La medalla del trabajo para Escartín
El corredor aragonés es el más veterano de un pelotón español activo y exitoso en este Tour
El ciclismo español deja el Tour con un buen sabor de boca. Cada uno de los cuatro equipos que hace un año abandonaron violentamente la carrera tiene hoy motivos para ofrecer una sonrisa en el balance final. Suman dos corredores en el podio (Zülle y Escartín), tres victorias de etapa (2 de Etxebarria y una de Escartín), la general por equipos (Banesto) y han colocado cinco corredores entre los 10 primeros de la general (Zülle, Escartín, Casero, Olano y Perón). Se le reconoce al pelotón español haber sido el gran animador de la carrera. Sin embargo, si alguien ha podido colmar todas sus aspiraciones, si alguien ha dejado a la afición satisfecha, ése es Fernando Escartín. No es un corredor carismático, ni tampoco mediático. No es tampoco el estandarte de una renovación en el ciclismo español: Escartín, a sus 31 años, era el más veterano del pelotón nacional. Por eso su triunfo tiene unas características muy personales. Es un éxito muy particular, el reconocimiento a su tenacidad, algo así como la medalla al trabajo.Escartín tardó seis años en perder su condición de gregario. No fue ese tipo de ciclista joven al que se cuida su calendario; se le reconocía su resistencia para la escalada y esa cualidad fue puesta a disposición del suizo Toni Rominger, para quien trabajó hasta 1995, temporada que tuvo un triste final para Escartín: Juan Fernández, por entonces director del Mapei, le prohibió correr la Vuelta a España por sospechar que estaba negociando su próximo contrato con Kelme y con Banesto. Banesto le quería para auxiliar en la montaña a Induráin, Kelme le ofrecía la jefatura. De esa elección han sobrevenido tres temporadas de incansable esfuerzo por hacerse un hueco en la consideración popular a fuerza de convertirse en una suerte de Poulidor español (2º en la Vuelta a España de 1997 y 1998, 6º en el Tour de 1996, 5º en el Tour de 1997). Mientras Escartín trabajaba a destajo, otras generaciones más jóvenes le adelantaban por la izquierda como herederos del reinado de Induráin. El tiempo no se detenía en Escartín, por mucho que aguantase en primera línea con los mejores en cada puerto. No había tiempo: Escartín era una anécdota en medio del espectáculo que prometían los Santi Blanco, Jiménez, Casero y Heras. Su tenacidad ha obrado el milagro y ha conseguido que la cámara se fije en él. Es más, ha logrado que el público aplauda lo que considera justa correspondencia a la constancia en el trabajo. En ese sentido, Escartín es compatible con todos los demás ciclistas, no rivaliza con ninguno. Escartín está solo y no hace daño a nadie. No habla contra nadie. No polemiza. Por eso, el éxito que le acaba de llegar es exclusivamente suyo. Escartín encabeza un pelotón nacional que ha tenido una presencia muy activa: han sido mayoría en las etapas de montaña, han actuado sin complejos en el mediodía francés o en la selección de escapadas. A Escartín se le reconoce haber sido el auténtico rey de la montaña. En la suma de las etapas de Alpes y Pirineos ha sido el mejor: le ha recortado 44 segundos a Armstrong y 1.06 a Zülle. El ciclismo español ha descubierto un ganador de etapas como el joven Etxebarria, con la suma de velocidad e inteligencia suficientes como para labrarse un palmarés más que digno. Han aparecido por la escena gregarios solventes como Txente García Acosta, Beltrán, Santos González, Curro García y, por fin, José Luis Arrieta, un auténtido director de ruta. La sorpresa final ha estado del lado de Ángel Luis Casero, que ha sido un descubrimento hasta para su propio director. Casero, sin embargo, no debe engañarse por el 5º puesto que acaba de conseguir: debe dejarse ver más en los grandes momentos si no quiere convertirse en un corredor episódico.
A falta de una figura estelar, el ciclismo español ha demostrado, fundamentalmente, su seriedad. Rivalidades aparte (léase el duelo ONCE-Banesto), España presenta cada año al Tour un pelotón sólido y profesional, bien preparado y bien dotado. Y, sobre todo, estable. España ha creado un estilo en el ciclismo, que todos elogian en el exterior, con formaciones disciplinadas y entusiastas. Que no sea un pelotón bien avenido es otro cantar, cuestión extensiva a otros deportes y que debe responder a algún gen todavía no descubierto en el código genético de los españoles. En este panorama, Escartín no ha sido un actor sobresaliente hasta ahora, pero sí ha sido un reflejo de la profesionalidad, el trabajo y la seriedad del pelotón nacional.
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