La paz extraviada en los Balcanes
La guerra en los Balcanes se ha convertido en una encrucijada de sentimientos contrapuestos, de interrogantes acusadores y de actuaciones de distinto signo: políticas, militares y humanitarias. La paz en la antigua Yugoslavia representa un desafío global en el orden social, político, jurídico, militar, cultural y religioso. Nada es indiferente, ni la ayuda humanitaria, ni la política, ni la cultura de la paz. 1. La solidaridad mostrada por la sociedad en la Comunidad Valenciana para colaborar en la ayuda humanitaria a los desplazados albanokosovares es motivo de orgullo. Ayer fue Centroamérica, ante una catástrofe natural. Poco antes nuestra Comunidad se conmovió y movilizó ante el conflicto, en el corazón de África, entre hutus y tutsis. En los últimos días el objeto de todas las miradas está en Europa. La movilización social no está motivada por el conocimiento de las causas del conflicto, sino por el sufrimiento de las víctimas y por las necesidades de los refugiados que no requiere análisis ni admite demoras en espera de soluciones a largo plazo. Tiempo habrá para el análisis de las causas. Hoy es urgente la ayuda humanitaria. Organizaciones No Gubernamentales con implantación en los países de la zona multiplican sus esfuerzos para canalizar la ayuda desbordante de la comunidad internacional. Ni siquiera el temor de que los recursos no lleguen a los más necesitados -por las partes en conflicto o por las grietas que también se producen en los cauces de distribución- parece frenar la avalancha solidaria. La sociedad civil arrastra con su iniciativa a las administraciones públicas. En todo caso, éstas se suman al movimiento civil y deciden colaborar en la ayuda humanitaria. Pero otros sentimientos se entrecruzan con el orgullo solidario, sobre todo cuando se trata de conflictos armados, ante todo de tristeza por la enorme desproporción entre los medios movilizados por la ayuda humanitaria y los que se emplean en atizar el fuego del conflicto. Y también se llena de vergüenza porque administrados y administradores sumamos algunos recursos para vendar las heridas que, directa o indirectamente, producimos con ingentes fondos. No hay que olvidar que la ayuda de emergencia, urgente y humanitaria tiene desgraciadamente también otros significados, en popularidad y voto -en momentos preelectorales- que degradan la calidad humana de la solidaridad. 2. La intervención militar de los países aliados ha suscitado numerosos interrogantes y algunas críticas: por qué tan tarde; cómo no se han previsto las deportaciones masivas que contribuyen a la limpieza étnica, qué consecuencias aún no previstas -sociales, políticas, ecológicas...- amenazan. El éxodo de los albanokosovares no es consecuencia solamente de los misiles y bombardeos de las fuerzas de la OTAN, sino sobre todo de la represión de un dictador militar responsable de genocidio que, acosado, reprime aún con mayor virulencia a los que no son de su raza. La OTAN y con ella los gobiernos que la forman -el nuestro- si no supieron o no pudieron encontrar soluciones políticas al conflicto ¿cómo no acaban enseguida aunque sea drásticamente? La guerra en el crepúsculo del siglo XX no es un juego de ordenadores. Ni los misiles y bombas son fuegos artificiales. Son destructores y mortíferos. Hay víctimas de un pueblo que cierra filas con su dictador y que, como una fiera amenazada, se ensaña con su enemigo más débil. Son las heridas de los que han logrado huir a las montañas o refugiarse en Albania, Macedonia o Montenegro. Y son los que han perecido en el intento, para quienes la ayuda humanitaria nunca llegará. Se trata de una ofensiva militar que amenaza con prolongarse. ¿Cuáles serán las consecuencias? No han sido, ni parece que vayan a ser unos cuantos militares y colaboradores que están junto al dictador serbio los que van a morir. No parece que vaya a ser un hombre muerto para que puedan vivir en paz varios millones. No muere uno por muchos, sino muchos por uno. Si hubieran destruido parte de la capital Serbia y con ella los principales responsables del conflicto, en la comunidad internacional no hubieran faltado voces de condena. Todos lo hubiéramos sentido. Pero pronto otras voces justificadoras hubieran silenciado las condenas con el argumento contundente de haber acabado con el conflicto. ¿Por qué no la intervención militar cuando fracasa la vía diplomática? ¿Quién puede razonablemente oponerse a una intervención militar de la comunidad internacional para defender a un pueblo indefenso de las agresiones de otro pueblo armado? Y detrás, toda una industria y comercio de armas: una economía de muerte. Puede criticarse el cambio de postura de algún dirigente político -el actual secretario general de la OTAN-, sobre la entrada de España en la estructura militar de la OTAN. Pero ¿quién cuestiona que las armas sean necesarias para la paz? ¿Quién sostiene que la principal y próxima amenaza para la paz es la existencia de las armas? ¿Quién puede garantizar que el criterio decisivo del recurso a las armas sea defender a las personas afectadas por la miseria, amenazadas por la violencia, privadas de libertad y perseguidas por razones políticas, étnicas o religiosas, en una palabra: por garantizar los derechos humanos fundamentales? Hoy es preciso recordar, para que la conciencia moral no se oscurezca por el fuego de las armas que "la verdadera paz nunca es el resultado de la victoria militar, sino algo que implica la superación de las causas de la guerra y la auténtica reconciliación entre los pueblos" (Juan Pablo II, Centessimus annos, 18). 3. Nada es indiferente después de los Balcanes. Las raíces de los conflictos y las soluciones radicales exigen la implantación de estructuras políticas democráticas, el fomento de la justicia social, el establecimiento de recursos jurídicos supranacionales -como el Tribunal Penal Internacional- y siempre una cultura de la paz. Es la hora urgente de la ayuda humanitaria. Es el momento de educar para la paz. A esta tarea están llamados todos los hombres de buena voluntad, pero especialmente los creyentes -judíos, católicos, ortodoxos y musulmanes- que sabemos de intolerancias: las que hemos ocasionado y las que hemos sufrido, ayer y hoy. Los cristianos en particular, que tenemos como referente a Cristo, rey de paz que anunció un reino de verdad, sin otras armas que la palabra, la razón y la misericordia, estamos llamados a colaborar antes que en la ayuda humanitaria -ya estamos en primera línea, aún antes de que estallen los conflictos y aparecieran las cámaras- en erradicar la miseria y la conflictividad social; en la acción política: urgiendo la vía del diálogo -"¡Siempre es la hora de la paz! Nunca es demasiado tarde para encontrarse y negociar", ha dicho Juan Pablo II, una voz de esperanza en medio de tantas perplejidades- y en la educación para la paz. Es la hora, también, de quienes crean en la oración y sepan orar por la paz que se ha extraviado por las montañas de los Balcanes.
Sebastián Alós Latorre es presidente-delegado de la Comisión Diocesana Justicia y Paz y delegado episcopal de Cáritas Diocesana.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.