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Sobre la guerra

Desde Maquiavelo sabemos que la política es una esfera de acción humana que obedece a su propia legalidad y que resulta autónoma. En consecuencia sabemos que la acción política puede ser objeto de evaluación y juicio desde una óptica religiosa o ética, y que el resultado de esa evaluación, de ese juicio, es cualquier cosa menos políticamente neutro, pero que tales evaluaciones y juicios no pueden sustituir, y efectivamente no sustituyen, a los propiamente políticos. Al menos desde Clausewitz, o desde que conocemos a Sun-Tzu, sabemos que la guerra no es sino la prolongación de la política, más exactamente aquella extensión que se da cuando se impone la voluntad de un sujeto político colectivo a otro de la misma condición obtenida mediante el empleo de la fuerza organizada. Al menos desde Weber sabemos que podemos actuar según una ética de la convicción, o según una ética de la responsabilidad, y que los juicios de ambas bien pueden no ser congruentes, y hasta pueden ser contradictorios. Finalmente sabemos al menos desde los griegos que los humanos podemos vivir, y frecuentemente vivimos, en la incongruencia, pero que ésta no es una situación deseable, y que resulta sumamente indeseable cuando de actuar se trata. Pues bien, la presente tercera guerra yugoslava muestra meridianamente que la incongruencia puede elevarse a norma de acción, y que al menos un parte de los intelectuales han decidido o bien olvidar todo lo aprendido, o bien no entender el mundo real. Y que algunos políticos progresistas parecen empeñados en seguir la ruta recorrida por Mussolini. Ciertamente la guerra es un fenómeno político que merece sobradamente el calificativo que le otorgó Toynbee: es una enfermedad social, y, en concepto de tal, es claramente indeseable. Pero su indeseabilidad, y la reprobación que la guerra pueda merecer desde una perspectiva humanitaria, en nada empecen al hecho de que la guerra es un fenómeno que puede darse y se da en el mundo político. Y aunque merezca las más de las veces, y aun siempre, un juicio ético peyorativo la valoración negativa de la guerra en nada empece a su realidad. Y es de realidades de lo que la política se ocupa. Que afirmemos que la guerra es mala y que no debería existir en nada obsta al hecho de que la guerra se dé, y que, en presencia de la misma, haya que actuar para remediarla. Mas siendo políticas las causas de la guerra, y política la naturaleza misma de la confrontación bélica, políticas deben ser las vías de solución. Sencillamente no hay otras. Los juicios éticos o religiosos en poco obstan a la configuración de las causas de la guerra, en poco inciden en su desencadenamiento, poco efecto tienen sobre su prosecución, y un papel a lo sumo marginal pueden tener en su remedio, esto es, en su final, en el cese de las hostilidades mediante la configuración de un escenario que haga lo más improbable factible su reproducción. Por eso la mera condena moral de la guerra está condenada a la esterilidad, porque la mera condena ni tiene capacidad para la diagnosis, ni propone remedios, ni es capaz de articular procedimientos para obtener el fin del conflicto. Es más, en cuanto que tranquiliza la conciencia del condenante puede ser obstativa para la procura de una solución. No oculto que la moralina aplicada a problemas políticos (sean éstos la corrupción de los partidos o la guera en Kosovo) me produce un rechazo instintivo, aún más allá de su muy probable condición de instrumento de demagogos. En el fondo aquella se eleva sobre la pretensión de la primacía incondicional de la ética de la convicción, ética que está muy bien a la hora de afirmar nuestra propia autonomía personal, pero la aplicación de la primacía de esa clase de ética al análisis y solución de problemas y conflictos políticos es constitutivamente inadecuada, pues éstos se celebran en la vida social, forman parte del tejido de la realidad material, en la cual toda intervención surte efectos y acarrea consecuencias. Razón por la cual el mundo de la política exige constitutivamente la primacía de la ética de la responsabilidad. No pertenece al reino de lo casual que Weber escogiera el dominio político como paradigma del campo de aplicación de este tipo de ética. Podemos tener arraigadas convicciones pacifistas, que yo no oculto no compartir, pero la firmeza y consistencia de éstas en nada impide que su materialización en obras tenga efectos, queridos o no, racionalmente previsibles, y por ende las mismas acarreen responsabilidad. Podemos condenar la guerra, incluso toda guerra, pero ello no nos sustrae del imperativo del principio de realidad: nuestra condena de la guerra, de toda guerra, tiene efectos políticos (a veces directos) y tales nos acarrean responsabilidad. Todo esto debería resultar obvio, especialmente a la vista de los intelectuales, pero los sucesos de estos días muestran que no es así. Los hay que condenan sin paliativos la parte de la guerra que toca la OTAN sin levantar más que leves y cosméticas objeciones a la otra parte de la guera, la de Milosevic, los hay que practican la posición seudosalomónica de la equidistancia en términos de "ni OTAN, ni Milosevic", los hay en fin que no critican directamente la guerra en Kosovo, sino que hacen fuego indirecto sobre la misma señalando las omisiones (kurdos, afganos, etcétera) como si fuera preferible la abstención completa a una intervención parcial, et sie et coeteris. Si se tratara de un puro problema teórico tales consideraciones estarían muy bien, al menos lo estarían si explicitasen cuáles son los análisis políticos y las propuestas políticas practicables (pues en otro caso sencillamente no son políticas) que se apoyan, pero no es un problema teórico, el genocidio y la subsiguiente guerra, es un problema material, actual y práctico. Hay dos bandos, uno que ha desarrollado 10 años de estrategia pacifista, hasta que una parte se cansó y se echó al monte y otro que lleva otros tantos practicando primero el apartheid, luego la limpieza, el genocidio al final. Ésa es la realidad sobre la que inciden las posturas. Puede no gustarnos la intervención OTAN, a mí me parece mal instrumentada y por ello perjudicial, pero apostar por el antiamericanismo, por la lamentación por los no defendidos para criticar que se defienda a las víctimas, u optar por la equidistancia sólo es admisible si con la toma de posición se asumen sus costes. Y éstos son altos: esas posiciones permiten que se mate, es decir, matan. Kosovares concretamente..

Manuel Martínez Sospedra es catedrático de Derecho Constitucional

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