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CICLISMO Giro de Italia

El viejo Jalabert ha llegado (para incordiar a Pantani)

Tercera victoria de etapa del francés en un mano a mano final con el líder

Carlos Arribas

¿Quién es aquel que ataca en aquel repecho? De espaldas, con los ojos cerrados, sin mirar, sin tener ni idea de ciclismo, siendo la Biblia, estando en Babia o de vacaciones en el Caribe se podía responder, con un margen mínimo para el error. Sólo bastaba decir un nombre, Laurent Jalabert. Daba lo mismo la carrera. Ya fuera la Vuelta a Murcia o el Tour de Francia, la Flecha Valona o la Milán-San Remo, la Vuelta a España o el Critérium de Mazamet, su pueblo. Era Jalabert, el viejo y bulímico francés, ciento y unas cuantas victorias en su zurrón, siempre impaciente, como si los repechos, las cuestas y hasta los puertos le colocaran, le dejaran en una situación de trance en la que automáticamente, como un muelle, debiera saltar. "Era superior a mis fuerzas", decía, intentaba explicarse. Ese Jalabert era cosa del pasado. Hasta ayer. Este Giro parecía otra cosa. Un hombre maduro y zorro. Conocedor de sus límites y de sus extremos. Hasta ayer. Perdió el liderato, obligatoriamente en la alta montaña, pero no se fue mentalmente de la carrera. Todo lo contrario. El viejo Jalabert ha llegado. Está en el Giro. Y Pantani lo nota. Menudo incordio.Una cuña en el planeta Pantani. Dos exhibicionistas cara a cara. El líder, el Pirata italiano, se siente tan superior, tan patrón del pelotón, que intenta convertir cada etapa en un plebiscito, más, en una vitrina, en un escaparate de sus habilidades. El Giro es su show y el guión sólo debería tener espacio para él. Ayer, por ejemplo. Un insidioso repecho de unos cuantos kilómetros en el final. Dos vueltas por el circuito para verlo y calibrarlo. Pantani no tanto, que ya lo conocía del Giro de 1993; pero para Jalabert era nuevo, pero no le sorprendió, más bien le confortó en su idea inicial, no en vano había ordenado que su equipo, el ONCE, trabajara en serio para evitar fugas extemporáneas.

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No hubo concesiones para el Amica Chips, Ballan, Banesto, Cantina Tollo, Lampre, Liquigas, Mapei, Navigare, Riso Scotti y Vitalicio, los equipos (10 de los 18 participantes) que aún no han ganado ni una etapa, los conjuntos que se juegan su Giro particular en los seis días que quedan (cuatro, como mínimo, se quedarán en blanco, aunque si se sigue con la tendencia 99, 15 etapas para ocho equipos, como mucho, sólo tres escuadras más se estrenarán): Pantani quería mostrar otra de sus facetas, la de rápido finiseur en finales que requieren potencia además de velocidad, y dar otra alegría a su afición que tanto le quiere; a Jalabert, por su parte, se le hacían los ojos chiribitas y la cabeza calculadora: 12 segundos por aquí (bonificación por la victoria), un golpecito por allá, y el miércoles me vuelvo a vestir de rosa en la contrarreloj (2m 6s, la diferencia entre el italiano y el francés en la general; 45 los kilómetros llanos de la contrarreloj de mañana en Treviso).

Así que después de dejar que los secundarios (Missaglia, Bettini, Smetanín, Pozzi, Simeoni) hicieran caldear el ambiente, llegado el último kilómetro el viejo Jalabert saltó a escena; el Pirata, a su rueda; forcing del francés, que se deja ir un instante, para coger aire; Heras y Savoldelli, los jóvenes emergentes, muestran su ansia en el entretanto, pero los dos papas de este Giro, los dos mejores corredores, querían para sí todo el escenario. Todo se lo jugaron en el último golpe de riñón. Y por un palmo, por los pelos, que diría el gracioso, ganó Jalabert. La rapidez con que se desarrolló el último kilómetro provocó un inevitable corte en el que los más perjudicados fueron Clavero (perdió 23 segundos, más los 12 de bonificación del francés) y Gotti (14 segundos). Pantani nota el incordio del francés. Más le pesa en su espalda cuanto más quiere quitárselo de encima. Tenía previsto el week end de los Alpes piamonteses (Fauniera y Oropa) para de dos golpes maestros mandar al francés a las catacumbas antes de que pudiera revivir en la contrarreloj. La inteligencia del francés en el post Fauniera y la avería del Pirata (y la potencia de Jalabert) en Oropa, se lo han impedido. Que no sufra, le dicen en el ONCE, que aún tiene tres etapas de alta montaña a su gusto.

Quien ya no es un peso para nadie, salvo para sí mismo, es José María Jiménez. El Chava, recién llegados al repecho, se subió al autobús de los sprinters. Llegó a casi 10 minutos.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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