Q.E.P.D.
Tras el fallecimiento de Alfredo Sánchez Bella, ha sido increíble la delicadeza con que los comentaristas de finados han transcurrido por el capítulo del cierre del diario Madrid en 1971. Más sorprendente, aún, resulta la falta de referencias a su intervención contra la película El verdugo, de Luis G. Berlanga, cuando se proyectó en el festival de Venecia de 1963, siendo el hoy difunto embajador de España en Roma. El tipo, que en paz descanse, andaba mosqueado porque, con motivo del certamen, la izquierda italiana había organizado protestas contra el franquismo, pidió una proyección privada. No le gustó la peli, y escribió al ministro de Asuntos Exteriores, Castiella, para quejarse de que el régimen favoreciera la película de "un comunista". Franco quiso ver también el filme y, consumado el evento, pronunció una frase histórica: "Berlanga no es un comunista. Berlanga es un mal español". Cuando sustituyó a Fraga Iribarne como ministro de Información y Turismo, Sánchez Bella dio al traste con la pequeña apertura iniciada por su predecesor, cerró el Madrid y, entre otras lindezas, mandó dos guardias a La Vanguardia para que acompañaran a la frontera a mi colega Rafa Wirth, creyendo que era extranjero (¡ese apellido, prenda!), por haber entrevistado al profesor Aranguren, que vino a España de vacaciones desde su cátedra de California. El subdirector, Santiago Nadal, informó a la fuerza pública de que se trataba de un compatriota, e impidió el desaguisado, aunque no pudo evitar que hicieran el ridículo.
La Filmoteca Española ha restaurado recientemente El verdugo, restituyéndole el final prohibido por la censura franquista. Y yo, para escribir esto, he tenido que corroborar los datos con Román Gubern porque, a fuerza de no hallarlos en necrológica alguna, creía haber sido víctima de una alucinación colectiva.
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