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La inteligencia de la "intelligentsia" JORDI IBÁÑEZ FANÉS

Las guerras producen espanto en todas partes y en todas las conciencias de la gente de bien, y tienen además la pérfida virtud de dividir a los amigos que sólo viven el horror transfigurados en forma de noticia o de artículo de opinión, sí, porque también hay artículos de opinión que pueden contener dosis muy siniestras de horror: son el vuelo sutil de la mariposa que revolotea mientras en el éter de la opinión pública va transfigurándose y creciendo hasta convertirse en el aullido de una multitud. Existe todavía una responsabilidad del intelectual que no debe ser usurpada por la irresponsabilidad del columnista, por mucho que hoy en día tantos intelectuales se hayan degradado en columnistas, o al revés. Esta guerra ya me ha costado un amigo, y es posible que este artículo me cueste algunos más. Pero creo que es una cuestión de conciencia aportar un par de consideraciones a esta lamentable escaramuza de opiniones e hipótesis que hace de eco a la verdadera guerra, a la verdadera masacre que está teniendo lugar en Kosovo. Es una cuestión de inocencia decir esta voz es la mía en una situación de espantoso murmullo en el que la falta total de ideas se sustituye por auténticas cabriolas intelectuales de una frivolidad alarmante. No nos engañemos: ante la guerra, y lejos de la guerra, hablar es siempre un gesto de impotencia. Y puestos a ser impotentes, entonces convendría más serlo con decoro ante las víctimas de esta guerra, ante los que ahora mismo están muriendo, asesinados, bombardeados, ante los que son expulsados de sus casas, de su país. Que nuestras palabras, ya que vivimos de la incontinencia verbal, sirvan única y exclusivamente para respetar a las víctimas, para entenderlas, para darles consuelo, para no mostrarnos indignos del proyecto de una humanidad civilizada en una paz perpetua. Que nuestras palabras sean la expresión humilde de nuestra acción impotente, de nuestra pasividad, de nuestra pequeña cobardía cotidiana. Pero no. Era previsible que la polémica francesa provocada por Régis Debray, de la que este periódico se ha hecho eco, conocería su versión chusquera subpirenaica. Era previsible que aquí cuando la inteligencia se pusiera en marcha se parecería demasiado a aquellas jirafas de Dalí, de altura inalcanzable y patas espantosamente frágiles. Algunas de estas jirafas acaban en llamas, no se olvide, y no creo que los que vivimos y pensamos al sur de los Pirineos podamos ir por ahí dando muchas lecciones de cómo convivir civilizadamente, o de cómo interpretar correctamente las guerras, como si fueran partidas de ajedrez o, peor aún, vulgares encuentros de fútbol. Era previsible también que aquí se activaran todos los clichés habidos y por haber que hace tiempo han inundado buena parte del pensamiento de izquierdas. Para algunos todavía vivimos en los sesenta, y es posible que cuando se den cuenta de que el mundo cambia estemos todos calvos. Para otros, conscientes de los viejos tics, de lo que se trata es de armar las hipótesis más iluminadas para llegar siempre a la misma conclusión: la pérfida América que galopa de nuevo. Sí, no hay duda: la pérfida América de la guerra del Golfo, de la guerra del Vietnam, y también -supongo, y viéndolo desde Europa yo diría que sobre todo- la pérfida América de la primera y la segunda guerras mundiales. Frente a la perfidia de los americanos y su industria armamentística, todo lo demás son verdades a medias o, como dice Francesc de Carreras en su brillantísimo artículo La guerra que sigue (EL PAÍS, 8-4-99), "nada importante". No hay duda de que Milosevic no es nada importante, y que tampoco lo son los albanokosovares deportados. Aunque yo diría que salvar a Serbia de Milosevic, al tiempo que se salva a los vecinos de los mismos serbios, no es una tarea sin importancia, pero en fin. Claro que aquí se reacciona con rapidez. ¿Cómo se puede arreglar nada con bombas? O: ¿por qué no bombardean también a los turcos por masacrar a los kurdos? Son las voces buenas, las voces lúcidas. Recuerdo haberlas oído cuando Srebrenica y Sarajevo. Es posible que entonces pidieran una intervención, del mismo modo que ahora, con Kosovo, piden la paz, aunque no se sabe muy bien a cambio de qué. ¿De una negociación con Milosevic? ¿Una negociación infinita con Milosevic mientras éste destruye moralmente a Serbia y masacra físicamente a sus vecinos? Las voces lúcidas aquí se vuelven algo opacas, y rápidamente renuevan su batería de clichés: el negocio armamentístico, la información sesgada, la guerra virtual, la llegada del ecu, y ahora incluso el tráfico de drogas. Todo con tal de que la inteligencia de la intelligentsia no sea cogida en falso, no se exprese con un mínimo sentido común, que al parecer es lo último que debe mostrarse en público cuando se ejerce de opinión autorizada. Siempre la misma paranoia: la conspiración, la realidad inalcanzable. ¿Y qué dice el sentido común? Que por desgracia, y todavía hoy, la guerra es la continuación de la política cuando ésta ya no puede inventarse más techos que tocar ni más pozos en los que hundirse. Que un ejército debe servir a las razones estratégicas que lo han originado no como un símbolo, sino como un instrumento eficaz de defensa de unos intereses. Que hay un pacifismo apolítico, cobarde y egoísta junto a un pacifismo activo y generoso con los mismos principios que lo sustentan. Que sin duda en los Balcanes se podría haber hecho una política mejor y más generosa que la que ha conducido a esta guerra. Pero los responsables de esta mala política, desgraciadamente, han sido en primera instancia algunas cancillerías europeas que durante los noventa se han comportado con esquemas propios de los tiempos anteriores al 14, confundiendo los Balcanes con un tablero de ajedrez. Que la inteligencia, cuando se escucha demasiado a sí misma, se vuelve ciega y sorda (aunque no muda, lamentablemente). Y en fin, que cuando la pérfida América interviene, ya no sólo pone los ojos en Milosevic, sino en lo que este sátrapa puede anticipar como gran horror para el próximo milenio: un Milosevic ruso, con una Rusia lanzada a una borrachera colectiva nacionalista y expansionista, dispuesta a recuperar el viejo imperio zarista o soviético. Cuando esto suceda, celebraremos que la Alianza Atlántica deba ser tomada en serio militarmente; lo celebrarán los mismos que hoy se rasgan las vestiduras. Y cuando esto suceda, hará bien la izquierda comunista en dejar de identificar a la Rusia actual con la antigua Unión Soviética. Y en fin: para que esto no suceda, más política, por favor, en Rusia y en los Balcanes, y menos vocerío especulativo y, sobre todo, menos clichés que pertenecen ya al siglo pasado. Chi troppo s"assottiglia si scavezza, dice un viejo proverbio toscano. Pues eso: no perdamos la cabeza, en ello nos va el corazón.

Jordi Ibáñez Fanés es profesor de la Facultad de Humanidades de la UPF.

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