Elecciones europeas: implosión democrática
El sistema democrático se nos está muriendo sin que las cruzadas por los derechos humanos ni el alegato churchilliano de ser el menos malo de los regímenes políticos de que disponemos puedan seguir manteniéndolo en vida por mucho tiempo. Para explicar esta situación se aduce la inadecuación de una forma de organización política que nos viene de tan atrás con las exigencias de la realidad globalizada, mediática y de masa con la que estamos entrando en el siglo XXI. Este diagnóstico, que comparto, no excluye que sea necesario insistir en el uso perverso que los partidos están haciendo del modelo de democracia parlamentaria y representativa, por viejo e impropio que se nos haya quedado. Perversión que se manifiesta con ocasión de todo tipo de elecciones -quizá la única práctica política que aún conserva una cierta capacidad movilizadora, aunque en las últimas municipales de Texas, la participación en ciertas ciudades se haya situado por debajo del 10% de los inscritos- y en especial de las europeas.Desde 1979 en que se elige por primera vez -después de 22 años de rodaje- el Parlamento Europeo por sufragio universal directo, llegamos a la quinta edición, sin haber logrado dotarlo de la visibilidad y del prestigio que su función reclama. Hemos tenido cinco oportunidades que deberían haber sido decisivas para constituir una clase política europea y para situar durante cinco semanas la construcción de la Europea política en el cogollo mismo del debate ciudadano y de la agenda mediática, que no hemos sabido aprovechar. Y la que ahora se inicia se anuncia aún menos propicia. Comenzando por la composición de las candidaturas.
La lista de los potenciales europarlamentarios responden una vez más a criterios cerradamente partidistas que nada tienen que ver ni con la idoneidad profesional de los candidatos ni con su vocación europeísta. De nuevo se trata de consideraciones tácticas de los partidos interpretadas por quien(es) manda(n) en virtud del supuesto tirón nacional de los escogidos o más simplemente de la distribución de premios y castigos por los servicios y deméritos pasados. Pero lo peor no es eso, sino la presentación de personas de las que se sabe que van a engañar a sus votantes, bien renunciando al escaño, bien dedicándose a otras actividades que hagan su ejercicio imposible. Es decir, un escarnio al que se añade un fraude de la voluntad electoral. Pensemos en las listas francesas donde los líderes de los nueve principales partidos con excepción de la esperanza verde, Daniel Cohn Bendit, son cabeza de candidatura, y que obviamente, terminadas las elecciones, volverán casi en exclusividad a sus prioridades nacionales. No es pues de extrañar que según Le Journal du Dimanche, más de la mitad de los europarlamentarios falten a más de la mitad de las sesiones, plenarias y de comisiones. Recordemos, por lo demás, que 11 de los 15 Estados miembros permiten la titularidad simultánea en el Parlamento Europeo y en el nacional. Lo que agregado a la prevalencia del sistema electoral nacional para las elecciones europeas hace que estas últimas aparezcan como un apéndice irrelevante del conjunto de comicios que tiene lugar en cada Estado miembro de la UE.
¿Qué se puede hacer para mejorar la eficacia política de estas elecciones? Aunque se haya renunciado, de forma incomprensible, al procedimiento electoral uniforme, cabe acelerar la puesta en marcha de los principios comunes -sistema proporcional y circunscripción única- del Informe Anastasopoulos y hacerlos efectivos ya en los comicios del 2004; reforzar a los partidos europeos y confiarles la confección de las listas, que de ese modo serán verdaderamente europeas; instalar en seguida un servicio por Internet sobre la presencia de cada diputado en las diversas sesiones y sus intervenciones en las mismas; y potenciar la dimensión simbólica europea de las candidaturas. Por eso es tan de lamentar la ausencia en las listas, y en especial en las nuestras, de las pocas figuras históricas del europeísmo que nos quedan -en las nuestras han acabado quitando a Carlos Brú y no han incluido nunca a Antón Menchaca- y el rechazo por parte de los grandes líderes disponibles a trabajar en Europa. ¿Por qué le ha hecho tantos ascos Felipe González primero a la Comisión y ahora al Parlamento? Mario Soares, si dura en Estrasburgo, habrá salvado el honor de la política por Europa.
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