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EL BARÇA TETRACAMPEÓN

El Barça gana su Liga

El conjunto azulgrana obtiene su 16º título con un festival goleador en Mendizorroza que ejemplariza su jerarquía futbolística

El Barcelona no esperó más y decidió clausurar en Mendizorroza un campeonato que tenía hace tiempo agarrado por el cuello. Desde hace meses era su Liga y se la llevó a su estilo, imponiendo la jerarquía que se desprende de sus cualidades particulares. Desde hace tiempo no había dudas de la superioridad de su plantilla, aunque tuvo en cuarentena la condición del colectivo. Resuelta la duda, se acabó la Liga. Las disquisiciones sobre el momento de la certificación concluyeron en Vitoria, un feudo tan novedoso como acreditado para la pelea, como si allí el colectivo de Van Gaal quisiera atestiguar ambas condiciones para clausurar el campeonato sin el menor asomo de duda: primero resistió con toda la actitud que ha aprendido; después ganó con la puntualidad que le delata: a la primera, gol. Al final decidió adornar el título con todo el poderío que se reclama de un campeón inapelable. En una Liga marcada por los espíritus dubitativos, el Barcelona, el campeón, es lo único indiscutible. En Mendizorroza decidió exhibir todos sus espíritus: de pelea, colectivo e individual, y todos ellos los convirtió en goles.La incógnita sobre el calendario -la única que quedaba- la resolvió cual acostumbra, con destellos de calidad y las dosis de sacrificio que un enemigo aguerrido reclama. Fue un trámite menos rugoso de lo que se esperaba. Cocu, por sorpresa, Kluivert y Figo, con la firma habitual, y Luis Enrique, por su conocido don de la ubicuidad, certificaron el fin de la incertidumbre y facultaron la apoteosis azulgrana de ayer con la colección de títulos conseguidos. Hasta hubo un detalle para que Julio Salinas inscribiera, de soslayo, su nombre en el final real del campeonato. Todo estuvo bajo control.

ALAVÉS 1

BARCELONA 4Alavés: Tito; Belsué, Karmona, Berruet, Ibon Begoña; Vitamina Sánchez (Magno, m. 45), Desio, Gérard (Alfonso, m. 79), Pablo; Julio Salinas y Sívori (Canabal, m. 63). Barcelona: Hesp; Reiziger, Abelardo, Frank de Boer, Sergi; Guardiola (Pellegrino, m. 71), Cocu; Figo, Luis Enrique, Rivaldo; Kluivert. Goles: 0-1. M. 39. Cocu, tras rechace de Tito. 0-2. M. 50. Centro de Rivaldo y Kluivert cabecea. 0-3. M. 67. Figo culmina una jugada personal. 1-3. M. 76. Julio Salinas recoge un despeje de De Boer. 1-4. M. 88. Luis Enrique de tiro cruzado. Árbitro: Japón Sevilla. Amonestó a Guardiola, Desio, Belsué y Magno. 19.200 espectadores en Mendizorroza.

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El Barcelona, sin alardes, con algunos futbolistas que comenzaron huidizos (Figo, Luis Enrique) y otros taponados (Guardiola, Rivaldo), fue ejerciendo su jerarquía con más autoridad que fútbol: empezó por lo primero, adueñarse del balón, aunque lo tramitase con urgencia. La culpa era del Alavés, que, fiel a su guión, apretó los dientes en tres cuartas partes del campo y atascó el partido hasta obligar a su rival a un debate de urgencias del que sacó algún beneficio. Al cuarto de hora había convencido al Barcelona de que se trataba de una discusión árida y seca, sin remate, casi sin jugadas. El gol llegó por obra y gracia del centrocampista más incontrolable para el Alavés. Cocu aprovechó una porfía entre Kluivert y Tito para encarar el partido y el título. Entonces el Barcelona le respondió a su rival que, terminada la ansiedad, comenzaba el espectáculo.

Un par de minutos antes Julio Salinas tuvo la gloria a su alcance en un ejercicio de sabiduría para inmiscuirse entre los dos centrales y encarar a Hesp. Fiel a su desprecio de la caridad, dio con la bota en el suelo y reclamó momentos más geniales. Lo tuvo al final. Todo llega.

El gol facultaba al Barcelona para la pausa y el espacio, dos asuntos que Guardiola y Rivaldo combinan con facilidad. A la primera oportunidad, con el Alavés enrabietado, el brasileño encontró los metros que requiere para romper la cintura de su oponente y habilitar al compañero que se ofrezca. Era Kluivert y el cabezazo resultó inapelable.

Cuando el partido le pidió más al Alavés, surgió el Barcelona más identificable: un par de toques, un remate y a gestionar el título de Liga con cuarto y mitad de oficio y arte. Era una reedición del último Barça: el que firma su superioridad con ejercicios personales, en los momentos singulares del partido, el que administra la necesidad, el que devuelve el fútbol a la sencillez de la genialidad. Figo regresó de su primera huida y se sacó de la chistera un gol sobresaliente de técnica individual. El Barcelona respondía con un gol a cada apelación del Alavés a la gallardía, como agrandando el pronóstico previo de Kluivert cuando reclamaba mayor dificultad para mayor disfrute del campeonato. Jugueteó un rato con el suspense como última concesión a un torneo que tenía congelado en su frigorífico particular, como esperando el momento oportuno para servirlo.

El Alavés aportó la honradez suficiente para engrandecer la porfía, al menos durante media hora. Tuvo el honor de ejercer de anfitrión de un momento histórico, a costa de una derrota que le complica la existencia. No podía aspirar a más. El sacrificio es una actitud tan honrosa como estéril cuando se acepta como único argumento del partido. El Barcelona ha demostrado este año que su superioridad no es sólo futbolística, sino psicológica: todos los rivales asumen que un chispazo puede fundir toda la instalción eléctrica de un partido controlado. Cuando Cocu fundió Mendizorroza, el Barcelona encendió su luz y acabó coronándose campeón con un marcador exultante, al uso de un campeón indudable. Diríase que ganó su Liga cuando quiso.

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