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La OMC divide a Oriente y Occidente

Los dos bloques no logran un consenso para designar al director de la organización comercial

La OMC había pasado inadvertida para el gran público desde su nacimiento en 1985, cuando sustituyó al antiguo GATT (Acuerdo General de Aranceles Aduaneros y Comercio), un foro permanente de encuentro internacional creado en 1947 con el objetivo de establecer una serie de reglas comerciales leales. Su espíritu no decisorio y su funcionamiento por consenso le habían mantenido en un segundo plano en los enfrentamientos comerciales que se desataron desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

Pero la OMC tiene un carácter distinto. Aunque tampoco cuenta con gran capacidad para decidir en los litigios entre países, sí se beneficia de cierto papel de árbitro, de decisión, de la que carecía el GATT. Por poner un ejemplo, desde su nacimiento ha intervenido en casi 170 disputas, de las que una treintena se han arreglado mediante una mediación, sin que la opinión pública haya sido consciente de ello, excepto quizás en la reciente guerra del plátano entre EE UU y la Unión Europea. El caso es que, tal como están las cosas, controlar la cabeza del organismo internacional empieza a ser un elemento estratégico importante.

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Ahí está el origen de la disputa. Los dos candidatos finalistas para cubrir la vacante de Ruggiero son —o eran, porque el enfrentamiento se ha venido complicando— Mike Moore, ex primer ministro de Nueva Zelanda, apoyado por Estados Unidos, y Supachai Panitchpakdi, viceprimer ministro de Tailandia, apoyado por la Unión Europea, Japón y la ASEAN (la Asociación de Naciones de Asia Suroriental). La mayoría de las otras naciones en vías de desarrollo se habían dividido en base a las promesas recibidas de cada uno de los bloques.

Cambio europeo

Pero cuando las espadas estaban en lo más alto, en el momento en que Ruggiero se había retirado el 30 de abril al cumplirse su mandato e incluso el portavoz de la OMC, Keith Rockwell, había tenido que reconocer que las discusiones en Ginebra, la sede de la organización, se estaban desarrollando en un ambiente "tenso, irritado y desagradable", los miembros de la UE y otros países occidentales decidieron cambiar y apoyaron a Moore.

"Moore es un antiguo sindicalista y miembro de la Internacional Socialista que puede contar con el apoyo de las centrales europeas", afirman en Bruselas, "ya que puede ser un buen garante de normas sociales y medioambientales y aunque, como su rival Supachai, es favorable a la apertura de los mercados agrícolas y, por consiguiente, hostil a la Política Agraria Común (PAC), es preferible no vetar su elección porque eso abriría otro frente con Washington".

"Europa se encuentra en una manifiesta posición de debilidad política frente a EE UU", afirma un embajador latinoamericano, "y Bruselas ha optado por no empeorar sus relaciones con el Gran Hermano, que le está sacando las castañas del fuego en Kosovo. Todo eso termina pagándose de una manera o de otra".

Ali Mchumo, embajador de Tanzania y presidente del consejo general y del comité de selección, creyó que había llegado el momento de cortar la crisis por lo sano y tomó la decisión de excluir de la contienda al tailandés en base a un recuento de apoyos que ha sido muy discutido.

Japón y los demás países asiáticos aún no han tirado la toalla (en Tailandia, incluso, la designación de su candidato se ha convertido en una cuestión de Estado) y han acusado al tanzano de manipular las intenciones de apoyo. Aunque Mchumo utilizó unas cifras que pueden ser veraces (62 países a favor de Moore, 59 en contra y 13 ausentes), la ASEAN ha acusado al tanzano de haber estado retrasando ese sondeo para permitir a Moore mejorar sus posiciones, ya que en un principio Supachai ocupaba el primer puesto en las preferencias.

En la OMC, siguiendo la tradición del GATT, las decisiones siempre se han tomado por consenso, pero esta vez Japón ha llegado a reclamar que se realice una votación entre los miembros de la organización. Los occidentales opinan que eso sería un precedente negativo y, además, perjudicaría a los pequeños países que no tienen representación permanente en Ginebra, que no tendrían ocasión de pronunciarse sobre este asunto. Así, las discusiones proseguirán esta semana en Tokio, ya reducidas a las representaciones de Japón, EE UU, la Unión Europea y Canadá.

En el transfondo de toda esta polémica subyace el enfrentamiento comercial que Estados Unidos mantiene contra sus aliados japoneses y europeos.

"Estados Unidos no puede seguir haciendo de locomotora del comercio mundial a costa de ver cómo se incrementa hasta límites insoportables su déficit externo", advirtió hace unos días el secretario del Tesoro, Robert Rubin, a sus socios del G-7, el selecto club que agrupa a las siete naciones más ricas del planeta (EE UU, Japón, Alemania, Francia, Reino Unido, Italia y Canadá). "Ustedes deben hacer todos los esfuerzos para evitar que la crisis financiera de 1998 se convierta en una crisis del comercio mundial en 1999", recomendó.

Desequilibrio americano

La sugerencia norteamericana no es baladí. El desequilibrio comercial de EE UU alcanzó el año pasado un récord de 168.500 millones de dólares. En febrero de este año ya se situó en 19.440 millones y las previsiones apuntan a los 250.000 millones para el conjunto del ejercicio. Por el contrario, Japón cerró 1998 con un superávit en torno a los 125.000 millones de dólares y otro tanto puede decirse de la UE.

Pero la crisis económica mundial está comenzando a reflejarse en los intercambios de bienes y servicios. El valor del comercio mundial cayó el año pasado un 2%, hasta los 5,225 billones de dólares, la mayor bajada desde 1982. Estados Unidos se encontró en 1998 con un déficit corriente de 233.450 millones de dólares, un SO, más que el año anterior.

El desequilibrio es manifiesto: la economía de EE UU ha crecido un 4, 5% en el primer trimestre de este año, pero el consumo aumentó a un ritmo del 6,7% La tasa de ahorro, sin embargo, ha caído un 0,5%: de cada dólar que se gasta un ciudadano estadounidense, cincuenta centavos están financiados con créditos. Una situación difícil de mantener. Y peligrosa, puesto que el consumidor estadounidense basa buena parte de su optimismo en la trayectoria alcista de Wall Street. Un descalabro bursátil supondría un serio peligro para todo el engranaje económico de la nación más poderosa del planeta.

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