Málaga-Sevilla
JUSTO NAVARRO La resurrección del Málaga Club de Fútbol es la resurrección de sus hinchas, huidos del reino de los muertos de la desaparición, la Tercera División y la Segunda. La Primera División es el paraíso: fin de la fuga desde el reino de la nada. Ahora el ángel nuevo, Angelus Novus, ha encontrado su demonio: el Sevilla, que también quiere ser ángel, y hay un choque de estrellas en la Rosaleda: Guerra de las Galaxias. El triunfo del Málaga es esto: las plataformas digitales de televisión, fútbol de teletaquilla, lleno absoluto por primera vez en la historia del club, reuniones en la Subdelegación del Gobierno, 500 vigilantes y un comando especial que llega de Sevilla para proteger los coches sevillanos mientras la Caballería guarda las entradas al estadio. Es un partido de alto riesgo. Ahora tenéis que pensar en mí, ahora tenéis que vigilarme, siente el hincha. Que el Málaga me vengue, espejo de mi vida. Qué alegría ser de los campeones, para siempre jamás. La fidelidad de los hinchas del fútbol es incorruptible: pueden traicionar a los amigos o a las mujeres, pero jamás dejarían al Málaga por el Sevilla, o al Sevilla por el Betis, o al revés. Cuesta enamorarse, pero una vez producido el enamoramiento es insuperable: todos por el Málaga. Nadie le hacía caso al Málaga en los años tristes de tercera, con el campo casi vacío. La derrota es una experiencia solitaria, una forma dolorosa de masturbación. Hoy todos estamos enamorados del Málaga. Por todas partes aparecen camisetas del Málaga: los más jóvenes han encontrado su Real Madrid y su Barcelona, dos dioses que llenaron los años huecos del Málaga hundido. Ser del Málaga es ahora una sensación de fortaleza: los hinchas se han convertido en dragones escoltados por la policía y listos para la guerra de guerrillas. El gusano sale del capullo hecho una mariposa imperial de alas blanquiazules. Es la alegría de ser miembro de un movimiento de masas. Pinturas de guerra y banderas: las banderas siempre son sagradas, es decir, pueden ser rotas en la cabeza del infiel. Los nuevos hinchas viven días de revelación. Hay tres vías para que el fútbol se te meta en la cabeza. En la infancia puede ser parte del marco mitológico en el que uno crece (hasta que choca con él), cuando aprendes listas de jugadores como aprendes a rezar, y manoseas las estampas benditas de los campeones. O, poco a poco, por contagio, el fútbol opera en tu interior como esa canción que oyes 50 veces sin darte cuenta y a la siguiente vez la tienes en la sangre, como un vicio. Los hinchas nuevos del Málaga han vivido la tercera vía: una iluminación. La aparición del equipo campeón en la fuente malagueña de las Tres Gracias. El niño callado ahora grita: -Campeones, campeones, oé, oé, oé. Pero yo, infectado de fútbol desde no sé cuándo, puedo decirles que el fútbol es desagradecido, y es más desilusión que triunfo. El fútbol se parece más a los años negros del Málaga carbonizado. Es un caso de nostalgia permanente, siempre pensando en el pasado que fue mejor y en el futuro que nunca llega: en el campeonato aplazado siempre. El fútbol se parece a la vida. Por eso gusta tanto.
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