de la paz, no es efectivamente la realidad que domina la política internacional del presente, pero que tampoco es una quimera, un espejismo, porque a nuestro alrededor hay infinitos micro-ejemplos de ello, con miles y miles de resistencias y de prácticas positivas, mediadoras y creadoras, aunque invisibles normalmente en los grandes medios de comunicación.

Construir y fortalecer la lógica de la paz, hoy minusválida y endeble ante quienes perpetúan los mecanismos de dominio, es probablemente el mayor desafío del nuevo siglo. Para lograrlo, los ciudadanos deberemos aprender a convertir estas prácticas sociales en macropolíticas, para que alteren en profundidad la forma de hacer las cosas en el nuevo milenio, y para que así enmudezcan quienes con tanta arrogancia se han otorgado el derecho a quitar la vida o a no dejarla florecer.

Vicenç Fisas es titular de la Cátedra Unesco sobre Paz y Derechos Humanos de la UAB.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_