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Reportaje:

LA CASA POR LA VENTANA Lo que habría que tener JULIO A. MÁÑEZ

Todo aquel papanatismo contra el compromiso a lo Jean Paul Sartre y en favor de Albert Camus (el que tuvo la barra de decir que si le daban a elegir entre la justicia y su madre, elegía a su madre, falacia del tipo de esos juegos infantiles en que te dan un millón de dólares de pega si eliges apretar un botón inexistente que matará a 100 millones de chinos) se está viendo ahora en qué queda, cuando las bombas sobre Belgrado fuerzan también una cierta militarización de la figura pública del intelectual. El resultado es confuso por ahora, pero tiene el interés de resucitar el para algunos viejo fantasma de las miradas opuestas, según se considere el asunto desde la izquierda o desde la derecha políticas, porque derecha e izquierda son como las meigas de Valle-Inclán, que haberlas, haylas, aunque no se crea en ellas. La guerra es también un campo de batalla para comprobar lo que queda de las ideas de antaño cuando se está dispuesto a razonar de manera distinta a manifestarse horrorizado por la catástrofe, ya que el espanto humanitario, tan camusiano, es el camino más seguro para escamotear el entendimiento de lo que ocurre, y dispuesto también a no enchiquerar el acontecimiento en esquemas predeterminados que no hacen sino enseñar su propio rabo, a la manera de Manuel Vázquez Montalbán (más claro lo tiene Haro Tecglen, para quien toda guerra es una estafa, lo que le ahorra entrar en detalles sobre la necesidad concreta del estafador de estafar al estafado). En una obra de teatro de Peter Handke, tan denostado ahora por su apoyo a Serbia, sale un gato precedido de una acotación en la que el autor da instrucciones sobre lo que hay que hacer tanto si se comporta en escena como gato como si prefiere adoptar una conducta distinta. Tampoco el intelectual -y por qué habría de hacerlo- se comporta siempre como de él se espera, y así hasta Régis Debray y Alain Finkielkraut andan a la greña, ahora a causa del nuevo desorden europeo. La apelación mítica a la inminencia cronológica del siglo XXI como bálsamo contra la barbarie dista mucho todavía de funcionar como la profecía que se cumple a sí misma, y tal vez por eso a Javier Solana se le ve una y otra vez en las teles de todo el mundo repitiendo como un loro que no se puede consentir sujetos como Slobodan Milosevic a las puertas del siglo próximo, un razonamiento que -que yo sepa- nadie se ha atrevido a formular respecto de Jesús Gil, Eduardo Zaplana, Francisco Roig o Julio de España, lo que lleva a sospechar que esa firmeza sólo se aplica a acontecimientos dotados de proporciones de apariencia globalizadora. Es más, ni siquiera se aplica al propio Javier Solana, de manera que estamos en lo de siempre: armas -reales o dialécticas- de grueso calibre para una globalización fingida que ignora de propósito la atención a los detalles. Viene a ser como aquello que decía Juan Benet de que en la escuela te enseñan que el estómago tiene forma de gaita gallega hasta que luego descubres que es precisamente a la inversa, con lo que se trata de acertar en el referente de origen para construir una metáfora válida. Lejos de toda metáfora pero más cerca de nosotros, aunque no por ello más próximo a nuestro corazón, asistimos a una especie de asuncionitis sobrevenida que aletea como un murciélago por las páginas de los periódicos al grito mudo de asuncionémonos todos en la ducha final. El titular de tanto elogio acumula tales méritos que preciso es considerar como burrera la actitud de un partido que prefirió a Joan Romero en unas elecciones primarias. Hasta Pilar Cernuda osa ensalzar la valentía del nuevo candidato, que pertenecería a la casta privilegiada de los que dan la cara en las circunstancias más adversas, y no como otros, con lo que se intenta una vez más olvidar cuanto antes el episodio Romero a costa de denigrarlo. El pobre Joan no sólo habría dado una espantada que lo desautoriza para siempre, sino que cultiva así una de sus más queridas aficiones y, de paso, deja al partido en poco menos que la quiebra económica por su mala cabeza. Pronto se descubrirán verdades más aterradoras todavía, como que ya de niño falsificaba las notas con las que sacaba beca tras beca hasta el doctorado final. Lo cierto es que Romero tenía un problema con el partido, y lo ha resuelto. Ahora el problema es del partido con Romero. Siempre pueden destinarlo a Europa. Si es que en el inevitable siglo que se avecina queda algo de una Unión ahora bombardeada en su mismo centro por aviones norteamericanos.

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