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Hacia el fin de la guerra civil en Argelia

Las primeras medidas de reconciliación del presidente Buteflika devuelven la esperanza tras siete años de violencia

Juan Carlos Sanz

ENVIADO ESPECIALAlgo se mueve en Argelia, aunque el final del túnel de la violencia queda lejos. El país magrebí parece empezar a salir de una guerra civil que ha dejado 100.000 muertos, un millón de familias afectadas y más de medio billón de pesetas en daños producidos por atentados. Las primeras medidas de reconciliación impulsadas por el presidente, Abdelaziz Buteflika, de 62 años, han enviado un claro mensaje: los argelinos quieren pasar la página de los últimos siete años.

En casi un mes, el heredero del régimen que impidió por la fuerza la llegada al poder del Frente Islámico de Salvación (FIS) en 1992 ha obtenido el adiós a las armas de la guerrilla del FIS, ha indultado a más de 2.300 islamistas y ha hecho aprobar la Ley de Concordia Civil para la excarcelación de combatientes integristas.

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Mohamed Ziani, un profesor universitario de 52 años y dirigente de la Asociación Nacional de Familiares de Víctimas del Terrorismo, muestra su vientre reventado por dos cartuchos de escopeta. "No tengo abdominales desde el atentado", explica. Idriss Hadadi, de 69 años, un jubilado que pagó con cuatro años de cárcel en Francia su lucha por la independencia argelina, señala la fotografía de su hijo, Salim, desaparecido desde 1994 tras ser detenido en una mezquita por la Seguridad Militar.

Hablan en lugares separados, pero sus palabras convergen. "Yo no podré olvidar nunca; es el Estado el que tiene que perdonar", dice el primero. "Hay signos de que Buteflika puede arreglar los problemas", reconoce el segundo, "pero no sé dónde está mi hijo, ni siquiera puedo ir a esperarle a la prisión... Llegará un día en que pagarán todo lo que han hecho, como los nazis, como Pinochet. La verdad se sabrá tarde o temprano".

Buteflika, ministro de Exteriores y líder del movimiento de Países No Alineados durante la edad de oro argelina de los años setenta, acababa de salir de dos décadas de ostracismo interno y exilio, cuando fue elegido presidente, el 15 de abril, en una controvertida votación que fue boicoteada por la oposición. Su posterior silencio fue interpretado como un signo de debilidad ante un Ejército, el poder real -el gran mudo, como se le apoda en Argelia- dividido en clanes enfrentados. Sus promesas de paz, lanzadas en la campaña, ya no pisaban terreno firme.

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Pero el veterano dirigente, que combatió a los franceses en el maquis nacionalista a los 16 años, y que a los 25 años era ministro, parece decidido a recuperar un papel protagonista. Para ello ha tomado al asalto la televisión estatal, única fuente de información de una población rural necesitada de consignas de esperanza, y ha seducido con entrevistas los medios franceses. Se dirige a su pueblo con una franqueza desacostumbrada. "No soy el único que actúa en el escenario", reconocía el viernes en la cadena de televisión TF1, "pero llevaré mi política hasta el final, a pesar de los icebergs que tendré que sortear".

"Los generales le han librado un cheque en blanco", ha revelado Ahmed Ben Bella, el primer presidente argelino después de la independencia, que acaba de regresar a Argel al término de un segundo exilio. Las Fuerzas Armadas también han recibido un doble mensaje del presidente: "No tengo ningún complejo ante los generales, pero nadie podrá obligarme a tomar medidas restrictivas contra el Ejército". Es decir, no habrá caza de brujas tras la guerra sucia.

"Las personas implicadas en actos de terrorismo y subversión que expresen su firme voluntad de cesar en sus acciones criminales tendrán la oportunidad de reinsertarse en la sociedad. Quedan excluidos aquellos que hayan participado en matanzas, atentados con explosivos en lugares públicos o violaciones", reza el encabezamiento de la ley de concordia aprobada el jueves por la Asamblea Popular Nacional (Cámara baja del Parlamento), gracias a la aplastante mayoría gubernamental, una coalición de partidos oficialistas e islamistas moderados que controla el 75% de los escaños. Después de pasar el trámite de su aprobación en el Consejo Nacional (Cámara alta), la ley será sometida a referéndum, quizá en septiembre. El presidente renunciará si pierde la votación.

Buteflika estaba dispuesto a imprimir un ritmo acelerado a la reforma. Pero el espectacular impulso inicial parece haber sido frenado por las advertencias de sectores militares antiislamistas y las protestas de las asociaciones de familiares de víctimas del terrorismo, que han visto como una afrenta las imágenes de la salida a la calle de presos acusados de apoyar a las guerrillas integristas, sin que el Gobierno haya cumplido su promesa de pagar pensiones a miles de viudas y huérfanos.

Hasta el día del referéndum, que sin duda ganará el presidente, habrá tiempo suficiente para que los sectores erradicadores del islamismo digieran el programa de reconciliación nacional, al tiempo que comprueben que su influencia ha perdido peso en la sociedad. Los sectores dialoguistas, entretanto, se limitan a criticar, desde el Frente de Fuerzas Socialistas, la opacidad y las limitaciones de las propuestas del poder, pero no es previsible que hagan campaña contra la ley de concordia, que ha recibido el apoyo de la dirección del FIS en el exilio.

En esencia, Buteflika ha prometido a su pueblo la recuperación económica a cambio de la reconciliación nacional. Hay razones de sobra: el 40% de los 30 millones de habitantes del país magrebí vive por debajo del umbral de la pobreza; los jóvenes (más de la mitad de la población no ha cumplido los 30 años) malviven entre el contrabando y los empleos eventuales; el paro oficialmente registrado supera el 30%; cerca de medio millón de trabajadores del sector público han sido despedidos; siete millones de ciudadanos, en su mayoría mujeres con baja escolarización, son considerados analfabetos; la media de ocupación de las viviendas ronda las ocho personas. Miseria y hacinamiento agravados por el terror.

Las expectativas de que Buteflika levantara las restricciones a las libertades constitucionales y suprimiese los permanentes controles policiales en las calles han quedado frustradas tras el parón impuesto al proceso de reconciliación. El presidente parece esperar ahora a la celebración del referéndum antes de anunciar nuevas medidas de pacificación, como la liberación del líder histórico del FIS, Abasi Madani, o la revisión de la condena de su número dos, Alí Benhadj, recluido en la prisión de Blida, a 60 kilómetros de Argel.

En su discurso del lunes, Buteflika reconoció los errores. Pero también pidió el respaldo a la reconciliación y a la concordia. Habrá que esperar. Cuando el presidente levante el estado de excepción y confirme un amplio indulto, cuando Madani pueda acudir al rezo del viernes, cuando Khaled (el rey de la música popular rai) cante de nuevo Didi bajo la sombra del castillo de Santa Cruz de Orán..., entonces, sí, se podrá hablar de paz en Argelia.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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