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Heras apela a la memoria para ganar

Como si el tiempo no pasara en balde, Roberto Heras calcó ayer en Amorebieta los movimientos que le concedieron hace un año una notoriedad inesperada. Con idéntico provecho, como si su gesto victorioso resumiera una burla a la lógica ciclista. Una broma que empieza con el análisis de su fisonomía liviana, imagen de una musculatura discreta aparentemente incapaz de asegurar beneficios fuera de porcentajes y rampas imposibles. Una realidad distraída a base de raza. Como la que permite a Pantani, con su carcasa de pajarito, combatir la inercia de rivales más potentes en llegadas resueltas en grupo. Después de una semana de tedio ciclista, el Gran Premio de Amorebieta reconcilió ayer a sus actores con el espectáculo. Ayudó el recorrido -seis ascensiones apelotonadas en los últimos 60 kilómetros-, también la generosidad de los que puntualmente rescataron la ronda vasca de la basura. Prolongación natural de la ronda vasca, la cita vizcaína prometía desquites. Aquí se apuntaron sin preámbulos David Etxeberría, Davide Rebellin y Bingen Fernández, la última sorpresa agradable para Euskaltel y la afición vasca. Los tres desfilaron al masaje frustrados por el oportunismo de Heras. Rebellin, de forma directa por verse rebasado por milímetros en la raya de meta. Como acostumbra, las tres ascensiones a Montecalvo separaron a voluntariosos de poderosos. El ONCE-Deutsche bank, ésta vez al ataque, aceleró la descomposición de un grupo sacudido por los envites del alemán Bölts (segundo hace un año) y de los hombres de Kelme. Porfiaron Cuesta, Sastre y Luttenberger, pero las dos últimas pasadas por Montecalvo concedieron a Jalabert el protagonismo de su rango. En la última pasada, el francés agarró la cabeza del grupo erguido sobre los pedales y con la cabeza girada hacia atrás comprobó desde su superioridad cómo la cadena tensada a sus espaldas perdía eslabones. También se aseguraba de no descolgar en su furia a su compañero Etxeberria. El ONCE se mueve por criterios de generosidad: se trata de premiar el trabajo habitual de los modestos con el trabajo ocasional de las estrellas. Ésta vez, Etxeberria, el más solicitado a la hora de proteger a su líder Jalabert en la ronda vasca, disponía de un ticket de salida sin restricciones para buscar la victoria. Hasta ahí pudo llegar la interpretación que los de manolo Sáiz conceden al sentido de la justicia. La carrera se encargó de alterar lo que hubiera resultado equitativo. Porque Etxeberria y Bingen Fernández, los únicos con pulmones para sobrevivir a la lanzadera de Jalabert en Montecalvo, pedalearon impecables en su papel de aspirantes legítimos. Coronaron la dificultad -una de esas ascensiones nerviosas, retorcidas, que obligan al contoneo contínuo del cuerpo sobre la máquina para mantener la velocidad-, con un suspiro de ventaja (ocho segundos sobre un grupo de una quincena de hombres conducidos por el Banesto Piepoli) y la conservaron a fuerza de convicción y relevos salvajes. Etxeberria perseguía el premio a una semana de esfuerzos anónimos; Fernández, una dimensión desconocida (ninguna victoria tras dos temporadas en el profesionalismo). Por el alto de Autzagane conservaban el mismo crédito. El descenso, tres kilómetros que embocan con la pancarta de meta, acabó por arrebatarles un premio legítimo. Justo bajo la tela roja que señala los últimos mil metros, el grupo se fundió sobre ellos. En el tramo final, a más de 70 km/h, resulta inútil probar maniobras lógicas de estrategia. Aquí se trata de pensar rápido y una sóla vez. Ante la peligrosidad de la situación, las dudas anulan las opciones. El año pasado, Heras surgió también en el límite del último kilómetro. Surgió del desahucio sin tiempo para felicitarse. Enseguida se declaró como el más flexible: se adaptó con solvencia a su inesperada situación mientras que la nueva coyuntura petrificaba al resto. Ganó. Ayer le bastó con recordar lo vivido, borrar otros pensamientos, soltar el freno e imponerse ante una legión de rivales más cualificados.Un triunfo de memoria.

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