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Reportaje:

El Gobierno de los mismos y cuatro más

José Manuel Romero

Mientras masticaba unos palitos de pan crujiente en un restaurante italiano junto al Teatro Real y esperaba a la medianoche del 27 de mayo para iniciar su campaña electoral, Alberto Ruiz-Gallardón, del PP, jugaba con sus invitados a las quinielas del 13-J. Aquella noche, la diversión consistía en adivinar por cuántos escaños ganaría el anfitrión de la cena. Confiado en su victoria, el presidente escribió en un papel su pronóstico: "56" (en 1995 consiguió 54 de 103 escaños). Su mujer, María del Mar Utrera, más optimista, votó uno más, "57". Deseaba Ruiz-Gallardón ese resultado para afrontar con suficiente gasolina su segunda y última legislatura desde la reformada Casa de Correos de la Puerta del Sol. Con una mayoría más absoluta que la conseguida en 1995 podría prepararse con garantías su trampolín al palacio de la Moncloa cuando Aznar la abandone. Pasó la campaña electoral sin que Ruiz-Gallardón se midiese con la candidata Cristina Almeida ni replicase a sus acusaciones. Así llegó a la jornada electoral. A las seis de la tarde del 13 de junio (dos horas antes del cierre de las urnas), Ruiz-Gallardón recibió en su despacho de presidente las noticias sobre las encuestas a pie de urna hechas por dos institutos demoscópicos. Los expertos en sondeos coincidían en que el PP empataría o perdería la mayoría absoluta en la Comunidad.

El presidente se deprimió y buscó desesperado razones para explicar el fracaso anunciado. Podría haberle perjudicado la lluvia que cayó desde el mediodía y que pudo ocasionar más abstención de la prevista, o la aparición de encuestas demasiado favorables al PP en los días previos al 13-J... Durante unas horas, Ruiz-Gallardón bajó a su infierno particular y manejó la posibilidad de convocar una conferencia de prensa para anunciar que abandonaba la política porque había entendido el mensaje de los electores.

No lo hizo. Los cálculos de los especialistas en encuestas fallaron con estrépito, y el PP, aún con 150.000 votos menos que en 1995, consiguió un resultado histórico en Madrid: 55 diputados y 51,07% de sufragios. Nadie había cosechado antes un porcentaje de votos y un número de escaños tan alto en los 16 años de historia de la Comunidad de Madrid. Ruiz-Gallardón pidió bocadillos y cerveza para pasar el mal trago y bajó triunfal a medianoche para felicitarse en público por el éxito. Arrancaba así la segunda legislatura de la era Ruiz-Gallardón y de su "Gobierno de los mejores".

Muchas semanas antes de aquel 13-J, el presidente regional decidió que su Ejecutivo (siete consejeros) merecía la renovación porque nadie entendería la sustitución de un equipo cuya gestión había sido refrendada con una nueva mayoría absoluta. Seguirían todos, menos Jesús Pedroche, consejero de Presidencia, al que Ruiz-Gallardón había decidido regalar la presidencia de la Asamblea de Madrid. Era un puesto cómodo desde el que Pedroche podría soportar sus intensos dolores de espalda. Le sustituyó por otro leal, Manuel Cobo, su portavoz parlamentario durante cuatro años. Al resto de ministros, ni tocarlos, pensó Ruiz-Gallardón, según aseguran ahora algunos de sus principales colaboradores. El presidente prefería la continuidad de todos, pese a las recurrentes cábalas de varios medios de comunicación que cada mes insistían en la segura caída del titular de Economía, Luis Blázquez; en la probable destitución del consejero de Educación, Gustavo Villapalos, y en la sustitución de Rosa Posada, consejera de Sanidad y Servicios Sociales.

