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Ejemplares nórdicos

JUSTO NAVARRO Pasé por Suecia, trabajando. Estuve en Umeå, ciudad de 75.000 almas en el golfo de Botnia. Paseé por el río helado, el Ume, y por la calle principal y nevada, la calle del Rey, y juro que, frente a los grandes almacenes de allí, Mercier & Camier o algo parecido, encontré un puesto de almendras garrapiñadas con toldo blanco y verde: Antonio se llamaba el artista del dulce, y era de Málaga, aunque llevaba veinte años en el Norte y hablaba español con acento gallego. Me dijeron que la historia del confitero era larga como el viaje y la vida, incontable. Luego hubo una cena en un palacete con salones de madera que crujían como un esqueleto suave, y uno esperaba que apareciera Ana Karenina y su amado Vronski, o que sonaran cañonazos rusos de hacía cien años y temblaran las luces, y comíamos salmón y pasteles de salmón, coliflor cruda y zanahoria cruda, y a la hora del brindis un anciano que empuñaba un vaso de vino se dilató en un discurso en sueco, y entonces un cantante gritó en español: Granada, tierra soñada por mí. Yo soy de Granada, qué casualidad, y oigo cantar Granada en Umeå, Suecia. No era casualidad, era el seguro azar: el cantante cantaba secretamente en honor del escritor, que era yo. Yo había dado una conferencia aquella tarde y el vocalista, español, profesor de sueco en Madrid, había tenido la paciencia de oírme. Gracias. Pero fue al día siguiente cuando encontré al verdadero hombre del Sur, y resultó ser del extremo Norte. Yo estaba en el Bar Blå, es decir, el Bar Azul, bebiendo cerveza y oyendo a un catedrático de la segunda o tercera universidad de Suecia, no diré de qué ciudad, catedrático rico en ideas raciales, excelente conocedor del carácter de los pueblos. Por ejemplo: los habitantes de la ciudad donde prestaba sus servicios académicos eran como nuestros catalanes, comerciantes mezquinos, o eso decía el catedrático, que había vivido largos y juveniles años en España, y conocía bien el país, sobre todo la costa andaluza, su casa durante mucho tiempo. Caballero rubio y cuidado, con gafas para ver mejor la realidad, me ilustraba mientras yo espiaba los ojos y las manos de la croupier que repartía cartas en una mesa de bacará, en una esquina oscura. Entonces entraron dos hombres que parecían haberse tragado una estufa, porque eran rojos e hinchados: abdómenes abombados alcohólicamente y caras congestionadas, o así los vi yo después de oír las explicaciones del catedrático. Éstos eran dos buenos ejemplares de la región donde nos encontrábamos, al norte, cerca de Laponia y el Ártico, la zona sueca más parecida a Andalucía. Sí, no te extrañes, la gente aquí es como en Andalucía. Presté más atención, como siempre que nos hablan de nosotros mismos. La gente de aquí es descuidada, lenta, parada, pisoteando la nieve y el hielo con las piernas abiertas para no caer. Aquí el corazón se duerme de frío como en Andalucía se duerme de calor, incluso físicamente se parecen los de aquí y los de allí. Fíjate qué cuerpos, qué caras, me dice el catedrático, que puso una cara animalesca, de vejiga de cerdo didáctica, en la lección de anatomía racial. ¿No son como allí? Trabajan poco, cazan, son brutales, beben y fuman. El catedrático cazaba para mí ejemplares nórdicos, y bebía; yo bebía y fumaba.

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