Las teclas del maestro
Las teclas que toca el maestro suenan distinto. Las que ayer tocaron los alumnos del conservatorio superior de música de Castellón, vigilados por la mirada atenta y las manos de su maestro eventual, Carles Santos, sonaban muy distinto al finalizar la clase. Quizá Carles Santos no sea paradigma de locuacidad, pero su expresividad no puede ser mayor cuando habla de música. Apenas una docena de alumnos acudió ayer a la clase que impartió Santos, uno de los más grandes compositores contemporáneos españoles, poseedor, además, de una amplia proyección internacional. El tema principal era Juan Sebastián Bach, aunque, cómo no, el maestro dejó libertad para que sus pupilos optaran por la partitura sobre la que trabajar. El compositor, quien en ocasiones ha reclamado la inclusión de la música contemporánea en las enseñanzas que se imparten en los conservatorios, alaba la música clásica como "lo mejor que hay" y no duda en indicar que Bach "es como para dedicarle toda la vida". Con una sencillez admirable, el artista de Vinaròs pasó cuatro horas junto a los alumnos, indicándoles, aconsejándoles, alabándoles, exigiéndoles o criticándoles, si era el caso. Y lo seguirá haciendo también hoy y mañana, día en el que se celebrará un concierto de clausura del curso, en el que los alumnos esperan poder demostrar que han asimilado las lecciones obtenidas en tan privilegiado curso. Santos, como profesor, no es un docente rígido, aunque sí firme. El tempo y la intensidad al tocar fueron dos de los conceptos en los que hizo mayor hincapié. También habló sobre la forma de sentarse -"no hay que instalarse en la banqueta", dijo- y del espíritu de la obra a interpretar, claro. "Lo más importante es hacer música... Ya sé que tenéis que aprobar los exámenes y que hace falta un soporte técnico mínimo, pero somos músicos y a la música hay que darle. Si queréis, hacemos un día para no equivocarnos, pero ahora me da igual que os equivoquéis", explicaba el maestro. La grandiosidad de Carles Santos, obviamente, se desmesuraba ayer junto a las interpretaciones de los jóvenes. "Ya sé que tengo la pulsación más fuerte", comentaba. "Esta es mi forma de tocar pero tú has de tener la tuya", aconsejaba. Y se sentaba en la banqueta para ofrecer el sentido que le sugería cada una de las partituras, hasta hacer incomprensible que unos brazos tan normales y unos dedos tan humanos emanaran semejante fuerza. Al principio, los alumnos, ciertamente intimidados, esperaban a ser llamados al piano, donde, a unos veinte centímetros, les esperaba el maestro, que no paraba de canturrear cada una de las obras sobre las que trabajaban. El segundo en aceptar el reto comenzó a tocar una obra de Bela Bártok y hubo de repetir los primeros acordes decenas de veces, hasta lograr un sonido acorde al "espíritu" de la canción popular que interpretaba y similar al mostrado por Carles Santos. Poco a poco, los estudiantes del conservatorio comenzaron a mostrarse más cómodos. Al alumno en cuestión, empezó a molestarle la chaqueta e incluso las mangas de su camisa. "Te has de buscar el aplauso", le aconsejaba Santos para la interpretación de los últimos compases. "Has de buscar la música, el espíritu que te intento comunicar", le decía Carles Santos. A unos les tapaba los ojos, a otro le pedía que se relajara, a alguno le reconocía su trabajo y a todos animaba. La clase del pianista estuvo plagada, además, de anécdotas de su etapa de aprendizaje, entre las que recordó el tiempo en el que se editaban unos cuadernos de ejercicios sobre partituras de Brahms que, según explicaba, parecían ser bastante entretenidos. Al finalizar, Santos dijo: "Este piano está sensiblemente desafinado, pero no os preocupéis, eso es que hemos trabajado".
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