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EL poder, ¿Para qué?

Emèrit Bono

Joan Romero ha dimitido... confusión, preocupación, ansiedad, tensión en el comité nacional. ¿Qué ha pasado? Sencillamente, que el profesor Romero ha anticipado en tres meses una crisis que, con toda seguridad, acontecería después de las elecciones de junio (incluso, aunque el resultado fuera moderadamente positivo). Era una profecía que se autocumplía con cierto regocijo de los hombres y mujeres de poder del PSPV. Esta es mi impresión. ¿Qué reacción se ha producido entre la gente normal de la calle, entre militantes y votantes? En los militantes, de estupefacción, mezcla de rabia e impotencia. Uno de ellos, algo mayor, me comentaba: "Será necesario que nos personemos en la sede del PSPV-PSOE y depositemos nuestro carnet hasta que los quince dirigentes que luchan encarnecidamente por el poder se pongan de acuerdo. Una vez lo hagan, a ver qué nos proponen y... si lo vemos claro, seguiremos o no, militando". Así percibía esta situación este militante, desconcertado y abochornado por lo que intuye de pura lucha interna que nada tiene que ver con los problemas reales de la sociedad y de la gente, en particular. Esta situación es paradigmática de lo que piensa la inmensa mayoría de los afiliados normales y sencillos del PSPV. Mi impresión es que los votantes -con cierta conciencia- han visto la dimisión de Romero sin sobresaltos -así me lo explicaba uno de ellos-, pues perciben que la situación por la que atravesamos es dura, confusa y poco ilusionante. Por un lado, constatan que la política del PP de apelación reiterado a un marketing político electoral basado en obras de infraestructuras de servicios, más o menos mítica, pero seguro clientelar, con un fuerte componente especulativo, no aporta nada nuevo. Es la derecha de siempre. Ahora, la crisis del PSPV, añade mayor incertidumbre en los votantes progres, acentuando su escepticismo y cansancio que, lentamente, se va transformando en actitud abstencionista de cara a las próximas elecciones. ¿Se puede evitar, o deben evitarse estas luchas internas? Creo que la lucha por el poder dentro de los partidos es legítima y buena porque manifiesta que una organización está viva. Pero ha de ser una lucha de ideas, de formas distintas de apreciar y valorar los problemas de la gente y su posible solución. Pero esto que se dice constantemente, apenas se practica. ¿Por qué? Sencillamente porque la política ha devenido en pura lucha por el poder. El poder lo justifica todo y lo es todo. Precisamente lo que ha puesto de relieve la dimisión de Romero es una cuestión de gran calado: la pérdida de contenido de la política, deviniendo en puro poder. El poder como posesión, el poder como modus vivendi, el poder como estatus social. Nos situamos con ello en un proceso que, como una noria, da vueltas y vueltas, pero siempre está en el mismo sitio, si bien, unos están arriba, en un momento determinado, y, otros, abajo en función de la vuelta de la noria. Evidentemente, un partido no es una noria, pues se supone que está inserto en una sociedad que se mueve y cambia. Pero el peligro existe; en cualquier caso, si los partidos no cumplen sus funciones políticas acaban desapareciendo. Ejemplos, los hay en nuestra democracia a pesar de su juventud. El cambio del PSPV -no hablo de renovación, término excesivamente manoseado- ha de venir por la restitución del sentido primigenio de la política, o sea, el objetivo-lucha por los intereses generales por encima de los particulares o de grupo. En otras palabras, la política como práctica que busca resolver los problemas de la gente, transformando la sociedad con más igualdad socio-económica, más libertad individual y colectiva, con especial preocupación por los sectores en peor situación (parados, marginados, etcétera). En definitiva, política que sitúe el desarrollo humano medioambientalmente sostenible como eje hacia el que tender. El instrumento central, básico para llevar a cabo aquella rearticulación de la política no puede ser otro que el partido en la línea que se explicitó en la ponencia Democràcia i Llibertat del Fórum XXI. Un partido profundamente democrático, de debate ideológico-político, que controle a sus dirigentes, inserto y abierto a su sociedad, a sus problemas. Que sea capaz de impulsar soluciones a los problemas de la gente aunque no sustente el poder, por su capacidad de generar un estado de opinión ciudadana que obligue a las autoridades. Descendiendo a cuestiones más concretas, creo que la forma en que se está gestionado la crisis del PSPV no augura buenos vaticinios. La gestora no recoge equilibradamente las diversas sensibilidades internas: de los 21 miembros de la misma, un tercio pertenece -por decirlo de alguna manera- a la sensibilidad de los dos últimos secretarios generales (Joan Lerma y Joan Romero), y dos tercios, a la sensibilidad que representan Ciprià Ciscar, Antoni Asunción y Vicent Garcés. Si resulta que Lerma y Romero aglutinan más de la mitad del partido, el desequilibrio es notable -claro está, desconozco los corrimientos que se están produciendo en estos precisos momentos para apuntarse al ganador...-. Si añadimos que la gestora es la que va a preparar el próximo congreso del PSPV, tenemos el puzzle completo... Puede argumentarse que precisamente esa mayoría de la gestora es el instrumento necesario para hacer el cambio. Es un argumento plausible, pero ¿qué cambio? ¿Hacia qué dirección? Tengo la sensación que hacia ninguna parte, o, al menos, no hacia la rearticulación de la política antes apuntado. Si me equivoco, rectificaré.

Emèrito Bono es profesor de Política Económica de la Universidad de Valencia y militante del PSPV-PSOE.

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