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ADOLF BELTRAN Hay que buscar alicientes. Aparentemente, el más llamativo de ellos consiste en saber si Zaplana conseguirá o no la mayoría absoluta el próximo domingo. A favor del líder del PP apuntan las encuestas, que sitúan a los socialistas ligeramente por debajo de los resultados de hace cuatro años, cuando fueron desalojados del Consell, lo que dice bien poco de su candidato, Antoni Asunción, y de quienes lo auparon de forma tan traumática desde el aparato del partido. A eso parece reducirse la campaña en su recta final, a dilucidar si los populares dispondrán del control total del Parlamento valenciano. Sin embargo, pesan otras incógnitas sobre los resultados: una posible mayoría de izquierdas en el Ayuntamiento y en la Diputación de Alicante, la improbable entrada del Bloc-Els Verds en el arco parlamentario, la no menos improbable expulsión de los regionalistas de Unión Valenciana a la intemperie, el alcance de la caída en votos de Esquerra Unida... La ceremonia democrática ofrece siempre asuntos de interés menor. Y en democracia son fundamentales los detalles. Sobre esos detalles se justificarán y explicarán los resultados la noche de las elecciones, cuando ya sea todo irremediable. De no mediar sorpresas -que son siempre un gozoso efecto de demostración de la libertad de criterio de los ciudadanos- la gente apostará por más de lo mismo, por una especie de continuidad acentuada, y escasamente matizada, de la derecha al frente de la Generalitat. Todo indica que la noche del 13 de junio serán dirigentes y candidatos de la izquierda quienes pongan cara de perplejidad, amarrados desesperadamente a los detalles como los náufragos a los salvavidas. Así vienen las cosas y, con excepciones, no digo que no se lo merezcan. La pregunta es si podía haberse planteado la competición con otras claves, si era posible colocar a la izquierda, si no en disposición de derrotar a Zaplana, al menos en una magnitud de la política que no reduzca las expectativas a la lotería de la anécdota.

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