En el desenlace final de esta historia se registró una baja. Cuando Ruiz-Gallardón le contó a Rosa Posada sus planes para dividir en dos la Consejería de Sanidad y Servicios Sociales por la llegada de las nuevas competencias. Y le precisó que Pilar Martínez, ex alcaldesa de Villaviciosa de Odón, se ocuparía del área social y a ella le dejaba la sanitaria, Posada rechazó el cargo. En ese empeño se había quemado durante cuatro años, en los que había sufrido algunas críticas del colectivo médico, a veces impulsadas y jaleadas por dirigentes del PP. Prefería otra cartera menos borrascosa. Pero a Ruiz-Gallardón no le quedaban. Esta versión sobre la caída de Posada del Gobierno regional ha sido confirmada tanto por el equipo de la ex consejera como por los que hablaron de este asunto con el presidente regional.

La baja de la consejera de Sanidad fue cubierta de urgencia. El elegido se llama José Ignacio Echániz, tiene 36 años y es diputado nacional del PP. Llegó al Gobierno regional por descarte, según varios dirigentes del partido. Cuando Posada renunció a seguir en Sanidad, Ruiz-Gallardón se fijó en Echániz. Es médico, aunque nunca ejerció; está bien visto en el partido y en La Moncloa, aunque nunca tuvo poder; posee un expediente académico brillante y ha estudiado los procesos de traspaso de competencias sanitarias a comunidades autónomas, aunque nunca se encargó de gestionar ninguno.

Echániz se convirtió de carambola en la segunda gran baza de Ruiz-Gallardón para su último Gobierno. La primera apuesta importante para su futuro de presidente la pensó hace mucho tiempo y la ejecutó el viernes pasado: nombró vicepresidente a Luis Eduardo Cortés para que le descargara de trabajo.

En las cenas de los domingos con Cortés, consejero de Obras Públicas, el presidente ha planeado en los últimos meses su futuro y ha escuchado cómo su compañero de mesa le animaba a escalar los muros de La Moncloa. Cortés, de 56 años, licenciado en derecho y en gemología, propietario de Jockey y Club 31, dos de los restaurantes más afamados y caros de Madrid, tiene la acreditación técnica suficiente para saber cuándo se encuentra ante una piedra preciosa, aunque tenga apariencia de pedrusco. En política, el gemólogo Cortés también ha demostrado su capacidad para descubrir valores en bruto. Cuando tenía 40 años, el centrista Cortés ingresó en AP y se cruzó en su carrera con un joven de 24 años que hacía sus pinitos como concejal de derechas en Madrid. Tras cuatro años de experiencia en la oposición, Cortés aconsejó a Ruiz-Gallardón cambiar de plaza para evitar la sombra de José María Álvarez del Manzano. Ruiz-Gallardón aceptó el consejo, se presentó a las elecciones autonómicas en 1987, cosechó peores resultados que su antecesor (Guillermo Perinat) e inició su travesía hasta la presidencia regional, que logró en mayo de 1995. Antes de ganar, ya había planeado fichar de consejero a Cortés, que entonces dormitaba en el Congreso de los Diputados. Le nombró titular de Obras Públicas y le encargó hacer al menos 20 kilómetros de metro en cuatro años. Cortés consiguió inaugurar 55 y se ganó el cielo en el universo de Ruiz-Gallardón.

Cortés metió la pata (descubrió un goya que supuestamente llevaba 100 años abandonado y lo vendió como una gran exclusiva hasta que se descubrió que el autor era otro; llamó racistas a vecinos de Vallecas...) y fracasó en algunas gestiones (anunció 20 veces una operación urbanística perfecta para levantar la Ciudad de la Justicia y una inmobiliaria le frustró el plan en un segundo...). Pero su eficacia construyendo metro y firmando grandes proyectos, como el de la Ciudad del Ocio, le valió la vicepresidencia. Hace casi dos años, cuando el rumor sobre el ascenso de Cortés empezó a correr, varios consejeros y diputados del PP encendieron la mecha de los comentarios negativos contra el nuevo subjefe.

El vicepresidente manda desde el viernes sobre ocho consejeros: cuatro viejos compañeros de Gobierno (Antonio Beteta, Carlos Mayor Oreja, Luis Blázquez, y Gustavo Villapalos) y cuatro que estrenan cargo (Manuel Cobo, Pilar Martínez, Alicia Moreno y Echániz). El Gobierno de los mismos ("mejores") y cuatro más.

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