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Pasiones

FÉLIX BAYÓN No hay señal de ruina más eficaz que la aparición de contrahechuras, ditirambos y subproductos. El buen cine convive tan mal con el star-system, como la literatura con el chismorreo o la Semana Santa con la retórica. Es prodigioso que algo que nace tras el Concilio de Trento para acogotar a los creyentes se haya terminado convirtiendo en una fiesta sensual. Tan prodigioso como que el sistema de cofradías del barroco sea aún el más vigoroso vertebrador de la sociedad andaluza; que, en las vísperas del siglo XXI, su fuerza sea mayor que nunca; que lo sea incluso en lugares en los que nunca tuvo especial relevancia, y que todo esto ocurra después de casi dos décadas de poder de la izquierda, que todos los años, durante un mes, pone todo su aparato de propaganda al servicio de la Semana Santa. La transformación de la intimidación religiosa en sensual bulla es todo un hallazgo que dice bastante a favor de la sabiduría popular. Sin embargo, cada vez resultan más asfixiantes y grotescos los subproductos que rodean a la Semana Santa y sus larguísimos prolegómenos. El primer y más asilvestrado franquismo, huérfano de cultura, echó mano de lo único que había quedado en su bando: la retórica. Lo demás estaba en la cárcel o en el exilio. Entonces nacieron los pregones de Semana Santa. Este invento franquista sobrevivió a la instauración de la democracia, se convirtió en "tradición secular" (según acostumbran a decir los aficionados al género) y se fue multiplicando. Ahora no sólo se pregona la Semana Santa: se pregonan cada una de las cofradías y hasta se pregonan objetos, como la mantilla o el clavel. El pregón es toda una industria cultural, tan arraigada como hace 30 años lo estuvieron los juegos florales. Los fanáticos de los subproductos de Semana Santa hacen y dicen cosas difíciles de entender por cualquier desconocedor de sus hábitos. Ni con una sobredosis de incienso se puede descifrar el tétrico espectáculo de la Legión en la Semana Santa malagueña. Y ni añadiéndole generosas porciones de machaco a la sobredosis de incienso alguien ajeno a nuestras costumbres terminará comprendiendo el sanguinolento exhibicionismo que rodea estos festejos. Hace unas semanas leía en un periódico la noticia de la presentación de un vídeo sobre Semana Santa. La noticia venía acompañada de una foto en la que aparecía una reproducción ampliada de la carátula del vídeo: un doliente cristo, ensangrentado y lleno de llagas. Satisfechos y sonrientes aparecían junto a él un puñado de capillitas y pregoneros, así como los patrocinadores del asunto: una caja de ahorros cuyo logotipo lucía bien grande al fondo de la foto. Cualquiera que viera la foto sin tener idea de nuestras costumbres pensaría que se trataba de una convención de sádicos subvencionada insólitamente por una entidad de crédito. Estos días, en Málaga, un banco ha adornado su escaparate de la calle Larios con un crucificado. Ese personaje de novela llamado Luisito Sanjuán lo ha bautizado felizmente como el Cristo Hipotecario. Se ve que ni el ahorro puede ser laico en una sociedad como la nuestra, tan ajena al calvinismo. Si nos observásemos con más distancia y humor ya no miraríamos por encima del hombro a los aborígenes de Papua Nueva Guinea que salen en los documentales de La 2.

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