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A. R. ALMODÓVAR Ya lo predijo Concha Pino: "En Sevilla puede haber una sorpresa". Fue exactamente el domingo 13 de junio, día de elecciones, en una entrevista concedida a El Correo de Andalucía, y a la pregunta de qué iba a pasar con la alcaldía de la capital andaluza. Es esta Concha Pino una arúspice muy popular, que en nada recuerda a esos fantoches cargados de abalorios y de miradas torvas que te amargan el pronóstico -y la cuenta corriente- con cuatro paparruchas de sentido múltiple. Por el contrario, su aspecto es el de una afable ama de casa rebosante de energía positiva, como se dice en el argot, que descifra las entrañas del porvenir con simplemente una echada de cartas españolas; va derecho al grano y es devota del Gran Poder, la Macarena y Fray Leopoldo. O sea, una vidente como Dios manda. Nunca revela sus malos presagios y dice que no le gusta meterse en política. Pero auguró la caída de Alfonso Guerra, el ascenso de Julio Anguita cuando era cabo del Partido Comunista (todavía no se le ha preguntado cómo ve ahora el futuro de este líder; pero tampoco hay que ponérselo tan fácil). Por último, acierta otra vez con lo de la alcaldía de Sevilla. No se sabe qué pensó de Alfredo Sánchez Monteseirín cuando en 1991 éste se tiró de espontáneo al ruedo del PSOE, a pique de que lo empitonara el aparato. Probablemente nada, porque nada o casi nada era entonces este flamante alcalde de Sevilla, empecinado como pocos en la difícil renovación de un partido centenario, un tiempo desviado en extrañas aventuras financieras, reyertas familiares y espesas baronías. Pero con una cuadrilla de remiendos y algún padrino en la sombra, hizo una faena memorable que acabó en Congreso Extraordinario. Allí se habló por vez primera del voto individual y secreto en las decisiones internas del partido; también de algo semejante a lo que luego resultaron ser unas primarias y, en fin, de que ya era hora de que las cosas fueran cambiando, para no morir ni siquiera de éxito. Y no murió él en ese empeño, ya digo, de milagro. Pero como los toreros de casta, seguro que pensó: o me matan o llego hasta arriba. Y hasta arriba llegó. Contra viento y marea -y también contra algunos compañeros emboscados en suntuosos despachos especulativos-, sumando y sumándose, queriendo y dejándose querer, ha conseguido devolver al PSOE una alcaldía que un antecesor suyo dejó como unos zorros, tras proclamar, entre otras agudezas, que un alcalde no tenía por qué ir a los barrios. No es precisamente a los barrios a los que hará ascos este alcalde, curtido como médico en las zonas bajas de la desdicha humana. Ni hurtará la pelea con los viejos lobos y lobas de la política local, por cuyo infierno ya ha transitado. Pero si yo fuera Alfredo, metería en nómina del Ayuntamiento a esa clarividente futuróloga, por si acaso. Concha, dime, ¿ha entendido Rojas-Marcos, de verdad, la diferencia que hay entre repartir y compartir? Concha, mírame en las cartas quién me quiere apuñalar por lo de Tablada. Y los alcaldes del área, de mi mismo partido, ¿están por la labor de una gran Sevilla metropolitana? Y los de Huelva, Málaga, Cádiz, ¿hasta dónde me van a consentir que Sevilla sea la capital de Andalucía? Concha, ¿y eso del metro?

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