_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

San Isidro

Por decir que san Isidro estaba bien elegido como patrón de Madrid, pues no daba ni golpe, se soliviantó un lector. Me escribió una larga carta en la que decía: "El vago lo serás tú, porque aquí, los madrileños, trabajamos". Estaba furioso y sospecho que, si llega a encontrarme, me da. Fui un incomprendido, francamente. Pues mi intención no era sino manifestar la admiración que siempre me ha producido este santo varón, castellano donde los haya, justamente elevado a los altares, de cuyos milagros no se encuentra precedente alguno en la hagiografía de la Iglesia. Un santo que realiza el milagro de que le hagan los bueyes las labores agrícolas para las que ha sido contratado mientras él permanece quieto (quizás a la sombra) dedicado a pías meditaciones no existe en el santoral, salvo este magno san Isidro, patrón de Madrid. Quizá de ahí les venga a los madrileños (no todos, obviamente) la vocación de contemplar cómo trabajan otros. Allá donde hay obreros metidos en faena se forma siempre un amplio corro de viandantes atentos a su trajinar, y no es raro que alguno someta a crítica su capacitación y su diligencia e incluso le dé por corregirles la tarea.Hubo otros milagros de san Isidro que son reveladores de su privilegiado raciocinio. Especialmente significativo es el milagro del pozo, inmortalizado en una pintura del mismo nombre que se conserva en el Museo Municipal de Madrid. Ocurrió que el hijo de san Isidro y su esposa, María Toribio, se cayó a un pozo profundo y ya podían darle por muerto cuando se produjo el milagro. Cualquiera de los miles de santos existentes habría hecho que un ángel bajara a por el niño, lo acogiera amorosamente en su regazo y lo depositara en la superficie. Pero san Isidro no necesitaba de nadie y procedió con lógica terrenal: mediante una oración pronunciada con intenso fervor consiguió que manara agua en el fondo del pozo y subiera de nivel con el niño flotando, hasta devolverlo a los brazos de sus padres sano y salvo. Estos prodigios y el reconocimiento de la piedad que llevaba el matrimonio produjeron que se les venerara ya en vida, de manera que, al morir, los dos fueron canonizados: primero Isidro el labrador, luego María Toribio, con el nombre de santa María de la Cabeza.

El sábado próximo, Madrid celebrará por última vez en el milenio la festividad de su santo patrón, y la singularidad de la fecha debería dar pie a unos fastos muy superiores a los habituales, que, en realidad, nunca tuvieron demasiada relevancia. Los munícipes organizan actos, hay verbenas, quizá pongan puestos de churros donde además vendan agua, azucarillos y aguardiente para dar color, y suenen piezas de zarzuela o alguna tonadilla castiza. Pero no es suficiente homenaje para los merecimientos y la significación de san Isidro Labrador. Si no fuera por la feria taurina que lleva su nombre, ni se notaría que Madrid arde en fiestas. La feria taurina sí tiene disposición y raigambre. La llamada Feria de San Isidro es, en su ámbito, el acontecimiento más importante del mundo. Aquí unos festejos de nunca acabar; aquí unos carteles con lo más granado del toreo activo y de la ganadería de bravo. Y aquí -en contrapartida- también el acabóse y la desconcatenación. Porque durante casi 30 días -o los 30, si hubo aplazamiento de alguna corrida por lluvia- la barriada de Las Ventas se convierte en un hervidero humano, en un garaje inmenso, en un caos circulatorio, que deja el vecindario a merced de todas las incomodidades, sin posibilidad de resolverlas, y sumido, por tanto, en la desesperación.

Esa hermosa calle de julio Camba, recientemente ampliada, queda reducida a un angosto pasillo porque muchos de quienes van a los toros estacionan sus coches en doble o triple fila; y menos mal, pues, si les dejaran, seguirían conduciendo hasta el mismísimo tendido. Cierto que a veces los agentes municipales les impiden dejar allí el coche, pero a cambio permiten el aparcamiento de los enormes autocares que llevan turistas, también en doble o triple fila, y entonces circular resulta imposible, salvo milagro.

El jueves será cuando empiece esta feria de fama mundial. El jueves será cuando vuelva el caos a la barriada de Las Ventas, sin que nadie esté al quite. San Isidro, no; y el Ayuntamiento, tampoco.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_