Asia se recupera con un crecimiento frágil dos años después de la crisis
Las buenas noticias se agolpan en los monitores de los operadores financieros. Un día, el Gobierno de Tokio anuncia que el crecimiento de Japón durante el primer semestre fue del 1,9%; otro, el Ministerio de Economía de Seúl revisa al alza su previsión de aumento del PIB para este año hasta un 6%. Dos años después de la crisis financiera y económica que azotó a Extremo Oriente, que empezó el 2 de julio de 1997 con la devaluación del bath tailandés, la región reanuda tímidamente el crecimiento, aunque de forma desigual.
A juzgar por los resultados de las bolsas, la crisis ha sido casi superada. Desde que en septiembre de 1998 tocaron fondo han subido, en dólares estadounidenses, un 220% la de Seúl; un 200% la de Kuala Lumpur; un 164% la de Bangkok; un 130% la de Manila, etcétera. Rondan ya el nivel que alcanzaron hace dos años. Partiendo de estas alzas, algunos políticos no han dudado en anunciar que sus países han salido del bache. Es el caso, por ejemplo, del presidente filipino, José Estrada, quien el miércoles declaraba: "Si nos comparamos con nuestros vecinos, como Tailandia, Indonesia o Malasia, hemos salido de la llamada crisis".
Más en serio, la Agencia de Planificación Económica de Japón recalcaba la semana pasada que las economías de la región "habían, a grandes rasgos, tocado suelo y vuelven de nuevo al carril" del crecimiento. Preveía, para este año, una "modesta recuperación generalizada", aunque "habrá disparidades en el ritmo [de la expansión] de un país a otro". De aquí al 2010 estimaba que los antiguos tigres asiáticos crecerían entre un 5,3% y un 6,3% anual en lugar del 7,3% que lograron de media entre 1970 y 1997.
La mayoría de los expertos consideran, sin embargo, que la mejoría es aún frágil. Japón ejerce una gran influencia sobre el conjunto de Asia y su recuperación en lo que va de año es en buena medida achacable a los 200.000 millones de dólares (196.000 millones de euros) de dinero público que el Gobierno está introduciendo en su economía. La incipiente recuperación que ha conseguido sólo se consolidará si la inversión y el consumo se reactivan.
Otra asignatura pendiente para que la mejoría no sea sólo pasajera consiste en ahondar las reestructuraciones. Japón sigue padeciendo un exceso de capacidad de producción, plantillas demasiado abundantes -el paro bajó en mayo al 4,6% de la población activa- y su sector financiero sigue lastrado por los créditos "contaminados". Sus vecinos asiáticos adolecen de idénticos problemas y, a su paso por Seúl, el director del FMI para Asia, Hubert Neiss, insistía la semana pasada en la necesidad de sanear los chaebols (conglomerados industriales).
Aunque ha alcanzado cotas elevadas, la inversión europea y norteamericana en sectores golpeados por la crisis se topa con reticencias nacionalistas y protestas laborales. Tras meses de negociaciones, HSBC, el gigante de la banca británica, no ha conseguido todavía hacerse con el Seoulbank, y las manifestaciones de trabajadores en Java y Sumatra incitaron a Yakarta a reducir la participación que ofrecía a la mexicana Cemex en la planta de Gresik.
La última espada de Damocles que pende sobre la recuperación asiática se llama China. Al evitar devaluar el yuan, el comportamiento de Pekín ha cosechado unánimes alabanzas porque impedía así que se agravase la crisis. Tras situarse en 1998 en un 7,8%, por debajo de la previsión oficial, el crecimiento chino oscilará este año entre un 6,5% y un 7,2%, mientras los precios seguirán cayendo. La tentación de recurrir a la devaluación para espolear la expansión seguirá subsistiendo.
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