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En la cresta de la ola

La independencia ya no es sinónimo de peligro. Las antaño primerizas compañías rebeldes de la capital han afianzado su situación con el triunfo de sus fichajes. Pocos lo dudan. Pero un repaso por las compañías establecidas en Madrid deja en el aire numerosas preguntas sobre las expectativas que han dejado en su camino hacia la estabilidad. Desde las compañías, se vierten opiniones para todos los gustos: una cosa es hacer famoso a un grupo y que venda muchos discos, caso de Dover a través del sello Subterfuge, y otra crear huecos para que los artistas se desarrollen sin traicionar sus principios. Las cosas han cambiado desde que hace casi dos lustros aparecieron las primeras independientes. Para empezar, hay una mayor variedad en los estilos musicales de los que se ocupan. Lejos de coincidir en un género musical, las independientes madrileñas del fin del milenio muestran una actividad ecléctica, acorde con los tiempos de mestizaje. Ya no impera sólo el rock alternativo con grupos que cantan en inglés. Tampoco hay enfrentamiento con las multinacionales.

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A pesar de las diferencias de sus inicios o los motivos por los que se fundaron, entre estas discográficas se da una coincidencia de planteamientos. "Si nos distinguimos de las multinacionales", señala Nacho Scola, de Tábata, "es porque el dinero que aquí arriesgamos es de nuestro bolsillo, no depende de una madre en Nueva York o Londres". Suele ser la tónica: la mayoría están dirigidas y gestionadas por los propios fundadores que un día decidieron poner su dinero por hacer algo que les gustaba realmente. Manuel Domínguez lo tiene claro: "Venía de varios descalabros con otros socios en proyectos editoriales y decidí fundar Nubenegra para llevarla yo solo y arruinarme yo solo".

Con Tábata graban artistas como Rita Marley, Kevin Ayers, Manu Dibango o Willie DeVille, todos ellos fichajes gestionados desde Madrid por el propio Scola: "La verdad es que no tengo grupos de pop madrileño", declara el fundador y director de esta compañía en la que trabajan tres personas, "pero me enorgullezco de mi catálogo. En cada disco ponemos todo nuestro cariño y empeño y sólo publicamos lo que nos gusta sin medir si va a ser comercial o no".

Lo que también parece un rasgo común es que cada compañía independiente está hecha a la medida de su fundador o fundadores. "No me tienta nada el pop", afirma en ese sentido Domínguez, "sino la música étnica o de raíz para darle un sentido actualizado". Nubenegra es la artífice de Las Hijas del Sol, Wafir, Rasha, Seydú, la recopilación de músicos saharauis o La Vieja Trova Santiaguera. Semejante elenco responde a los gustos personales del propio Domínguez: "Me interesan las músicas de los países que de alguna manera han tenido contacto con el pasado colonial de España". Curiosamente, Nubenegra es la compañía que más referencias ha editado en el extranjero. Y ha cosechado reconocimientos: la caja Saharauis, con tres compactos, un libreto y un CD-Rom, acaba de obtener el premio de la crítica alemana por el rigor y cuidado de su edición, y Rasha, sudanesa establecida en Madrid, está seleccionada en EE UU como artista independiente revelación del año.

Dos veteranas de la independencia madrileña, Lollipop y La Fábrica Magnética, supervivientes de la movida de los ochenta, se han juntado en la empresa Cudam manteniendo sus identidades. El resultado es otra de las indies que estuvo nominada como mejor sello independiente en los Premios de la Música, otorgados por la Sociedad General de Autores (SGAE), y que la pasada semana quedó en manos de Subterfuge. Miguel Ángel Sánchez, uno de los dos socios de Cudam, asegura que cuando uno de sus discos vende más de 3.000 copias ya se considera un éxito. Su estrella principal es Javier Krahe, el irónico cantautor madrileño por el que Sánchez siente una especial devoción, aunque es más conocido por su veneración por el country y por declararse sin pudor fan de Abba o Barry Manilow.

Algo parecido les ocurre a Germán Núñez y su mujer, Paloma, a quienes no les gustan los cantautores pero han montado la compañía El Hombre Tranquilo sólo para editar los discos de Luis Felipe Barrio y Matías Ávalos, dos extravagantes artistas del género. "Nos encantan", confiesa Núñez, "por eso nos metimos hace tres años en la aventura de fundar una independiente. Ahí se nos va el dinero que obtenemos de otros trabajos. Publicamos sólo un disco por año y estamos en la ruina".

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