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Estado de excepción

Un análisis sereno de los resultados electorales del pasado día 13 en la Comunidad Valenciana permite dos conclusiones. La primera, la victoria sin paliativos de las candidaturas del Partido Popular en las grandes ciudades, en numerosos municipios y en las Cortes Valencianas. La segunda, la ampliación de la distancia entre estos resultados y los obtenidos por el Partido Socialista, en éstas y en anteriores convocatorias electorales. Frente a ello caben asimismo dos actitudes. Negar la evidencia y aplaudir con frases más o menos edulcoradas que la derrota podría haber sido mayor, o que en todo caso se ha avanzado. Las matemáticas, que no la aritmética, como recordaba Josep Torrent en estas mismas páginas, señalan lo contrario. O bien emprender una reflexión rigurosa acerca de lo que espera una parte considerable de la ciudadanía de los socialistas. Porque, ésta es otra. La ciudadanía sigue confiando en la recuperación socialdemócrata que los partidos, y de modo singular el Partido Socialista, parece empeñado en frustrar e incluso negar. Cuando un instrumento de excepción asume la dirección de una organización política, debe tener como norte el restablecimiento de la normalidad orgánica, sin suplantar más allá del tiempo imprescindible, por ejemplo una convocatoria electoral, las funciones y derechos de militantes, afiliados, y en definitiva de los ciudadanos que le confieren legitimidad. Cierto es que esta sociedad, la nuestra, está aquejada de cultura franquista, y que los partidos, los más, sufren de la herencia estalinista. Y no es menos cierto, que las burocracias con este u otro nombre, se prolongan mediante mandatos electorales que les permiten disponer de medios que el común de los ciudadanos, o de los afiliados, carecen. En este sentido, la tendencia de los últimos comicios contribuye a la nidificación de nuevas, viejas, estructuras de poder. No se puede invocar lo improvisado de una candidatura, por ejemplo la autonómica del Partido Socialista, cuando el candidato ya contribuyó a un proceso de renovación interna del propio partido, participó en unas elecciones primarias, y desde luego no era ningún desconocido para esta sociedad. De todo lo cual, como de los resultados aritméticos, no puedo dejar de felicitarme. Felicitación sin autocomplacencia como la que puedo experimentar con el incremento de los concejales socialistas en el Ayuntamiento de Valencia, insuficientes a todas luces para imprimir el giro que la ciudad necesita. Hay otra forma de hacer política. Política de progreso, que no entrañe la prolongación de los estados de excepción, y que permitan una reacción de la ciudadanía. Ya se ha producido en San Sebastián, con Odón Elorza, y se ha consolidado en Barcelona, con Joan Clos, en la antesala de un vuelco político que afectará al mapa político de España desde el próximo otoño, y que incidirá en los modos y maneras de hacer política de progreso, y desde luego deberá hacer meditar a los socialistas en toda España. Modos y maneras, y contenidos, los que permiten movilizar las conciencias y recuperar las preferencias que ahora, y aquí, no se ha conseguido. Si la conclusión del análisis que hacen los responsables es la de eliminación de los disidentes, y la autosatisfacción por los resultados de la última confrontación electoral, lo tienen claro la derecha montaraz, y la más liberal; tienen miedo y espacio amplios para retroceder a situaciones que desde luego la mayoría social de este pueblo quisiera olvidar. Mucho menos justificado aún estaría interferir, desde la provisionalidad y la excepción, en aquellas instituciones en las que la representación política, en este caso de los socialistas, ha asumido responsabilidades que conciernen a la totalidad de la ciudadanía. Desde luego el Comité Federal del PSOE, del 27 de junio tendrá también algo que decir, pues de lo contrario acaso tengan razón quienes ya ven inmediata una fragmentación territorial del primer partido de la oposición en España, cuando, precisamente, los ejemplos que he citado, en Cataluña o en Guipúzcoa, señalan el camino de un feudalismo cooperativo, la integración de la pluralidad nacional de España, y la oportunidad de crear un escenario político capaz de ilusionar, convocar, y hacer participar, a la ciudadanía. Para franquismo y estalinismo, ya tuvimos bastante. Y de memoria, algunos, no carecemos, que bastantes estados de excepción sufrimos, para admitir la prolongación de otro al amparo reglamentista, y del oportunismo, de quienes no quieren dejar el aire limpio de la calle. Quienes nos hemos mantenido fieles a las ideas y leales a las organizaciones tenemos el derecho a la voz y la palabra, sin que quepa invocar las viejas consignas de la unidad, la disciplina, y la fe en el mando, que por otra parte siempre hemos cumplido.

Ricardo Pérez Casado es licenciado en Ciencias Políticas.

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