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EDUCACIÓN Diálogos degraduados JUSTO NIETO Y GREGORIO MARTÍN

Los autores reflexionan sobre el papel de la Universidad en la formación de los jóvenes Si debe orientarse exclusivamente hacia la inserción laboral o ser más universalistaJusto Nieto: Una de las razones por las que no debieran existir los funcionarios, ningún funcionario, no es porque suelen decir eso de "más vale morir de pie que vivir de rodillas", que ¡manda castañas! que esto lo digan algunos funcionarios, si no porque ser funcionario nos incapacita para ponernos en la piel del que no tiene empleo y lo busca, o del que teniéndolo no sabe si permanecerá en él mañana, y que no vacila en ponerse de rodillas para sobrevivir y de paso, alimentarnos a los funcionarios. Convendrás conmigo, degraduado amigo, que en democracia, no se puede hablar de futuro, si a los jóvenes no les damos la oportunidad de generar riqueza y dignificar las instituciones, y esta participación plena como ciudadanos se consigue a través de los frutos del trabajo, pues es sabido que no dignifica el trabajo, sino sus frutos, o los frutos de los frutos del trabajo. Y si esto es así, la inserción en la sociedad del postgraduado debiera ser el objetivo fundamental de una Universidad, y todos los recursos se ponen al servicio de dicho objetivo. Porque ¿qué sentido tiene hablar de cómo conseguir el primer empleo del universitario que acaba de graduarse, si la formación que haya podido recibir no ha tenido en cuenta este hecho tan inocente como es el que habría que insertarse en la sociedad el día después? ¿Qué crueldad o qué despilfarro es ese que ignora por qué hacemos o para qué hacemos o por qué o para qué debemos hacer las cosas? Gregorio Martín: Entiendo tu perplejidad. Sin embargo medir solamente la función de la Universidad por su adaptación a las demandas del mercado de trabajo puede ser una equivocación muy gruesa, ya que en la práctica, equivale a que el mercado dirija el conocimiento que hemos de transmitir a nuestos jóvenes. En esta época del usar y tirar de determinadas profesiones, hay que ser muy cuidadoso a la hora de seleccionar tanto los conocimientos como los hábitos de aprendizaje (intelectuales, manuales, de comunicación etcétera) a transmitir al nuevo profesional para que esté en condiciones de enfrentarse a una sociedad cambiante. Pero cuidado, no caigamos en la trampa de las páginas de empleo llenas de "se busca titulado con experiencia menor de 25 años". Buscar empleo tiene que ver tanto con el sentido común y el talante personal, como con lo que se enseña en la Universidad. La época en la que título y empleo eran casi sinónimos hace tiempo que pasó, ahora lo importante es pertrechar a los estudiantes de métodos y conocimientos que superen la prueba del tiempo y de la sociedad. J. N.: Claro que pasó. El pasado ¡ay! pasó, y el futuro es inevitable. No se puede exigir al estudiante que dedique tanta energía al conocimiento de ayer y que no sabemos si se aplicará mañana. La inserción en la sociedad de todo joven y en particular del graduado universitario, debería ser como el aseo matinal: algo normal, asumido, consuetudinario, y de igual forma que se espera, que después del paso por el baño hagamos alguna cosa más durante el resto del día, es sensato que la Universidad haga otras cosas, además de formar para el empleo. Me preocupa la magnitud y naturaleza del inmovilismo universitario. El problema es, a mi juicio, tan grande, que es preferible oscilar a otros extremos, ante el riesgo de mantenerlo. Mira, es más legítimo, que se llegue por votación popular a la conclusión de que dos y dos son cinco, que llegar al mismo resultado porque lo diga un claustro de Magníficos, sacerdotes de un templo intocable, que quiere seguir siendo intocable. Y es preferible, además de más legítimo, porque en el primer caso, el pueblo por votación puede cambiar y que dos y dos sean lo que tienen que ser, que no seré yo quien se atreva a decir aquí cuánto han de ser dos y dos. Y hoy por votación popular el pueblo quiere, estoy