Personas
Aterrizo en Casa Leopoldo, el antiguo pero no viejo restaurante de la barcelonesa calle de Sant Rafael, junto al que tuve el primer domicilio de la infancia, y me encuentro con dos periodistas y un hombre de teatro. Uno de los reporteros tiene todavía el horror en los ojos. Acaba de regresar de Albania, de la frontera con Kosovo. "¿Sabes cuándo pedí que me relevasen?", me pregunta, pero se lo dice a sí mismo. "Cuando me di cuenta de que me estaba involucrando demasiado. De que dejaba el cuaderno, de que no me importaba contarlo, porque lo que quería era ayudar a una familia a subir a una carreta, porque lo que hacía era recoger mantas...". No tiene la menor idea, como yo, del cómo ni del porqué ni del para qué de esta guerra, porque los dos hemos vivido lo suficiente para no creernos nada... Pero las víctimas, ¡amigo! Vio cómo los serbios arrojaban a un viejo ("Que podría haber sido mi padre, mi abuelo", dice el periodista) al suelo, en la linde de la frontera, y se ponían en jarras, diciéndoles a los del otro lado: "A ver si tenéis cojones para recogerlo". El tráfico con las personas. Mi interlocutor exhibe un salvoconducto de la guerrilla albanokosovar (sobre la que no tiene mejor opinión que sobre los serbios: ojo al dato), los matones del barrio, como si dijéramos; gente tan opuesta al líder Rugova como los serbios mismos, porque el líder defiende una Europa sin razas y sin fronteras trazadas por la definición étnica o religiosa... Rugova tampoco interesa a los aliados, es decir, a Estados Unidos, perdidos los europeos en nuestra nada sartriana. Cómo acabará esto, nos preguntamos. Posiblemente con lo que quiere Milosevic: fronteras, etnias, religiones. La paz de los cementerios, una vez más. Como en tantas partes.
De entre todas las noticias, una buena. Mi amigo, que es periodista, es persona.
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