Pasión por la perfección
La llegada de Steffi Graf al circuito femenino supuso una ruptura. No se trató ya sólo de acabar con una década de duelos entre las estadounidenses Chris Evert y Martina Navratilova, sino de aportar un nuevo estilo, una forma distinta de ver el tenis y de conceptuar la profesionalidad. Esa fue una de sus principales aportaciones al tenis femenino, que a partir de entonces se planteó seguir métodos de entrenamientos tan duros y metódicos como los de los tenistas masculinos.Lo que más distinguió a Graf, sin embargo, fue su implacable búsqueda de la perfección. No le importó pasar miles de horas entrenando para modelar unos golpes y una condición física que constituirían la base de sus éxitos. Su drive fue considerado el mejor del circuito femenino y sirvió como columna de apoyo del resto de su juego. Pero nada de eso habría bastado, sin una mentalidad fuerte y ganadora. La conjunción de todos estos elementos permitieron a Graf labrarse un camino que la convirtió en una leyenda: 22 títulos del Grand Slam (a sólo dos de Margaret Court), 107 títulos del circuito, y 377 semanas como número uno mundial (un récord absoluto).
Es una gran campeona, pero en su camino dejó algunos pasajes que marcaron su vida de forma ineludible. Muchos de ellos habrían pasado absolutamente desapercibidos a no ser por los detalles que se fueron desvelando en el juicio que se siguió contra su padre por haber defraudado alrededor de 1.700 millones de pesetas al fisco alemán de los más de 16.000 millones de ganancias de su hija. Aquél fue uno de los momentos más dramáticos en la carrera de Steffi. Fue en 1995 y concluyó en 1997 con una sentencia de tres años y medio de cárcel para su padre, Peter.
Fue allí donde se conoció que Peter Graf pegó en muchas ocasiones a su hija en su etapa de aprendizaje. Así lo declaró el antiguo asesor fiscal de Steffi, Joachim Eckart. Graf no nació con una raqueta en las manos. Pero a los tres años ya tenía una. Su padre se ocupó de su formación. Cualquier rincón de su casa servía como pista de entrenamiento. Sus primeros trofeos fueron bastoncitos de pan salados (cuando Steffi lograba dar 20 golpes seguidos a la bola sin que se le cayera) y helados de fresa (cuando pegaba 50). Sin embargo, el tenis no se convirtió en una obsesión para Peter hasta que descubrió el verdadero talento de su hija.
Graff fue la segunda jugadora más joven que entró en la lista femenina en 1982 (13 años y cuatro meses). Y se convirtió en top-ten sólo tres años más tarde, en 1985. Su primer Grand Slam lo ganó en Roland Garros en 1987. Aquel mismo año disputó las finales de Wimbledon y de Open de Estados Unidos, ganó el Masters, y se convirtió en número uno del mundo. Sin embargo, su mejor temporada fue la siguiente, 1988, cuando completó un Grand Slam (ganar los cuatro grandes torneos el mismo año) y se adjudicó la medalla de oro en los JJOO de Séul. Su carrera parecía imparable. Pero la aparición de la yugoslava Mónica Seles frenó su escalada, hasta que en abril de 1993 un loco llamado Guenter Parche apuñaló a Seles y la apartó del circuito. Graf ganó los cuatro siguientes torneos del Grand Slam y recuperó su trono. Y ahí permaneció intocable hasta que las lesiones (espalda, tobillo, muñeca y rodillas) y el encarcelamiento de su padre la dejaron al borde del abandono. Fueron los momentos más dificiles y sólo su fuerza interior le permitió superarlos.
Pero después, apareció otra Steffi, más abierta, más comunicativa con las demás jugadoras. Y más consciente de cada éxito que lograba. "Al final he descubierto lo mucho que me ha costado llegar hasta aquí", confesó en una entrevista realizada a principios de este año. Tras pasar prácticamente en blanco los años 1997 y 1998, su triunfo en Ronald Garros el pasado mes de junio le llegó como un premio inesperado. "Ya no volveré a jugar en París", comentó. "Los momentos que acabo de vivir son tan intensos, tan emotivos que no pueden repetirse. Esa es la imagen que quiero guardar en mi retina". Después jugó en Wimbledon, donde fue finalista, y llegó su segunda despedida. La tercera se produjo el pasado viernes, dos semanas antes del Open de Estados Unidos. Y fue la definitiva. Graf se va, pero deja tras de sí no sólo un palmarés comparable al de las mejores leyendas del tenis femenino, sino también una imagen de mujer escultural, luchadora, inquebrantable y obsesionada por la búsqueda de la perfección.
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