No hay rival para Armstrong
El líder sentencia el Tour en los Alpes mientras se avecina una dura lucha entre los equipos españoles por ocupar el podio
Habría que haberle visto junto a Ullrich y Pantani para contextualizar mejor la dimensión de la actuación del líder. De Lance Armstrong no puede existir duda alguna tras la exhibición de autoridad que prodigó ayer: es el ganador del Tour salvo accidente o desfallecimiento imprevisto. Su dominio sigue las mismas reglas, y casi la misma estética, que el que demostraron hace bien poco Riis (1996) y Ullrich (1997). Se está empleando sin concesiones en todos los terrenos, hasta dejar en evidencia a quienes podrían haber sido sus contrincantes. Sus últimos cinco kilómetros camino de Sestriere simularon la misma potencia que la demostrada en la contrarreloj. No dejó un cabo suelto. Nadie pudo estar a su altura. Luego es verosímil que todos entiendan que no vale la pena discutirle el liderato. En esas condiciones, la lucha por el podio se avecina algo más que interesante para el pelotón español, extraordinariamente activo en la primera jornada alpina (cuatro corredores entre los 13 primeros de la etapa). Atisba el horizonte una batalla entre Zülle (léase Banesto), Escartín, Olano y hasta Casero, no tan desigual como pudiera parecer: merece atención el esfuerzo de Olano, quien limitó las pérdidas en una coyuntura desfavorable. De nuevo el Tour pisó el Galibier, una montaña tediosa por interminable, que suele reservar condiciones extremas para poner a prueba a los corredores. El cielo se oscureció cuando el Galibier, que a veces parece tener vida, adivinó la llegada de los ciclistas. La tormenta avisó de su presencia con una descarga de truenos.
Naturalmente, el Galibier estableció el guión de la jornada. Recibió la visita en solitario de José Luis Arrieta, todo un aviso de que el Banesto tenía un plan. Arrieta se había introducido en una escapada de cinco corredores y dejado su compañía para coronar en solitario por el Telegraph y el Galibier. La presencia de Arrieta tenía otra lectura: prepararle el camino a Zülle. Antes, claro está, había que tomarle la medida a mucha gente, entre ellos al líder. Para ese completo chequeo bastó el Galibier, para las matizaciones fue necesario Sestriere.
El Galibier puso a prueba la dirección de Armstrong, que nunca perdió los nervios. Puso a su equipo en cabeza del pelotón y fue usando efectivos hasta quedarse solo. Durante mucho tiempo fue un testigo mudo de cuanto sucedió a su alrededor, hasta que decidió hablar con rotundidad. El Galibier hizo una selección natural entre los 60 concurrentes que comenzaron en el grupo que marchaba tras Arrieta. De esa selección, quedó marcada una división entre nueve corredores que acompañaron a Armstrong y un segundo grupo que terminó siendo responsabilidad de Olano. A la fina estrategia de Banesto (Arrieta, Zülle y Beltrán en la zona de operaciones) se incorporó la actividad de Kelme (Castellblanco, Contreras y Escartín) en las primeras hostilidades, junto a la presencia de hombres como Virenque y Gotti (ambos del Polti), además de Dufaux (Saeco). Por detrás, el ONCE se organizaba adecuadamente en la defensa de las posiciones de Olano, que contaba con Serrano, Perón y Rodríguez en su auxilio.
Así llegaron a Sestriere: Escartín explorando el terreno con ataques de medio calibre, Beltrán acompañando a Zülle. Zülle en permanente vigilancia de Armstrong. Olano trabajando en el intervalo. Casero amarrado al segundo grupo. De lo que no quedaba ninguna duda es de que el Tour ha hecho ya la selección: estos hombres, junto a Virenque, Dufaux y Tonkov, son los aspirantes al podio, con todo lo que ello significa: los cuatro equipos españoles a la greña. La coyuntura promete sustento para la polémica nacional; por ejemplo, cuando llegan las comparaciones entre Olano y Escartín con los datos de la escalada final a Sestriere en la mano: ¡Olano recuperó tiempo sobre el aragonés! Por ejemplo, cuando Zülle ataque a Olano, cuando lo haga Escartín, si es que acaso Casero quiere meterse en la pelea. Sus movimientos, sus aliados de conveniencia, el cara a cara. ¿Y si Olano o Escartín necesitaran la ayuda de Banesto para colocar a un español en el podio? Interesante. Fuera del debate, naturalmente, queda Armstrong.
Porque Armstrong estuvo callado largo rato. Supo moverse con soltura en un grupo donde estaba solo: no tomó iniciativas hasta el momento preciso, pero anduvo atento a que la situación no escapara a su control. En ese sentido, su actuación sirve para hacerse una radiografía exacta de su dominio: anda sobrado de fuerzas y tiene la cabeza en su sitio. A falta de 11 kilómetros para la meta, dio el primer aviso para neutralizar una escapada de Escartín y Gotti, que habían logrado abrir hueco. Se comió la diferencia en un momento, mientras le daba un aviso a Zülle, que necesitó su tiempo para restablecer la situación. Cuando el grupo estuvo maduro, arrancó con todas las de la ley: el golpe certero, las fuerzas vivas, la explosión que rompe la carrera, la estética imponente del líder solo al mando del Tour usando su autoridad. Ese era Armstrong disparado hacia la meta, invencible. Sin réplica. En ese momento se echaba a faltar a Ullrich y Pantani para tener el cuadro completo, para determinar con precisión qué tamaño de líder es Armstrong. En cualquier caso, este Tour es suyo.
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