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Fragmentos de izquierda

Antonio Elorza

La hegemonía de que disfruta el Partido Popular desde su amarga victoria de 1996 no ha servido para sugerir una reflexión al modo francés, donde los diversos componentes de la izquierda política hicieran creíble una alternativa al conservadurismo. En el mejor de los casos, tendremos un remedio al dislate cometido en 1995, en la forma de alianzas poselectorales PSOE-IU, que eviten la traducción de una mayoría electoral de izquierda en un gobierno regional o municipal popular. Aquella negativa de Anguita a entrar en el tráfico de sillones habrá causado ya daños irremediables, tales como la pérdida de la alcaldía de Málaga; en lugares como Asturias, en cambio, el gobierno popular podrá ser verosímilmente contemplado como un simple paréntesis. También intervendrá favorablemente el hecho de que las pasadas europeas marcaron una sima en el voto socialista, y ahora podrá hablarse de mejora a poco que los pronósticos se cumplan. No es mucho para lo que hubiera cabido esperar.Las responsabilidades son compartidas. Izquierda Unida ha jugado fuerte en el reforzamiento de su identidad, ligada hacia adentro al comunismo tradicional, y el azar ha venido a propiciar un buen resultado, caiga quien caiga en el resto de la izquierda. En el plano municipal, el voto es estable y cuenta menos la ideología. Y sobre todo, para Europa, IU tendrá en su favor la claridad con que ha condenado desde el primer momento la intervención de la OTAN, por contraste con el PSOE. Los comunistas españoles han representado de nuevo la antigua comedia de una movilización por la paz, que es en realidad pro-Milosevic, pues ni siquiera el reconocimiento tardío de la tragedia kosovar trae consecuencia alguna. No faltan ocasiones en que se destapa el puchero, como en el acto del Ateneo de Madrid del 25 de mayo, con representantes rusos y yugoslavos, al lado de los de la casa, anunciados en carteles donde se asocia la actuación de la OTAN con las matanzas cometidas por los ustachis croatas en la II Guerra Mundial. Pero habitualmente han hilado más fino, y la inseguridad del resto de la izquierda al abordar el tema les convierte en heraldos de lo que no lo son. Como asimismo Frutos y Anguita tuvieron la inteligencia, por llamarlo de algún modo, de hacer la depuración estaliniana de Nueva Izquierda y la voladura de Iniciativa per Catalunya con suficiente antelación, los ecos de aquello se encuentran ya hoy apagados y, si los resultados son positivos, con una estabilización del voto por lo menos, podrán acometer la realización de su gran sueño: el asalto a la dirección de Comisiones Obreras. Tendremos así la consolidación de algo que pareció peligrar hace no mucho tiempo: una izquierda reaccionaria, inútil para toda labor constructiva. El PSOE tendrá, además, que contar con ellos en alianzas locales y regionales para contrarrestar el predominio del PP, sin la menor perspectiva de un proyecto en común. Ni de constituirse en alternativa de izquierda por sí solo, con el complemento de Nueva Izquierda englobada en la etiqueta de progresistas. Resulta en todo caso cuestionable la imagen de un partido-afluente, como el PDNI, que en su aparición en escena rehúye la confrontación con las urnas. Más aún cuando las elecciones europeas pueden ser un excelente banco de prueba para la exposición de un proyecto político. Las experiencias pasadas de la incorporación de Euskadiko Ezkerra al PSOE y de las últimas elecciones gallegas parecen anular la esperanza de cualquier tipo de efecto multiplicador.

Del PSOE, en fin, poco cabe añadir a lo que los más distintos comentaristas han consignado en las pasadas semanas; la dimisión de Borrell canceló una ilusión pasajera y ha devuelto el protagonismo al aparato del partido que quedara vencido en las primarias. La primavera del 98 tendrá en todo caso efectos negativos. Un partido no puede depender de un líder que actúa en todo momento como tal, sin ejercer la dirección política ni asumir la responsabilidad como primer candidato. Sólo la estabilidad del fondo de votos socialista evita aquí un presagio cargado de pesimismo. Quedan semiocultas las excepciones que enlazan con la tradición de izquierda reformadora -Fernando Morán en Madrid, Antonio Gutiérrez Díaz en las europeas-, signos en todo caso de que la esperanza mira en este punto hacia el pasado.

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