Filosofía y teología en el país de los ayatolás
Con motivo de un viaje a Teherán donde se celebraba un Congreso Internacional de Filosofía sobre Mulla Sadra, pensador iraní del sigloXVII, cuya obra es una confusa mezcla de teosofía y misticismo, el profesor Jesús Mosterin ha publicado un artículo Filosofando con los ayatolás, EL PAÍS, 5 de julio, en el que se mezclan junto con la denuncia de la represiva situación que vive el pueblo iraní, una serie de afirmaciones que pueden dar lugar a todo tipo de confusiones sobre la compleja realidad del mundo islámico. Y es que "nuestra percepción de las culturas ajenas", léase J.Goytisolo, De la Ceca a la Meca, "no suele fundarse en una realidad objetiva, sino en la imagen mental que tenemos de ellas". Afirma J. Mosterin que en Irán gobiernan hoy día los filósofos "al menos los islámicos", el clero chiíta que se fue apartando de la monarquía, tras el fracaso de la dinastía safaví hace algunos siglos que estableció la variedad shií duodécima del Islam como religión del Estado, estamento que finalmente ha conseguido culminar la revolución islámica con el Ayatolá Jomeini y tomar el poder en 1979.Añade que el sistema de pensamiento en Irán viene determinado por los límites de la religión islámica sin que se admita la posibilidad de ir más allá, y afirma la imposibilidad de que exista verdadera filosofía, si está constreñida por imperativos religiosos. Posteriormente casi caricaturiza esta concepción cuando habla de las contradicciones que se dan con la aplicación de "la sharia", ley islámica, a la realidad, como es el caso de los subterfugios financieros que utilizan para enmascarar el interés bancario, y censura, con razón, la minusvaloración del papel de la mujer y los castigos que puede recibir, cuando no siga la estricta observancia de las leyes iraníes actuales. Critica la hipocresía de una sociedad que viene obligada a aceptar formalmente una serie de valores, aunque la vida real vaya por otra vía, y termina diciendo que al igual que "no se puede estar embarazada a medias, tampoco se puede filosofar a medias".
Algunas verdades hay en dicho artículo, aunque uno no pueda por menos que comprender el disimulo con que el pueblo iraní debe afrontar el día a día, ni olvidar que el clero shiíta consiguió el poder gracias al apoyo de las reivindicaciones populares contra la tiranía del Sha. Se podrían añadir más contradicciones y, además, todo tipo de violaciones de los derechos humanos, tales como que el nuevo código penal de 1996 instaura la flagelación como castigo "normal", decenas de latigazos para la mujer que no aparezca velada en lugar público, pena capital para quien ofenda al Ayatolá Jomeini, etcétera.
Pero desafortunadamente también subyace la idea, muy frecuente, de identificar la particular interpretación del shiísmo y la sharia, que hacen los Ayatolás, con el Islam, y a los filósofos islámicos con los teólogos shiítas. En el fondo es como si se identificara al clero inquisitorial con la religión cristiana. Poco tienen que ver los Ayatolás Jomeini o Jamenei con los filósofos Averroes y Avicena, como tampoco los integristas católicos con los hermanos franciscanos.
El shiísmo es una corriente que surge en la primera época del Islam, como consecuencia de la crisis sucesoria entre Alí, yerno del Profeta, y el representante del clan omeya Muawiya, gobernador de Siria, que marcaría la evolución posterior de la sociedad musulmana y que daría lugar a las otras dos grandes corrientes: la sunnita, mayoritaria que ha dominado la ortodoxia islámica, con épocas de tolerancia y de intolerancia, como en las otras religiones; y la jariyi, de tendencia libertaria e igualitaria, que considera que cualquier persona tiene derecho a gobernar la comunidad, independientemente de su origen, posición social o color. Aunque hoy día tiene escasa implantación, marcó el destino del Magreb en los siglosX yXI. El shiísmo entendía que sólo deben gobernar los miembros de la familia del Profeta y sus sucesores, basándose en que se había designado a Alí como heredero y en la necesidad de que existiera un "guía espiritual", que instruyera y dirigiera la sociedad. Este movimiento, independientemente de su concepción casi divina del origen del poder, se consideraba heredero de las más puras esencias igualitarias del Islam y logró implantarse sobre todo en Persia, región que a lo largo de la historia ha sido cuna y crisol de las más variadas creencias religiosas.
El asesinato de Alí, en el año 661, la masacre de su segundo hijo Al-Husayn y sus seguidores, en la batalla de Kerbala -que todavía se conmemora en un clima de exaltación y paroxismo-, y las persecuciones que sufrieron, contribuyó a la creación de todo un ethos del sufrimiento y del martirio. Desarrollaron una práctica clandestina para poder sobrevivir ante la represión de las dinastías en el poder, fueran los omeyas o los abasíes, y la teoría del "Imán oculto" que debe guiar la sociedad y tarde o temprano aparecer. Cómo este movimiento pudo mantenerse, contra viento y marea, es sorprendente. Se dividió en varias ramas y una de ellas, la Ismailita, a la que pertenece el Aga Khan y sus seguidores, creó el gran imperio Fatimida, que a partir del sigloX y durante varios cientos de años, dominaría parte del norte de África, Egipto y algunas regiones de Oriente Medio.
Los shiítas fatimidas fundarían la ciudad de El Cairo, patrocinarían las más varidas actividades intelectuales y crearían un mundo económico en el que prosperaron las empresas mercantiles y fue uno de los más florecientes de la época. Samuel D.Goitein, en su excelente y documentada obra Una Sociedad Mediterránea, dice que los mercaderes judíos, gracias al grado de libertad y tolerancia religiosa, llamaron al Egipto fatimida "el país de la vida".
Mohamed Charfi, tunecino, jurista, antiguo ministro y presidente de la Liga de Derechos Humanos, en su reciente libro Islam y Libertad, el malentendido histórico, afirma: "La experiencia histórica ha demostrado claramente que un gobierno religioso no puede ser democrático y que, si toda dictadura es condenable, la dictadura religiosa es la peor. Pretende no solamente controlar las relaciones políticas y sociales, sino también las actitudes individuales. En 1985, M. Radjavi, presidente del Consejo Nacional de la resistencia iraní, dio una lista de unas 10.300 ejecuciones por el régimen de Jomeini, entre ellas, 18 mujeres embarazadas, 430 adolescentes y 54 candidatos al Parlamento en la primera elección". Esta lista sería casi interminable si incorporáramos los años posteriores. Las recientes represiones de las manifestaciones estudiantiles en Teherán, no son sino una prueba más de los padecimientos del pueblo iraní y de su resistencia -que no disimulo- ante la opresión, y también del esfuerzo de algunos sectores gubernamentales que, en difíciles circunstancias, pugnan hoy día por abrir y humanizar el régimen y han conseguido la destitución del general jefe de la policía. Hubiera sido necesario en el artículo de referencia haber especificado claramente que el shiísmo iraní, como todo integrismo, es una profunda desviación de cualquier concepción humanista y se ha convertido en una interpretación partidista e interesada de la doctrina islámica. "No cabe coacción en materia de religión", dice el Corán en la Sura 2, aleya 256. Otra cosa es lo que interprete, diga y haga el clero iraní en el poder.
Jerónimo Páez es abogado.
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