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Melancolía futbolística

FÉLIX BAYÓN Cuando se tienen ganas de provocar la nostalgia, cualquier excusa es buena. El pasado domingo, el ascenso del Málaga a los cielos de la primera división me sorprendió paseando por esa ciudad con unos cuantos excombatientes. A Alfredo, un histórico dirigente estudiantil ya en la cincuentena, la fiesta le recordaba a sus años de hippy. "Desde entonces no encontraba esas sonrisas cómplices", decía después de haber aparcado su viejo Renault. La complicidad la había ido convocando a base de hacer sonar el claxon cada vez que se cruzaba con un peatón con aire contento. A mí, la verdad, tantas banderas asomando de las ventanillas y tanto júbilo me recordaba a la revolución portuguesa y a los primeros años de la transición, que ya son ganas de recordar. Pedro, cineasta y compañero de Alfredo en los sesenta en el sindicato estudiantil SDEUM, precisaba más; quería ponerle palabras al rítmico sonar de las bocinas: "Llibertat, amnistia, estatud de autonomia", musitaba. Justo, escritor, sonreía silencioso y saludaba levantando el puño a todos los coches que pasaban junto a él. Luis, poeta, se mostraba comprensivo ante tal derroche de entusiasmo: "Yo ya sólo aplaudo en el fútbol", decía. A la hora de comer nos encontramos con más amigos y todos fueron haciendo exhibición de lo frescas que seguían teniendo en la memoria las alineaciones de los viejos equipos de fútbol de aquellos años en los que las tardes de los domingos eran tardes de radio y tedio. El lunes, los periódicos decían que unos doscientos mil malagueños habían salido a las calles para festejar el triunfo de su equipo. No parece una exageración: hasta las niñas de primera comunión llevaban bufandas con los colores blanco y azul del Málaga. Entre la multitud era difícil, si no imposible, encontrar a alguien con ese aire feroz que se suele identificar con los forofos de este deporte. Había muchas sonrisas. Eso sí, abundaban los gritos antisevillanos, pronunciados de una manera bronca, nada cordial: "Puta Sevilla, puta capital" Durante los últimos años, muchos malagueños vivieron como una humillación la desaparición de su equipo de fútbol, que, tras resucitar, inició una travesía ascendente que comenzó desde lo más bajo que en el fútbol se puede llegar a caer: desde la tercera división. Para una ciudad que tiene sus raíces taponadas con el hormigón vertido sobre ellas por la especulación urbanística de los sesenta, aquello fue peor que lo de ver pasar de largo las grandes inversiones del 92: la Expo, el AVE... Muchos ven en esta sucesión de hechos la causa de ese irredentismo malagueño que acostumbra a medirse mirando de reojo, y con mala cara, a Sevilla. Sería bueno que la victoria del Málaga sirviera para dar confianza a esta sociedad desarraigada y titubeante que tiene muchísimas razones para tener fe en sí misma y en su futuro. Sería toda una metáfora propia de estos tiempos que la confianza comenzara a encontrarla a través del fútbol. La política ya no levanta pasiones; ahora se sigue con frialdad y rutina. Quizá tenga razón Luis: probablemente, sólo los que corren detrás de un balón merezcan ya los aplausos de sus semejantes.

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