seguro, que ya que nos envía a sus hijos más listos a la Universidad, dejando en casa a los menos listos, que les demos una formación tal, que les permita primero insertarse en la sociedad, segundo que se note que crece en riqueza, calidad y en valor añadido el lugar en donde el graduado se inserte (que estas dos cosas ocurran son mejor para el hermano menos listo y para los padres, abuelos y demás familia) y tercero, que el egresado entienda el mundo que le toca vivir. G. M.: Partiendo de que inserción en la sociedad y empleo no son sinónimos, sí que es evidente que ambos objetivos plantean el gran tema de cómo preparar a los jóvenes. Éste es el verdadero sentido del papel de maestro, cosa muy distinta a la sacrosanta libertad de cátedra, que no libera de rendir cuentas a la sociedad sobre la funcionalidad de la docencia e investigación que se practique. Las Universidades tienen problemas para mantener los tres objetivos que tradicionalmente se le han asignado: investigación, transmisión de conocimiento y formación de profesionales. A la hora de valorar a un profesor se tiende a medir más su investigación, por lo que se le supone un buen nivel de conocimiento que su capacidad para trasmitirlo. Esto se agrava cuando la incapacidad de integrar a los jóvenes en la sociedad, no es objeto de crítica alguna. La responsabilidad de este punto se adjudica a la institución y ahí empieza a hacer aguas este tercer objetivo, ya que cuando los académicos se reúnen tienden a primar los intereses de gremio, incluso frente a las necesidades de la sociedad. La suma de aspiraciones individuales no suele coincidir con la mejora del servicio público. Desde el tardofranquismo, el papel de vigilar la formación para la integración del titulado se dejó para los Consejos Sociales, pero éstos han demostrado ser pura retórica ya que los contenidos docentes, en aras de la autonomía universitaria, son seleccionados exclusivamente por académicos sin que funcione ni la auditoría interna ni la externa. Con la cristalización del concepto del I+D, la investigación ha dejado de ser una cuestión exclusiva de académicos y esta tendencia se mantiene sin que aparentemente la universidad reaccione. La penúltima revolución científica, la del átomo, tuvo mucho de académica y algo de militar, sin embargo la actual, la Sociedad de la Información, tiene mucho más de empresa privada que de desarrollo académico. J. N. : Esto me recuerda al viejo profesor [Tierno] Galván, que decía que cuando estaba en el Parlamento se ensuciaba y cuanto estaba en el Ayuntamiento, se limpiaba. Venía a decir, creo yo, que gratifica contribuir a solucionar problemas reales, con nombre y apellidos. Los servidores públicos, con responsabilidades en la Universidad, nos debemos al pueblo aunque el pueblo proceda, como decía el poeta, de polvo enamorado. Nos debemos al pueblo y debemos ganarnos su confianza. No engañándole, no usándole, no abusando. G. M.: Me preocupa que las universidades puedan estar abusando de la confianza que el pueblo ha depositado en ellas, aunque sí tengo que admitirte que el Estado, del cual también forma parte la Universidad, al no involucrarse en los contenidos que se exige a los estudiantes, está actuando de forma irresponsable. No creo que estén cumpliendo su obligación con la ciudadanía, aquellas universidades formadas por supuestos servidores públicos, que no ofrecen ni estímulos intelectuales ni conocimientos vivos ni siquiera posibilidades de empleo para sus titulados. Las universidades, con millón y medio de estudiantes en sus aulas, han visto difuminado su papel social y aquellas con deseo de supervivencia, deben aspirar, al menos, a transmitir conocimientos razonables para compender y actuar sobre un mundo complejo, hacer una buena investigación (tema para otro día) y a retroalimentarse con lo que produce el resto de la sociedad. Reconozcamos que estas cosas no siempre se debaten honradamente cuando se deciden exigencias y programas y esto lo sufre el joven, desde el día después de titularse.

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