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Un señor de Barcelona LLUÍS IZQUIERDO

No volverá su sonrisa, pero su voz está con todos nosotros. Todos los que le han escuchado y admirado día a día, calladamente, sufriendo pacientemente con él la rebelde agonía del amigo por excelencia, de un padre que todavía no debía rendirse porque las preocupaciones por los suyos sólo él quería asumirlas. Todavía. De Antònia a Jordi, Pasqual, Àngels, Ernest, Mònica, Cristina y Pere a Jaume y a Diana, y a Pepa, y a Josep Maria, y a Núria, y a los nietos y nietas, Marta y Cristina, Airy y Guim, June y Jaume, Màrius y Pau, Irene y Francesc, y los demás nosotros, el adiós a Jordi Maragall i Noble se concentra en este nombre y apellidos expresivos como su vida enriquecedora de todos; una lección nada didáctica, pero elocuente y justa. Hablar demasiado de ella sería menospreciarla. La muerte es indigna, y es con la rabia que le tenía Canetti como la he sentido. Nunca tan indigna como la del hombre que al filo de la medianoche del 25 de mayo nos ha abandonado. Quien nos ha dejado ha sido la persona más intensa -y más serenamente feliz cuando vivía Basi- y más insustituible. Era tan real que no le era preciso, como a quienes existen de verdad, hacerse presente. De hasta qué punto lo está aún serán prueba tantos lamentos que no sabremos, tantos silencios y lágrimas presentes o no en el momento de rendirle el homenaje y el reconocimiento de todos. Ahora hace 10 años que dio una lección en el Instituto de Humanidades. Habló de poesía, habló de Joan Maragall. Muchos recordarán aún la voz y el tono de una presencia, pues fueron la naturalidad y su gravedad inaparente lo que más impresionó. Se diría, como el poeta, que nada es mezquino ni sórdido mientras el razonamiento se mantenga. Esta fue su práctica del heroísmo, un ejercicio nada fácil y de estricta independencia. La casa de los Maragall, conducida por Jordi, fue una especie de seminario alterno a los de la Universidad de entonces. El inefable Del Vasto, pero el protestante Robinson también, y Pepe Bergamín y Arturo Soria -además de amigos más frecuentados, como Josep Calsamiglia, José María Valverde, Aranguren, Ferrater Mora y el resto de discípulos de los mencionados- eran acogidos y escuchados. En una sola tarde, buena parte de estos hombres había visitado la casa de Maragall; se les había podido escuchar y discutir con ellos, y se salía quizá no aumentado en gracia, pero siempre en sabiduría. La España de los años cincuenta y sesenta... no tenía cafés republicanos, pero la historia resistente de Barcelona en uno de sus aspectos capitales admitía una academia transfamiliar de amigos que soñaban -haciéndolo- su futuro para todos. La fuerza de Jordi Maragall ha sido la fuerza, por decirlo con santa Teresa, de "andar en la verdad", el mismo elogio que él hizo del filósofo Paul L. Lansberg, profesor de una Universidad Autónoma que fue republicana. Ahora él, si recuerdo su libro El que passa i els qui han passat, demuestra que algunos permanecen y son necesarios como nunca. Un sentido innato del diálogo, una inteligencia sabrosa de vida, una exigencia convivencial sin desfallecimientos de ninguna índole son el legado irreductible de Jordi Maragall i Noble. Sin dejarse llevar nunca por ningún tipo de resentimiento, y a fe que tentaciones no le faltaron, este señor que hoy se nos deshace entre las manos de la memoria sigue imponiéndonos los deberes elementales cívicos de no renunciar a una sociedad esponjosa y no absorbente, generosa y bien hablada, educada y formal, contenta de las diferentes hablas y de sus diversos hijos. De la voz y de la concordia de Joan Maragall a Salvador Espriu, Jordi Maragall i Noble es el emblema ejemplar. Más que un modelo, es la apuesta constante, el pulso que aún late en el corazón de todos los que no sólo le hemos querido, sino que sabemos el alcance de la pérdida, de la calidad humana que con él perdemos los ciudadanos de Barcelona, los hijos de este pueblo. Sólo cabe saludar a quien fue un punto preciso y transitivo de encuentro y, sin énfasis, un maestro de conciencia universal. Y llorar al amigo que hemos perdido.

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