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Tribuna
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Mamarrachos

Rosa Montero

He aquí una visión sobrenatural e indescriptible: Fraga ataviado con un chaleco de motorista lleno de flecos. Así vestido saludó el otro día a cientos de moteros que se habían concentrado en Compostela tras hacer la peregrinación del jubileo. Que los motoristas peregrinen ya resulta en sí mismo un poco raro; pero que don Manuel se embuta en un chaleco de Ángel del Infierno es un acontecimiento nacional que no dudo en calificar de estremecedor. Qué extraña afición muestran los políticos a ponerse chalecos, sombreros, chaquetillas, cascos, mantones de manila o ponchos indígenas. Por ejemplo, hay un retrato de Felipe González con un gorrito peruano calado hasta las cejas que todavía hoy, al recordarlo, hace que se me erice el vello en el espinazo. Resulta ciertamente enigmático que todos esos individuos hechos y derechos (y algunos incluso ya bastante deshechos) decidan comportarse como unos mamarrachos, ante todas las cámaras y tan campantes. Cuando menos, esto indicaría que una gran parte de la clase política carece de sentido del ridículo, lo cual me parece un defecto más bien grave, porque el sentido del ridículo es un exudado de la capacidad autocrítica y de la inteligencia.

Pero me temo que la cosa es peor. Esto es, me temo que estos señores y señoras que no tienen empacho en apretarse una cincha con plumas en la frente no son sino vendedores de apariencias, una nada interior que sólo visten con el disfraz o las plumas de los demás. La demagogia y el populismo consisten en eso: en decir al otro sólo lo que el otro quiere oír, y en fingir que uno es exactamente como ese otro, al margen de lo que se piense en realidad.

En esto los políticos son como Zelig, aquel magnífico personaje de Woody Allen que se adaptaba camaleónicamente a lo que los demás querían de él: si estaba con judíos ortodoxos se convertía de inmediato en un rabino; si con camioneros lujuriosos, en una rubia pechugona. Sólo que Zelig no podía evitar su transformación, mientras que los políticos se ponen hechos unos adefesios voluntaria y libremente, creyendo que así arañarán más votos. Y lo peor de todo es que a veces aciertan.

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