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La fotografía es un cuento

JOSU BILBAO FULLAONDO Es una alegría que la editorial Alfaguara se haya decidido a publicar una recopilación completa de los cuentos del autor cubano Virgilio Piñera (1912-1979). Los que gustamos de la fotografía vamos a encontrar entre ellos uno de especial interés: El álbum. Se trata de un relato ameno, divertido, donde la protagonista, en sesión pública, enseña su álbum familiar y de viajes. Se esboza como un ejercicio literario del que surge una reflexión profunda sobre el interés que despierta la imagen en el espectador, los límites que impone su encuadre, incluso otros detalles, pero, sobre todo, su capacidad de sugerencia. Un último aspecto aferrado al imán de los recuerdos, concatenado al tiempo necesario para rememorarlos, un espacio donde la fantasía desborda la imaginación y, lo que pudo ser realidad, se traduce en una incrédula ficción. El hilo que conduce la narración presenta en primer lugar al cliente, un público conocedor, dispuesto a asistir a la exhibición fotográfica. Vecinos de una casa de huéspedes. Unos ricos otros pobres, capaces de pagar cualquier precio por una buena fila del salón a un portero sin escrúpulos que hace negocio sucio con ello. Gentes que se dejan llevar por la curiosidad de lo íntimo, necesitados de nuevas sensaciones que aplaquen su aburrimiento existencial. Personas que buscan satisfacción y disfrutan con lo que contemplan y los comentarios que suscita lo visto. Un fenómeno que genera una identificación sentimental con la imagen, una situación curiosa que no cesa de vibrar en sus emociones. Otro aspecto que se pone al descubierto es la manera de elegir los encuadres, entrecruzados entre el espacio y el tiempo, un binomio inseparable en el acto fotográfico. Como si se tratase de un alto en el camino que deja escapar otros muchos instantes que son los que explican el contexto global. Un espacio abierto del que se toma un segmento que, tarde o temprano, pide el resto su dimensión para su mejor comprensión. Una ausencia icónica fuente de múltiples interpretaciones Para el desarrollo de la trama el escritor deja que su heroína, de todo un voluminoso álbum de fotografías, elija una sola. Una foto elegida al azar donde ella misma, vestida de novia, se dispone a partir el pastel de bodas. Un hecho aparentemente sencillo que según se desbroza en sus más inusitados detalles da pie a innumerables comentarios. Algo que en el relato se transforma en ocho meses. De la imagen van surgiendo el esposo, los familiares y amigos. Como algo imaginado, no falta el momento de llegada a la ceremonia. El prolongado discurso incorpora las indicaciones que dieron al fotógrafo, entre las que incluían la ubicación de un pequeño perrito de peluche en el encuadre. Según va creciendo el interés se comienza a colorear con palabras un retrato realizado en blanco y negro. La visión mágica descubre el cáncer de pecho izquierdo de la señora Dalmau, y el rostro encendido, "rojo de fragua", de la joven amiga condenada a casarse por imposición familiar con un "viejo libidinoso". El escritor caribeño, con un lenguaje metafórico nos orienta, con buen trazo y mano firme, por los sinuosos caminos que la interpretación fotográfica en capaz de diseñar. Deja entender que mirar no es sólo recibir el impacto de lo visible, sino ordenarlo, organizar una nueva experiencia junto a otras anteriormente adquiridas. Las imágenes no son únicamente lo que muestran, tienen poder para sugerir, dejan que entremos en contacto con otros mundos de ilusión que solo existen en nuestra mente. Su capacidad simbólica permite también establecer lazos de complicidad profunda entre distintos observadores, una auténtica transmisión de energía cultural que puede generar modelos de opinión. Deja comprender que la imagen no es insensible a la manera en que se la mira y puede hacerse de distinta manera. Puede ser una mirada prosaica, repleta de interés materiales, una mirada abierta a la fantasía, o sencillamente una mirada que trata de encontrar la belleza. Todo, y más, en diez páginas de literatura.

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