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Santones

Miguel Ángel Villena

MIGUEL ÁNGEL VILLENA Durante muchos años la cultura valenciana en catalán se resguardó bajo el paraguas de tres santones, dicho sea con todo el respeto. Joan Fuster como ensayista, Manuel Sanchis Guarner como filólogo y Vicent Andrés Estellés como poeta fueron durante décadas los banderines de enganche de la intelectualidad. El coraje cívico de los tres, ampliamente demostrado durante el franquismo, así como su indiscutible calidad literaria los convirtieron en puntos de referencia para varias generaciones en aquellos tiempos de resistencia. Llegó la transición y Fuster, Sanchis Guarner y Estellés, cada cual desde sus respectivas personalidades, jugaron un decisivo papel a la hora de defender la cultura frente a la barbarie y de reclamar racionalidad frente al fanatismo. Pero el fallecimiento de estos popes dejó huérfanas, de algún modo, a las gentes valencianas de la cultura. Así las cosas, desde la normalización democrática no han surgido ensayistas, poetas o filólogos de la talla de los tres citados. Vienen estas reflexiones al hilo del debate actual sobre el papel de los intelectuales en un mundo cada día más cambiante, donde ya no sirven los esquemas que se aplicaron durante mucho tiempo y en el que escritores y artistas contemplan con dudas y perplejidades la Historia que sucede delante de sus ventanas. Por otra parte, la cultura se ha convertido en un espectáculo -y no se trata de un recurso literario- donde el mercado marca tendencias, impone modas y encumbra o destrona a las figuras. Eduardo Mendoza, uno de los mejores novelistas españoles y un hombre sencillo y lúcido, ha escrito hace poco en estas páginas que el modelo de intelectual como faro de las sociedades y de las opiniones públicas ha pasado a mejor vida. Con una humildad encomiable, Mendoza se ha abstenido de calificar si esta situación resulta beneficiosa o perjudicial. En cualquier caso, se ha limitado a reseñar que los ciudadanos piensan cada vez más por su cuenta y que escritores o artistas pueden opinar, por supuesto, pero sin ánimo de sentar cátedra. En una palabra, Mendoza ha certificado el fin de los santones.

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