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Chicote

Me lo recuerda el viejo amigo Antonio Lopera, memoria y fe de la hostelería española: "Sabes que un día de mayo de 1899 nació Perico Chicote". No lo sabía, y tampoco la fecha en que murió. Fue un madrileño muy importante, un madrileño fetén, número uno en su menester, lo que le hace acreedor a recrear su memoria en los aledaños de semejante aniversario. Como casi todos los grandes personajes, empezó por el principio, que siempre está abajo. Cuando niño repartió telegramas por las calles de su ciudad, y entra, adolescente, en el mundo de los bares y hoteles, donde también se comienza por las primeras letras, como ayudante, comis, creo que es la denominación. En 1923 es barman, por vez primera, en El Palacio de Hielo. Según cuenta en una excelente entrevista que acabo de leer, hecha por César González-Ruano, allí fue a verle un patriarca de aquellos establecimientos, monsieur Pidoux, propietario del primer bar que hubo en la Gran Vía. Le contrató por un gran sueldo, 200 pesetas mensuales, cantidad importante: en aquellos tiempos en que un whisky, en lugar de lujo, costaba 2,50.Había pasado del local elegante, donde iban incluso las infantas de entonces, a este sitio cosmopolita, mezclados la última generación de señoritos, residuos de la grande époque, con catetos adinerados y las que se llamaron, siempre a la francesa, cocottes, designación infantil de las gallinas, difícil de adaptar al castellano. Perico decide, en 1930, abrir otro bar en aquella Gran Vía y otro más que enlaza con un túnel, el Cock, de la calle de la Reina, más para iniciados que buscaban la bebida buena y la discreción. El lugar, la ocasión, las dotes extraordinarias de aquel hombre le pusieron en el lugar más destacado no sólo de Madrid, sino del mundo. Como una pelota de frontón, le devuelve el eco de la fama, desde México, el chotis Madrid, de Agustín Lara, que no había estado antes en nuestra ciudad. Se pone al tanto en el naciente mundo de la coctelería y sus mejunjes adquieren gran notoriedad, aunque en alguna parte leí que jamás probó uno. Cierto es que en la última etapa de su vida únicamente bebía tinto con sifón, castizo que era.

Su mejor y más amada propiedad fue el Museo de Bebidas. Lo comenzó bien pronto, siendo ayudante de barman en el Ritz, en 1916, donde, según le confía a Ruano, un embajador brasileño, en vez de propinas, regalaba botellas de su país, de lo que cabe deducir que era casi abstemio. Desde entonces hasta la creación del bar de su nombre y el trastero Cock, cuenta con más de 8.000 ejemplares, que son apilados -como una amorosa biblioteca- en varias piezas de aquel pasadizo. Tuve la oportunidad de conocer a Perico Chicote, pues Madrid era entonces muy pequeño, y yo, como periodista novel, andaba de un lado para otro. No me extrañaría que le hubiera hecho alguna ya olvidada entrevista. Lo que sí recuerdo es que tuve la oportunidad de regalarle, para su museo, algo que entonces no tenía. Había realizado un par de viajes por el Mediterráneo oriental, invitado por una naviera ya desaparecida. Tocaba sus buques en Beirut, donde no había atracado barco español en siglos, y allí adquirí un par de botellas de arak, fuerte licor nacional libanés -de aquel mundo árabe circundante-, para mi amigo. La verdad es que yo frecuentaba poco su local, sede de tertulias por la tarde y amable y selecto cazadero nocturno de hermosas demi-mondaines, vuelta al idioma vecino.

Durante muchos años, el negocio más rentable de los bares y restaurantes de lujo en la capital estuvo, más que en la actividad original, en las fiestas, cacerías, bodas, puestas de largo y aniversarios. Los profesionales que tenían amistades, don de gentes y buen servicio acaparan los mejores festejos. Podría ser una partida de caza mayor en cualquier sierra agreste, en pleno invierno cinegético y lloviendo a cántaros: allí se montaba una tienda de campaña con alfombras, tapices, calefacción para el "taco" y un refrigerio de primera. El Museo da nombre al local, pero no se sabe dónde están las quizá 100.000 botellas; oí que fueron vendidas a Rumasa. Por muchas cosas merece un homenaje sentimental, al menos entre quienes conocieron a este hombre, discretamente mujeriego, solterón y amigo de sus amigos. Nunca es tarde.

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